jornada


letraese

Número 223
Jueves 5 de Febrero del 2015


Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate




Joaquín Hurtado

Pedro Lemebel,
cronista de lo sagrado

La sombra de la seroconversión nos envuelve con su vaho seductor. El sida se ha convertido en la joya más codiciada en el fondo de una piscina llena de mierda.

Hay que ser muy valientes, muy osados, muy pendejos para tirarse de cabeza a ver si salta la prenda y nos incluye en sus estadísticas de glamour y exclusión:

“¡Yupi por mi amiguis: ya sacó el premio mayor; pero Zutana aún no, yo le digo manis, no pierdas las esperanzas, dale duro, cuantimás te toca reintegro; Mengana hasta toma terapia porque
nomás no pega el chicle, la pobre vive en la depre.”

Un barebacker bien nacido codicia el preciado botín refundido con las virutas de las alhajas
egipcias de Liz Taylor, las que usaba de Cleopatra. O lo que queda de ellas después de que donó su stock de esmeraldas para comprar un poquito de AZT. Que no había más para embrocarle a las lánguidas crisantemas del siglo viejo. Gesto fútil, gasto inútil, querida Liz, porque tus jotas comoquiera se piraban. Tiempos atroces que ya nadie recuerda.

¿Por qué veo y oigo y repito con risa apenas contenida esta sarta de babosadas?

O soy demasiado viejo para entender lo que pasa, o ya pasó lo que estaba entendiendo, como decía el niño viejo Monsiváis. Creo que ya estoy muy lacio para comprender lo que buscan los chicos que gustan de montar el potro a pelo, sin hulito, sin un salivazo lubricante. Quieren el virus y lo quieren ahora.

Y se lanzan jubilosos al foso de aguas cocodrilas. Tragando desesperados el veneno malevo y arrastran en su cauda suicida a amigos, parientes y amantes. Por mí que les sea leve el atracón con cepas multirresistentes del virus asesino. Hay gente pa todo.

De eso se trata el dramón loco de Loco afán, palabra testimonial del escritor chileno Pedro Lemebel, recién fallecido. Que de eso va el chisme que devora a sus compinches. Caen al rayo como pétalos de un buqué de rosas disecadas.

Venga usted y léalo si no me cree. Métase en aquel territorio de orgías eternas en casa de la Regine, exquisita diabla que daba caldos a los batallones que culiaban y caldeaban mondos y lirondos y hacía que valiera la pena el contagio fulminante. ¿Se imaginan ustedes aquel bufet de penes cual bayonetas ensartando los culos rosados de las locas insensatas? No, no se lo imaginan.

Después de Ayotzinapa, nadie en su sano juicio metería en su lecho de amores mexicas a un soldadito con todo y pelos de sus víctimas en las manos, después de una noche de redadas, de detenciones extrajudiciales, de razzias culeras, de desapariciones forzosas. Pues en la casa de la venerable Regine no era uno sino decenas, cientos, quizás miles de milicos los que iban y obsequiaban sus jugos machos al puterío jacarandoso. Afuera, en Santiago, capital de Chile, nomás tronaban los fogonazos del golpe militar. De eso va el chal en esta magna obra, pero contadito con deliciosa cadencia y espuma rabiosa en la boca.

No hay sida sin violencia, hijos. Eso nos lo dice y nos lo remarca Lemebel en su magistral obra. No nos hagamos. El sida es lo más loco del loco afán que devora a las pitucas engalanadas con visones en el ardiente verano sudamericano. Fiesta de año nuevo. Era el 72, año de la entrada triunfal de la democracia en Chile. Pero en el mismo golpe de mambo se da la bienvenida al 73, año del facho Pinochet.

Una loca mata veinte pavos para celebrar el triunfo de su partido político. El mar de loras hambreadas, trasijadas, vestidas con lujosos harapos, devoran en un santiamén los veinte guajolotes y con los huesos pelones construyen un castillo siniestro. Augurio, profecía, señal aciaga de la sangría que se cebará en ese reino de maricas del fin del mundo.

