Opinión
Ver día anteriorDomingo 27 de abril de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Es necesario un cambio radical
L

os Santa Anna de nuestros tiempos casi completaron la destrucción de la soberanía e independencia de México al entregar Pemex a las petroleras extranjeras, así como con las leyes antiobreras y antipopulares que eliminan derechos históricos y golpean duramente el poder adquisitivo de los trabajadores y los pobres, reduciendo así el nivel de vida y cultural, además de las condiciones básicas para una relación social civilizada.

El resultado de esas políticas al servicio del gran capital financiero internacional es un brutal crecimiento de la diferencia de la pobreza y la miseria extrema y de las diferencias sociales, el cierre de las perspectivas para los jóvenes –que deben optar entre el desempleo, la emigración o la delincuencia–, la aceptación como si fuesen fatales y naturales de los valores, las lacras y la ideología de los explotadores nacionales y extranjeros y, por último, una total dependencia de Estados Unidos.

El Estado funciona gracias a los impuestos de Pemex y a la exportación de recursos naturales no renovables, como el petróleo, y con su entrega mata la gallina de los huevos de oro. Debido a la destrucción del campo y la emigración masiva, casi 60 por ciento de los alimentos que se consumen en México se pagan con la exportación de combustibles y de bienes agrícolas e industriales que las trasnacionales producen aprovechando la superexplotación de los trabajadores nacionales. La entrega de Pemex no sólo significa, por tanto, reducir los recursos para la sanidad, la educación, la vivienda, las carreteras y los servicios indispensables para una vida civilizada. Esa cesión de un bien común cada vez más escaso y potencialmente más cotizado es sobre todo un golpe durísimo al trabajo de los mexicanos y el abandono oficial de la preparación del cambio tecnológico en la producción de energía que será indispensable realizar dentro de un par de decenios, una vez que se acaben los recursos petroleros.

Los nuevos Santa Anna –del PRI, como Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Enrique Peña Nieto, o del PAN, como Vicente Fox o Felipe Calderón y sus siervos de otros partidos– han vendido también el futuro del país.

Desgraciadamente, como muestran los resultados electorales y la abstención o los votos a los grupos políticos procapitalistas, una buena parte de la población mexicana ha hecho suya la ideología de sus explotadores y no tiene aún conciencia de la gravedad de la situación ni de las implicaciones de las políticas de las clases dominantes; se resigna desmoralizada o busca una salida individual dentro del sistema mediante la emigración o la delincuencia.

Otro gran sector, más activo y crítico, pero no anticapitalista, espera en cambio poder modificar esas políticas mediante movilizaciones para poner otro equipo en Los Pinos y en el Congreso; cree todavía que podría existir un capitalismo con orientaciones sociales y relaciones más justas, que reduzca las desigualdades, algo así como un tigre vegetariano.

Otros, por último, reaccionan y actúan militantemente en la lucha social, en su territorio, como campesinos o trabajadores rurales o en las luchas estudiantiles o democráticas puntuales, sin que exista todavía la indispensable coordinación nacional de todos esos esfuerzos y conflictos ni un unificador proyecto político común.

El capitalismo es un sistema mundial que se basa en la explotación del trabajo ajeno y en el aumento de las ganancias empresariales reduciendo los salarios reales, la organización y las conquistas de los trabajadores. El capital se dirige a las ramas de la economía que le dan mayores ganancias (como el narcotráfico, la guerra y la prostitución, por ejemplo, en vez de la agricultura). No podría vivir sin dominar la mente de sus víctimas y por eso tiene que engañar con su televisión y sus diarios, y mantener aplastada y en la ignorancia a la mayoría que explota y oprime. No puede tolerar la paz porque resuelve sus conflictos y contradicciones internas mediante el despojo, la violencia, la guerra.

Por consiguiente la justicia, la supresión de las desigualdades, de la desocupación y de la pobreza sólo serán posibles en un sistema social no capitalista democrático dirigido por los trabajadores manuales e intelectuales y apoyado en resoluciones colectivas.

Las empresas que los trabajadores recuperan en autogestión o como cooperativas, los grupos de autodefensa territoriales en las zonas rurales, las policías comunitarias nombradas y controladas por asambleas, los intentos de construcción de regiones autónomas regidas por asambleas y las milicias urbanas son formas de poder que se contraponen al poder del capital y de su Estado. Expresan la viabilidad de la autorganización democrática para la lucha, así como la difusión en diferentes zonas del país de la decisión de obtener la liberación de los trabajadores por obra de los trabajadores mismos. Por eso deben ser defendidas contra los intentos del Estado capitalista de cooptar algunas direcciones, de dividirlas, de desarmarlas.

El México de los oprimidos y explotados necesita hoy unificar todas sus organizaciones autónomas y unirse detrás de la exigencia de un aumento general de salarios que satisfaga las necesidades en alimentación, salud, educación, servicios de calidad. Necesita generalizar la lucha por barrer a los charros sindicales con la democracia sindical y el control de las bases sobre los aparatos. Necesita imponer una política de sostén a la producción campesina y un plan que asegure la soberanía alimentaria. Requiere un combate cada vez más amplio y sostenido que permita anular la entrega de Pemex y las reformas reaccionarias a la Ley Federal del Trabajo. Pero, sobre todo, para que la resistencia sea más eficaz, es necesario que todos los esfuerzos se unan detrás de un partido de los trabajadores, no electoralista, sino de lucha, cuya base es la OPT actual, que está abierta a todos los que quieren un cambio radical.