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Gombrowicz, Szymborska, Polanski y Bauman
Polonia, letra y cultura
Ewa Agata Bałazinska
Permítaseme empezar con una anécdota de cuando vivía en España. Muchas veces, cuando decía que soy de Polonia, la reacción de la gente era: “Ah, sí, hace frío y hay osos polares, no?” O: “Ah, sí, Juan Pablo Segundo.” Algunos también sabían del movimiento de Solidaridad con su líder Lech Walesa y de la caída del comunismo en 1989. En cuanto a acontecimientos más recientes, algunos oyeron hablar de la catástrofe del avión del presidente polaco y que, supuestamente y a pesar de la recesión mundial, la economía polaca seguía creciendo. Asimismo, las personas más cultas seguramente conocían al escritor Gombrowicz, al director del cine Polanski, a la poeta Szymborska o al famoso sociólogo Bauman. Sin embargo, al hablar con los jóvenes, resultaba que sólo sabían de Lewandowski, el futbolista que marcó cuatro goles en una semifinal de la Liga de Campeones a principios de este año. Esa cantidad de conocimientos sobre Polonia no es muy significativa, especialmente teniendo en cuenta que se trata de un país relativamente grande, con más de 35 millones de habitantes, además de haber entre 10 y 15 millones de polacos en el extranjero. ¡Que levante la mano quien de ustedes sepa algo más sobre Polonia y su cultura! Como probablemente no haya demasiadas manos levantadas, a continuación propongo una presentación breve sobre la cultura polaca contemporánea que, en mi humilde opinión, es un paisaje cambiante. No todos los aspectos estarán incluidos, claro, pero intentaré dar una introducción breve para entender el panorama.
Obra de Jerzy Nowosielski. Foto: mountshang.blogspot |
Para quien no lo sepa, Polonia se halla entre Alemania y Rusia, y aclárese una cosa: no hay osos polares, aunque sí puede hacer mucho frío en invierno. Debido a su ubicación geográfica, Polonia se desarrolló en la confluencia entre la Europa Occidental y Oriental, y esta mezcla ha influido mucho en el carácter nacional. La cultura del país se ha visto profundamente afectada por sus vínculos con las culturas germánica, latina y bizantina. Asimismo, ha sido de gran influencia el diálogo con las minorías que han vivido en Polonia, por ejemplo con los judíos, que hasta la segunda guerra mundial constituían casi una tercera parte de la población polaca.
Después de 1945, la estructura social cambió drásticamente: en lugar de una convivencia de diferentes culturas con sus propias lenguas, el nuevo régimen comunista no toleraba nada más que la homogeneidad. En las décadas de los años cuarenta y cincuenta, en el mundo de las artes visuales sólo podían funcionar obras de “realismo social”. Después de ese período, todos los artistas tenían que afrontar la censura estatal. Muchas tradiciones populares y católicas se perdieron en ese momento, y es hasta muy recientemente que los polacos están recuperándolas; como es el caso de las procesiones el Día de los Reyes, así como otras costumbres locales.
Parece increíble, pero la diversidad de las regiones polacas y sus idiosincrasias casi no existían en el discurso oficial. El régimen trataba a las minorías étnicas de manera instrumental y, en muchos casos, las reprimía o las forzaba al exilio por razones políticas, como paso con los judíos polacos en 1968. La cultura libre polaca solamente se manifestaba en la clandestinidad o en el extranjero. Así sucedió hasta finales de los años ochenta.
Este 2014, Polonia celebra el vigésimo quinto aniversario de la caída del comunismo. A pesar de su reincorporación al mundo occidental europeo, existe una separación enorme entre la cultura polaca y la europea occidental, debido a los contextos históricos y sociales de la segunda mitad del siglo pasado. Algunas de las principales razones de ser del arte polaco durante la época comunista fueron la protesta ciudadana y la defensa de la soberanía espiritual contra las limitaciones impuestas por el régimen comunista. La única institución que podía defenderse ante dicho régimen en Polonia era la Iglesia católica. Por eso los activistas de oposición cooperaban con la Iglesia y los artistas también utilizaban la religión cristiana y sus temas en sus obras. Los pintores, como Jerzy Nowosielski (1923-2011) o los artistas del colectivo Gruppa (activos desde 1983), exploraban los temas de lo sagrado y lo espiritual, a pesar del ambiente ateo del espacio público impuesto por el régimen.
