e acuerdo con sondeos publicados la víspera, la formación izquierdista griega Syriza podría conseguir la mayoría de los sufragios en las elecciones parlamentarias de hoy, a las que están convocados más de 9 millones de votantes, lo que llevaría a esa fuerza política a encabezar el próximo gobierno en una Grecia azotada por la crisis económica y las políticas de austeridad dictadas desde Bruselas.
Según el dirigente de la Coalición de Izquierda Radical, Alexis Tsipras, su proyecto político se basa en poner fin al rescate europeo
. Por su parte, el actual primer ministro y dirigente del derechista partido Nueva Democracia, Antonis Samaras, se ha mostrado confiado de que los votantes indecisos
–que representan 14 por ciento del electorado– puedan revertir las tendencias observadas en las últimas encuestas. En tanto, los centros de poder político y económico del viejo continente, encabezados por la llamada troika europea, han reiterado una intromisión descarada en los comicios griegos: el Fondo Monetario Internacional anunció el congelamiento de los financiamientos a Grecia; el gobierno alemán ha declarado que esa nación corre el riesgo de salir de la eurozona si elige un nuevo gobierno que atente contra los compromisos de austeridad y, en general, los principales medios de comunicación europeos han vaticinado escenarios de catástrofe económica en caso de un triunfo de Syriza.
Con independencia de los resultados que arrojen los comicios de hoy, es claro que el repunte de la formación izquierdista helénica formada en 2002, que obtuvo la mayor votación en las elecciones al Parlamento Europeo del año pasado, no se explica sin el hartazgo de una población obligada a cargar con los costos de la irresponsabilidad, la corrupción de sus autoridades –emanadas de Nueva Democracia y del Partido Socialista Panhelénico, Pasok– y las sucesivas turbulencias financieras, tanto exógenas como endógenas: eliminación de empleos, congelamientos salariales, afectación de los programas agrarios, alimentarios, de salud, de vivienda, de educación y de cultura. Al día de hoy, es evidente que las medidas adoptadas por la troika para supuestamente rescatar
a Grecia no sirvieron más que para garantizar las ganancias de las oligarquías europeas: la sociedad helénica, en tanto, ha padecido el incremento en la tasa de desempleo, que ronda 30 por ciento; la estrepitosa caída del poder adquisitivo; el alza generalizada de impuestos; el incremento de los suicidios, el alcoholismo y la violencia; el abatimiento de los salarios y las pensiones y, en suma, el sostenido deterioro social, político y económico.
Desde una perspectiva más general, el avance de Syriza en los sondeos y su posible victoria electoral es un mensaje inequívoco a los partidos tradicionales y a la casta política del viejo continente respecto del hartazgo ante modelos bipartidistas cuyos componentes reivindican ideologías liberales, socialdemócratas, democristianas o abiertamente conservadoras, pero que en ningún caso han sido capaces de dar respuesta efectiva a los problemas más acuciantes de las respectivas poblaciones.
Así, la inconformidad generalizada abre la posibilidad de refrescar la vida institucional y de transitar a la superación de la agobiante orientación económica neoliberal. Por lo pronto, el escenario griego hace evidente que la conducción actual de las políticas económicas y sociales es insostenible y que se requiere un viraje claro y definido hacia la sociedad, así como una toma de distancia con respecto a la tradicional democracia europea, la cual ha perdido representatividad y credibilidad debido, en buena medida, a su sometimiento a los intereses mencionados.