Cordero –¿y lobo?
n el café La Habana me lee algunos de sus aforismos inéditos, puntuales, agudos, limpios. Creí que tras su infarto en un camión atestado y en medio de un tórrido embotellamiento, el tapatío regio se había suavizado. Bueno, sí, lo necesario para mejor lidiar con sus propias emociones, sus impulsividades.
Recurrente, transita zonas de su genio y figura conmigo ya bastante transitadas, sólo que ahora entrecanas –y algo más ajustadas a la realidad y menos, un sí es no es, ríspidas.
No siempre, pero desde hace mucho, desde que (más allá de 30 años) lo conocí, me intriga –en ocasiones, no es conveniente, me fascina– su mecanismo de pensamiento, que tal vez amerite el plural: dice lo que nadie en modos que ninguno.
Osado, cuántas veces temerario, ¿atroz?, suele dejar pensando: en eso yo no había pensado, o no así
. Autoexiliado de lo que llamamos vida literaria suele asestarle golpes de aerolito mediante los que, quiéralo o no, se vuelve en ella a insertar. Invasivo, apremiante.
Muchos le queremos, “y otros tantos –publicó recientemente alguien muy cercano a él– no”. Entre quienes lo aprecian, Eligio Coronado, que en marzo escribió (cito parcial, sintetizadamente):
“Sergio Cordero es un autor emblemático de Nuevo León. Aunque nació en Guadalajara, la mayor parte de su obra la ha escrito aquí. Cuando llegó, en 1983, traía etiqueta de crítico severo e insobornable. Y lo era. Muy pronto comenzó a derrumbar el castillo de naipes de nuestra literatura. Aquí estábamos acostumbrados al elogio mutuo, al aplauso gratuito y al reconocimiento inmediato. Bastaba con haber publicado una vez para sentirnos consagrados. Sergio, en cambio, odiaba a los seudoescritores, a los egos inflados, a las poses presuntuosas y, en resumen, a los impostores.
“Después de odiarlo por algún tiempo, algunos todavía, comenzamos a ver que tenía razón y que, además, era justo. Él sólo nos exigía calidad y nosotros no la producíamos… [Mientras,] producía su propia obra…, realizada con el mismo rigor que nos exigía [, que] no se desmoronaba al primer contacto con el filo de la crítica y que se ha ido extendiendo hacia la poesía, el cuento, la novela, el teatro, el ensayo, el guión, la traducción y el aforismo.”
De sus Cincuenta insomnios (Poetazos editores), sólo el primero: Es cierto: la fe mueve montañas, pero el escepticismo las coloca en su lugar correcto.