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El secuestro de Michel Houellebecq
El escritor
No es fácil destacar como el autor más controvertido de Francia, un país que sobresale por su gran concentración de escritores incómodos y provocadores. En pocos años, Michel Houellebecq ha creado un aura de repulsión y admiración alrededor de su obra y de sí mismo. Se trata del escritor más famoso de su generación, quizás el más incendiario y el más honesto. Su poesía, novelas y ensayos tratan de la decepción de las ilusiones de una sociedad abierta, los conflictos de la inmigración y las contradicciones de un país que se quiere incluyente, fraterno, igualitario y libre. Desde su primera novela Extensión del dominio de la lucha (1994), ha explorado un tono de desencanto nihilista, pesimismo cínico y frustración depresiva que resulta a la vez inquietante y divertido. En su siguiente novela, Las partículas elementales (1998), descuartizaba, entre otras cosas, el idealismo de los años sesenta, las fantasías hippies y la revolución sexual, lo cual le ganó fama de reaccionario, pervertido, misógino y racista. Se volvió autor de culto y vendió más de 300 mil ejemplares. La controversia realmente explotó con su tercera novela, Plataforma (2001), que trata sobre el turismo sexual y en la cual pone en boca de uno de sus personajes comentarios antiislámicos punzantes. En una entrevista declaró: “La religión más estúpida es el islam.” Fue demandado pero ganó el caso, ya que en Francia se protege la libertad de expresión por encima de las libertad religiosa. El protagonista de su siguiente novela, La posibilidad de una isla (2005), Daniel (el primero de una serie de clones), es un comediante exitoso y millonario que presenta espectáculos donde ridiculiza con ferocidad a los musulmanes. Sin embargo, buena parte del público percibe sus chistes y shows como comentarios irónicos. En 2010 publicó El mapa y el territorio, por la cual ganó el prestigiado Premio Goncourt. Su libro más reciente, Sumisión, fue lanzado el pasado 7 de enero; en él un musulmán llega al poder en Francia en las elecciones de 2022. Houellebecq aparecía en la portada de la revista satírica Charlie Hebdo de la edición del 7 de enero, día en que tuvo lugar la masacre de los dibujantes de esa publicación.
El secuestro
Durante la promoción de El mapa y el territorio, Houellebecq desapareció durante algunas semanas dando lugar a rumores de que había sido secuestrado por fundamentalistas islámicos. El autor reapareció tiempo después y se negó a explicar lo sucedido y provocó más especulaciones. El director, Guillaume Nicloux, parte de ese episodio en su más reciente filme El secuestro de Michel Houellebecq, estelarizado por el propio escritor, en lo que podría parecer un vehículo autopromocional descarado, pero que en realidad es una seca autoparodia. El filme comienza en un tono seudodocumental, casi de cinéma verité, mientras la cámara sigue al autor en su supuesta cotidianidad, sus pláticas con amigos y encuentros con desconocidos. No es un spoiler señalar que el escritor es secuestrado, pero nada en este acto criminal intenta ser remotamente realista. La segunda parte del filme corresponde al secuestro y aquí también los diálogos son improvisados y el desarrollo de las escenas sigue un cauce impredecible e hilarante. El cautiverio le da la oportunidad al desaliñado misántropo Houellebecq de mostrar una caricatura de sí mismo, de presentarse como un tipo frágil y obsesivo, intolerante pero obediente, cínico pero generoso. Los inverosímiles secuestradores mantienen el aplomo, aunque no parecen entender lo que están haciendo, tratan de enseñarle defensa personal y discuten con él sobre una variedad de temas que apenas comprenden. Los días pasan entre comidas familiares y botellas de alcohol. Por lo menos en dos ocasiones, el escritor aparece notablemente borracho e insultando a sus secuestradores y anfitriones. La cinta es de una sinceridad apabullante pero se evade cualquier mención al asunto más controvertido que rodea a la imagen de Houellebecq: su presunta islamofobia. Este es un autor con una inquietante habilidad para el sarcasmo y por lo general este talento requiere de cierto maniqueísmo y reducción al absurdo, que es lo que hace el filme de Nicloux. Lo suyo no es propaganda ni racismo, sino una especie de melancolía que, en vez de llevarlo a la desesperanza, lo hace mofarse de la decadencia de Occidente. Como escribe Adam Gopnik en el New Yorker, más que un islamófobo, Houellebecq “es un francófobo”, un crítico de una sociedad hedonista que quisiera ver convertida en algo más profundo pero es incapaz de creer en semejante fantasía.
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