Lemebel es un cronista de alto calibre. Reconstruye palmo a palmo, sin concesiones, sin escalas, sin respiro, la vertiginosa metamorfosis de un mundo esperanzado que se desmorona entre astillas y lentejuelas. Sin embargo la metamorfosis, en Loco afán, es un proceso invertido, en reversa, vía cangreja: la regia mariposa se va convirtiendo de a poquito y a toda prosa en oruga peluda y horrorosa. El eterno retorno de la fatalidad. Muy nitzcheano el desvergue en aquel sidario.

¿Lo bizarro es realmente necesario?, pregunta el poeta ripioso. Usar lenguaje raro es necesario cuando Macario se besa con Mario. Y te quedas sin nalgas de tanto pensarle, se los juro. ¿Cómo es posible que el martirio sidológico consignado por Pedro Lemebel sea tomado a risa, a chunga, a mera repostería literaria para los aburridos sidonautas del XXI? Lo raro es necesario para rearmar el osario, que es la obligación moral de todo superviviente de la peste nefanda. Maldito sea aquel que lea Loco afán nomás para cotorrearse de los mariconcitos pobrecitos.

Loco afán nos entrega una verdad cenicienta pero bomba: los tiempos del sida son los tiempos de la guerra quirúrgica. De la guerra focalizada. De la guerra “dales una identidad a esos monos que quieren casarse con otros monos y tener monitos".

Por el culo ha de ser lo de tener chilpayates, señor juez, porque no tienen por dónde. Las relaciones conyugales entre maricas o marimachas son contranatura, pontifica el señor cardenal.

Pero al menos dales una ley para que se entretengan y se adecenten. Luego constrúyeles un gueto y después allí juntitos destrúyelos con eficacia y eficiencia. Vayan, pinches jotos, cásense pero ya dejen de joder. Es decir, no pequen más con palabra, obra u omisión.

Cada loco con su loca pero sin tocarse las partes salvas. Por eso Lemebel no respeta membretes ni títulos políticamente correctos. Al gay lo llama loca y a la loca coliza, palabreja emparentada con colipato, coliguacho, colita, colisión. Un sujeto que mueve la cola con devoción.

No, el sida no es una metáfora, les digo a mis comanches con este libro supremo en la mano. Pero no me hacen caso. Creen que el VIH es sólo un ramillete de siglas de otro siglo, como ONU, URSS, OMS, SNTE, CNDH. Y sueltan la carcajada.

Mis comadres buscan locas el sida porque son güevonas hasta para ponerse a dieta. Qué mejor sistema para adelgazar estos kilos, hija, mira lo bofa y mantecosa que tengo la cola.

El sida muerde, es un tiburón, un vampiro, un gigantesco avispón. Imagínense ser devoradas por seis hileras de colmillos len-ta-men-te. Y en el séptimo ¡slurp! De uno no queda ni la sombra. Luego debes zambullirte en el cenote sagrado para buscar la joyita, la diadema, la arracada de la Taylor.

¿De dónde saqué la séptima fila de aserrados dientitos como las navajas de afeitar que usaba mi abuelo?, si ya había dicho que eran sólo seis. Ya ven, el sida me está volviendo lerda y desmemoriada, que uno se queda trole cuando el güevecillo te come la sesera. Ah, sí: la séptima fila de aserrados picos es porque el virus muta, cambia, se transforma en algo más mejor pero más peor. La puta mutabilidad del VIH es lo que lo mantiene en calidad de villano indomable.

Año 2015. Yo declaro solemnemente y conforme a preceptos divinos y normas internacionales y leyes secundarias que el sida sí existe y es crónico, degenerativo, incurable y mortal.
El sida deja una mancha imborrable en tu expediente médico, en tu archivo laboral, en tu acta de defunción, en tu rostro lipodistrófico, en tu fama de amoroso furtivo, en los chistoretes de tu parentela hasta la séptima generación.

Escribir un libro sobre una bestia de esa calaña requiere mucha sangre, mucho sudor, muchísimas lágrimas. Y sobre todo, muchísimo pero muchísimo amor. Loco afán es un platillo de alta cocina, un manjar de cinco estrellas en medio del mar de porquería sensiblera y cursi que se ha escrito sobre la peste. Pedro Lemebel es el jefe supremo de ese fogón literario.

¡Arde eterna, bienaventurada yegua del Apocalipsis!


S U B I R