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Henri Matisse: el ritmo
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Para Alonso Arreola, con respeto
Decía la publicidad que uno podía olvidarse fácilmente de la batería de Neil Peart –percusionista de Rush– cuando se viera la de Terry Bozzio. Lo cierto es que ambos músicos poseen sendas megaarquitecturas, edificadas con una increíble cantidad de instrumentos de percusión que, por mucho, rebasan la tradición del tom, los platillos, el bombo y las tarolas. Además, ambas cuentan con aditamentos acústicos y electrónicos que le dan variedad y profundidad a sus propuestas.
Pero ¿quién es Terry Bozzio? San Francisco California lo vio nacer en 1950. Allá inició sus estudios como baterista. En 1975, luego de una audición, fue aceptado para tocar en la banda del legendario Frank Zappa. Sostiene Wikipedia que “Bozzio se hizo famoso por poder interpretar ‘The black page’, de Zappa, pieza musical compuesta para ser la pesadilla de cualquier músico, una partitura tan rellena de notas que la hace parecer prácticamente negra”.
En los años ochenta del siglo pasado, Bozzio formó Missing Persons, banda de corto aliento que obtuvo éxito limitado en Estados Unidos. Luego se embarcó en distintos proyectos de ensambles de jazz y fusión y tocó para grupos como Korn y Fantomas. Durante un tiempo viajó por Europa y vivió algunos años en Japón, cuyas tradiciones lo ayudaron a expandir su horizonte musical y le aportaron diversos artefactos sonoros que engrandecieron su ya de por sí monstruosa batería. ¿Influencias? La mayoría de los actuales bateristas responde diciendo los nombres de John Bonham (Led Zeppelin) o Keith Moon (The Who). Bozzio, en cambio, habla de los maestros del barroco: Buxtehude, Telemann, Corelli.
Bozzio tiene sesenta y tres años. La gira que lo ocupa ahora es ni más ni menos que para celebrar el cincuenta aniversario de su primera presentación. Si nos atenemos a la tiranía del tiempo diremos que, no obstante su vigencia y sin menospreciar sus actividades presentes, su mejor momento fue durante la segunda mitad de los años setenta, cuando formaba parte de la banda de Frank Zappa. Notamos, por tanto, que la mayor parte de los presentes en el concierto al que asistimos tienen entre cincuenta y sesenta y pico de años.
Actualmente Bozzio vive en Austin, Texas, en
la calle Cuernavaca, en una colina cercana a la
avenida Bee Caves; ahí se encuentra One World
Theatre, escenario donde el músico ofreció este
concierto.
Ilustración de Juan G. Puga |
El recinto es pequeño (un aforo para trescientas
personas sentadas) y está diseñado de tal
forma que es posible ver el stage desde cualquier
punto. Un sesentón de pelo cano y prominente
barriga, que usa sombrero, una playera con el
rostro de Frank Zappa estampado y un inverosímil
pantalón de colores fluorescentes, dice, o
más bien grita, para que lo escuche la mayor
cantidad de gente posible, que él estuvo presente
en un concierto de Zappa en la década de los setenta y que Bozzio era el baterista
de aquel conjunto. Para no
quedarse atrás, una pareja afirma
que también ellos presenciaron
una audición del guitarrista.
Pero antes de que puedan continuar
narrando sus vivencias, las
luces fenecen y el hechizo inicia.
Delgado y alto, vestido de negro y
peinado al estilo de los ochenta, es
decir, despeinado, Bozzio toma lugar tras
los tambores. Además de la tradicional
batería hay dos estructuras metálicas,
una a sus espaldas, otra de frente, de las
que penden platillos y gongs de distintos
tamaños. Alrededor, no muy cerca
del músico, hay más tambores. Uno
piensa que son mero adorno, parte del decorado.
Pero a medida que avanza el recital se cae en la
cuenta de que los pedales tienen extensiones
para que todos y cada uno de ellos sean tocados.
En una mesa hay sonajas y campanas de diversa
envergadura. En el costado derecho hay una
caja, de la que Terry habrá de extraer rítmicos
sonidos ayudado sólo por las palmas de sus
manos. En el ala contraria se ha colocado un
pedestal sobre el que hay un objeto que no es otra
cosa que una batería electrónica, la cual,
no obstante su tamaño, está llena de cadencia
y ritmo.
Sonidos metálicos, agudos y graves; redobles.
Campaneo intenso fundiéndose con explosiones
de platillos y lamentos de tarolas. Chispear
de castañas danzando con la gravedad
sublime de los gongs. Dulces sonidos de marimbas.
Es imposible pensar, si no lo ve uno mismo,
que un solo hombre sea capaz de organizar tal
discurso sonoro.
No se trata de un solo de batería: son melodías
con personalidad propia. Todas suenan diferente.
Unas son como tormentas, otras parecen rugidos
y voces de animales; algunas más semejan
el crepitar del fuego. Cada golpe de baqueta
está justificado, cada nota; no sobra ni falta nada.
El público viaja, se deja arrastrar por este
torbellino de sonidos cuyo vórtice es el artista
en el centro del instrumento. Bozzio utiliza todo
su cuerpo para el ritual en el que se halla. Las
expresiones de su rostro reflejan la emoción
que experimenta al hacer su música.
Llega la hora del último repique.; del final.
Se vacía la sala pero su espacio aún se agita.
La música todavía hace eco en nuestros interiores
y altera nuestros sentidos.
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