Número 224
Jueves 5 de Marzo del 2015
Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER
Directora general
CARMEN LIRA SAADE
Director:
Alejandro Brito Lemus
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Joaquín hurtado
El transhombre
Wendy es servicial, discreta y respetuosa. Cualidades cada vez más raras en la selva de la salud pública. La enfermera contesta a mis dudas más necias, toma mis signos vitales con delicadeza, me palmea el hombro cuando percibe mi angustia. La adoro y ella a mí.
Wendy es una chica “trans”. La vida puede ser un calvario para quien sufre de disforia de género, es decir discrepancia entre el sexo cromosómico y el resto de la existencia sexual. La mayoría de los transexuales o “trans” padece grados a veces intolerables de sufrimiento por su identidad “fallida”. Si se agudiza el estigma, el drama de su ser sexual se agrava. Wendy está condenada, como yo, a habitar en un exilio interno, en un espacio clausurado, vigilado por un binomio brutal: macho-hembra.
Wendy no es ajena al acoso de los infectados de ignorancia pero se las apaña como puede. Goza de envidiable sentido del humor.
Un hábito muy arraigado entre algunos médicos es la impuntualidad. Por eso siempre cargo conmigo un buen libro, de preferencia uno muy denso. Un buen texto me protege del hastío. Rehúyo de la cháchara entre enfermos, así padezcan de lo mismo. Coincidir en un diagnóstico no garantiza un cheque en blanco en el plano intelectual. No es mamonería, es nomás respeto.
En esta clínica todos saben que el Dr. X, infectólogo, atiende a sidafílicos. La cosa llega a tal extremo que de veinte sujetos sólo la mitad viene a tratarse. El resto o son fans de Wendy o cristoadictos, peligrosos vampiros.
De reojo percibo que alguien se acerca. Es una persona en muletas. Se detiene a mi lado. Antes de dejarse caer en el asiento ya está fregando: “¿Qué lees?”. “Heidegger”, respondo matoncito, sin siquiera voltear. Espero que ese conjuro me libere del chupa-tiempo.
Sin embargo éste no es uno normal. Éste es implacable: “¿También vienes a infecto?”. ¡Es el colmo! Puto indiscreto. En el clímax de la exasperación respondo sereno: “Heidegger es un gran filósofo”. Arriesgo el ser, el ente y todo mi presente por contestar así. Si mi interlocutor es un maldito promotor bíblico se sentirá con derecho a sacar el sable y cortarme en cachitos apocalípticos. Los villamelones religiosos se creen dueños de los territorios baldíos del sida.
“A mí me gusta Nietzsche”, ataja el tullido.
Casualidad diabólica: estoy leyendo en Heidegger el análisis de la frase “Dios ha muerto”, de Nietzsche. La cortina de hierro se me vuelve humo, ala de mosca, nada. Picado de enfermiza curiosidad reviro: “¿Y qué te gusta de Nietzsche?”. Mi cadavérico vecino responde con mueca perversa: “su teoría sobre el Transhombre, pero no como ése” y señala a Wendy.
Ajá. Aquí me lo madreo, pienso, lo voy a dejar bien surtido por pendejo y homofóbico: “Querrás decir superhombre, no transhombre, mi estimado…”
Ya no me pela. Ha timbrado su celular y se pone al habla, en alemán perfecto.
Me llama Wendy desde el consultorio.
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S U B I R |
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