s como estar en Disneylandia, me dicen. Sobre lo que eran sencillas tierras agrícolas, sin más distinciones y matices que los que imprimen el ciclo de los cereales y el despertar de los mirlos, se levantan ahora extraordinarios pabellones cual castillos de ocho torreones, que por la noches se iluminan con más colores que los que el arcoíris inventó. Donde deberías cruzarte con personas paseando o trabajando en sus cotidianidades, o con pastores con sus rebaños y los perros que los guardan, son mascotas de marcas comerciales cubiertas con pieles de terciopelo suave las que salen a tu encuentro. Y las niñas y niños al verlas corren tras ellas y disfrutan en grande el rato que allí pasan. Es bonito ese lugar, me cuentan, es fabuloso, concretan, y sólo ponen una objeción: es tal cual un cuento de hadas, pero los cuentos de hadas y las Disneylandias son mentiras
.
Y no es una mentira gratuita. Al contrario, los seis meses que está previsto que funcione la Expo 2015, que se organiza en Milán bajo el título Alimentar el planeta, energía para la vida
, son un esfuerzo titánico que la administración italiana y las de muchos otros países presentes están haciendo para presentar su actividad en los rubros de agricultura y alimentación, pero del que sólo se benefician las grandes corporaciones. Son los McDonald’s, las Coca-Colas y los Nestlés quienes tienen todo el protagonismo en este escaparate global para, como Merlín y sus hechizos, embaucar al mundo explicando sus recetas mágicas para alimentar a la población. Son estas empresas las beneficiadas de contar con los flashes y focos, pues bien saben que esas niñas y niños que se abrazan a sus mascotas se abrazan a una forma de entender la alimentación que les reportará, por muchos años, clientes fidelizados. Un día en Alimentalandia no se olvida tan fácilmente, anotan sus expertos en marketing.
Pero como dice la Vía Campesina, presente durante tres días en Milán, en una Contraexpo, hay que develar qué hay detrás de cada una de estas empresas como “Coca-Cola, que además de producir productos sin ningún valor nutricional, está implicada, entre otros casos, en la muerte de sindicalistas colombianos que luchaban por preservar sus recursos hídricos y derechos laborales, o McDonald’s, conocida entre otros por su pésimo historial en materia de derechos laborales y comida sana”.
A mi enteder es grave darles más protagonismo a estas empresas responsables de tantas injusticias, pero más grave es trasladar la prepotente idea de que son ellas las que alimentan al planeta
, o incluso son garantía de vida, como dice el eslogan de la Expo. Sobre todo aquí, en una Europa tan descampesinizada (la actuación más rompedora
de la propia Expo ha sido dedicar una media hectárea entre edificios de Milán a un campo de trigo) donde, o bien hemos configurado en nuestros cerebros que la comida nace, crece y se reproduce en las estanterías de los supermercados y en los arcones de los congeladores, o bien estamos confiados en que serán las tecnologías de estas empresas las que encontrarán soluciones mágicas para asegurar la alimentación del futuro, en un entorno cada vez más complicado. Pero las cifras nos obligan a generar una pregunta crucial: si al menos 70 por ciento de la comida que se produce en el mundo llega del trabajo de las y los pequeños campesinos, creando empleo y cuidando la tierra, ¿no son ellas y ellos los protagonistas reales?
Claro que sí, pero tampoco esperábamos nada de la Expo de Milán, es cierto. No es con castillos en el aire
como pensamos que se puedan corregir nociones tan interiorizadas. Es con historias reales, con el conocimiento directo, con el contacto entre quienes producen y quienes consumimos, con los sabores de la tierra en nuestras bocas, como entenderemos qué modelo agrícola queremos defender. Y para esto no se necesitan ni pabellones ni mascotas ni luces de neón ni dinero público malgastado.
El acto de cultivar y el acto de comer tienen muchos momentos donde cogerse de la mano, y bailar.