Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 20 de septiembre de 2015 Num: 1072

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Papeles Privados
José María Espinasa

Habitar la noche
Renzo D’Alessandro

Un día en Ciudad
de México

Héctor Ceballos Garibay

La imagen contra
el olvido: a treinta
años del terremoto

El terremoto de 1985:
“absurda es la materia
que se desploma”

Gustavo Ogarrio

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
 

Hugo Gutiérrez Vega

En 1972 creamos en México el Comité de Apoyo a la Unidad Popular Chilena. El doctor Ignacio Millán comprometió todo su entusiasmo juvenil para instrumentar el apoyo de los intelectuales, profesores y estudiantes mexicanos a la Unidad Popular que pasaba por momentos difíciles. Éramos pocos, pero contábamos con la colaboración del inteligente embajador de Chile, Hugo Vigorena. Él nos apoyaba para que apoyáramos y, a la postre, era él el que más apoyaba. Nos unía la necesidad de vigilar la situación internacional, pues el presidente Allende y la Unidad Popular estaban ya en la mira del siniestro Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger, y de los grupos cada vez más virulentos de la extrema derecha de Chile y del Cono Sur. No olvidemos que la operación Cóndor abarcó a Brasil, Uruguay, Paraguay, Argentina y Chile. El presidente Allende y los partidos coaligados seguían haciendo las reformas prometidas durante la campaña política, y lo hacían respetando el imperio de la ley sin salirse un ápice de la legalidad constitucional. Sus acciones a favor de las causas populares provocaban el crecimiento de la indignación de los grupos empresariales y de los agentes del imperio. En muchas ocasiones intentaron que el gobierno tomará decisiones fuera del orden legal. No lo lograron. La democracia chilena avanzaba hacia la consolidación de un estado de bienestar y de una mayor planeación socio-económica y lo hacía invariablemente dentro de los marcos legales.

Alquilamos un local enfrente del Parque Hundido y nos dimos a la tarea de difundir los grandes logros de la Unidad Popular, recordando la frase de Rosa Luxemburgo que mantenía y mantiene su total vigencia: “O el socialismo o la barbarie.” Organizábamos colectas, rifas y otras formas de ayuda, pero la generosidad de Nacho Millán era la que sacaba al buey de la barranca, como dicen mis paisanos rancheros. Nacho, que en esa época realizaba una serie de estudios sobre la psicología de los jóvenes empresarios, me entregó la presidencia del Comité a principios de 1973. Recuerdo los nombres de algunos de los integrantes de nuestra débil organización: Gerardo Estrada, Humberto Herrero, Lucinda Ruiz Posada, Sergio Colmenero, Fernanda Navarro y los representantes de los partidos y de las organizaciones que daban su apoyo a la Unidad Popular.

El día del golpe de los espadones y sus secuaces imperiales, empresariales, cristanoides y fachistoides, citamos a reunión urgente de nuestro comité. Nos trasladamos a la embajada de Chile y establecimos, con Hugo Vigorena, una estrategia mínima de apoyo a la legalidad chilena. Estábamos en la embajada cuando escuchamos los gritos de apoyo que venían de la calle. Espontáneamente un grupo grande de estudiantes y de trabajadores se había reunido enfrente de la representación diplomática. Salimos y propusimos marchar hacia el Hemiciclo a Juárez, haciendo una breve y ordenada parada frente a la embajada de Estados Unidos. Así lo hicimos, y cuando nos acercábamos al Hemiciclo calculo que ya nos acompañaban mas de 10 mil personas. Fui el único orador del breve mitin que terminó con el grito de lucha de la Unidad Po-pular. Elena Poniatowska recordaba mi cita de Federico García Lorca cuando hablé de los carabineros “jorobados y nocturnos”.

El comité entró en una actividad frenética. Es de justicia reconocer el apoyo del presidente Echeverría y, muy especialmente, de su esposa María Esther. Empezamos a recibir a los refugiados que nos mandaba el valiente embajador Martínez Corbalá, los acomodábamos en los apartamentos del ISSSTE proporcionados por la señora Echeverría que, además, enviaba a cada familia una despensa semanal. Calculo que recibimos un poco más de dos mil refugiados, en su mayor parte profesores universitarios, periodistas e intelectuales. Muy pronto les conseguimos trabajo en distintas universidades, recuerdo que la Universidad de Guadalajara fue especialmente hospitalaria. Por esos días acompañé a doña Tencha, la viuda del presidente Allende, a inaugurar el auditorio que llevaba el nombre de su esposo. En él Allende había pronunciado un estremecedor discurso dirigido a los estudiantes del mundo. Por otra parte, difundíamos las ideas de la Unidad Popular y denunciábamos los crímenes de la dictadura militar

(Continuará)

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