La ruptura incruenta del año 1989 del bloque soviético fue la razón de muchos artistas para romper con los temas religiosos y, entonces tratar al catolicismo polaco como una limitación más a la libertad de expresión. Conviene destacar algunos nombres de las artistas del movimiento de arte crítico (sztuka krytyczna), como Katarzyna Kozyra, Alicja Zebrowska o Dorota Nieznalska, que saltaron a los titulares de los medios de comunicación por su tratamiento inconformista de los temas del cuerpo, la política, la sexualidad y los símbolos nacionales. En su artículo sobre escándalos artísticos en Polonia después del año 1989, la crítica del arte Magda Ujma resume los casos más curiosos de los ataques contra los artistas polacos que se atrevían a discutir los temas políticamente incorrectos. Ujma termina exponiendo que el consentimiento para atacar al mundo de las artes fue desapareciendo lentamente, y que ahora se observa el desarrollo de una nueva generación de polacos que se oponen a la influencia de la Iglesia católica en la sociedad. De hecho, en la sociedad polaca aún persiste un debate público sobre el nivel de la intervención de la Iglesia en los asuntos ciudadanos y políticos. Aunque la sociedad sigue siendo principalmente católica (de acuerdo con una investigación del Pew Research Center de febrero de 2013, más del noventa y dos por ciento de los polacos se consideran católicos), en los últimos años hemos observado un aumento más agudo de la influencia de grupos no relacionados con esta religión, que intentan renegociar su posición en el espacio público, hasta ahora monopolizado por el cristianismo. Como ejemplos podemos mencionar el caso de la campaña por el derecho de los homosexuales al matrimonio, o el debate continuo sobre la igualdad de género. Aunque nos quedan muchos asuntos pendientes, se nota que la sociedad polaca está cambiando.
Capital de la cultura europea
En este 2014, Polonia también va a celebrar el décimo aniversario de su adhesión a la Unión Europea, un hecho que ha cambiado dramáticamente el panorama social y cultural polaco. Los polacos han aprovechado bien la oportunidad que les ofreció la libertad de movimiento por la comunidad europea; muchos de ellos se trasladaron a estudiar y trabajar en otros países, especialmente Inglaterra, Irlanda y Alemania. Según el diario inglés The Guardian, la lengua polaca es ahora el segundo idioma más hablado en Gran Bretaña. Este gran movimiento también cambia el perfil de la sociedad polaca, debido a los migrantes que regresan a Polonia después de años en los países más liberales. Muchas veces, quienes han vuelto empiezan a cuestionar los poderes tradicionales y el statu quo. Además, gracias al apoyo de la Unión Europea, Polonia sigue haciendo grandes reformas y participa activamente en programas de cooperación internacionales, tanto en el ámbito político como social, económico o deportivo, y su rápido avance sigue siendo reconocido en el mundo. Por ejemplo, en 2011 Polonia ocupó por primera vez el cargo de la Presidencia del Consejo Europeo. Dentro del programa cultural polaco, se organizaron más de mil eventos en el país y en el extranjero, incluido el Congreso Europeo de Cultura.
Otro proyecto que puede servir como ejemplo del regreso de Polonia a la vida del Viejo Continente es el proyecto de la Capital Cultural Europea. Desde su comienzo, esta iniciativa se ha convertido en uno de los eventos culturales más prestigiosos de Europa. El título es concedido cada año por la Comisión Europea y se estableció en primer lugar para resaltar la riqueza de las diferentes culturas del continente. Otros objetivos incluyen facilitar que la gente de diferentes países se ponga en contacto y coopere. Las ciudades no sólo compiten para obtener el título ante el jurado oficial de la Comisión Europea, sino que asimismo participan en una red de colaboración internacional. Conviene destacar que las ciudades ganadoras son elegidas por lo que ya son, pero sobre todo por lo que planean hacer en el futuro, que debe ser excepcional. El año de la capital cultural se llena de festivales, conciertos, conferencias y otros proyectos artísticos, culturales y sociales que tienen el objetivo de captar la atención no sólo de los habitantes de la ciudad, la región y del país, sino también de todo el continente. La ciudad Capital de la Cultura Europea tiene la oportunidad de promover el desarrollo de diferentes formas de turismo en su región. Esto, a su vez, se asocia con una mejor situación económica y una serie de beneficios. Hay estudios que han demostrado que el evento es una buena oportunidad para regenerar las ciudades, elevar su perfil internacional e, igual de importante, mejorar la imagen de la ciudad ante los ojos de sus propios habitantes.
Estos resultados constituyen exactamente lo que desea lograr Wroclaw (Breslavia) en el suroeste de Polonia. Para Wroclaw, el título de ciudad Capital de la Cultura Europea 2016 significó la culminación de intensos esfuerzos para desarrollar esta región que, según el historiador británico Norman Davies, representa “un microcosmos de la historia de la Europa central en su conjunto”, con hitos que podrían ser interpretados como la experiencia particular de esta parte del mundo. Estos distintivos incluyen el asentamiento multinacional, la presencia de una comunidad judía y la exposición en el siglo XX al nazismo y al comunismo soviético.
Antes de la segunda guerra mundial, Wroclaw se llamaba Breslau y era una ciudad alemana. Después del asedio y la caída del régimen nazi en 1945, la ciudad fue reducida a escombros debido al ataque del Ejército Rojo. A consecuencia de los acuerdos de Yalta y Potsdam, la Polonia se anexó la ciudad y toda región de Silesia, y se procedió a la deportación en masa de la población alemana. La repoblación de la ciudad se produjo en gran parte con polacos que habían sido deportados de terrenos de Leópolis (la actual Ucrania), que antes había pertenecido a Polonia. Las autoridades comunistas intentaron borrar el pasado multinacional de la ciudad pero, tras el fin de la Guerra fría, Wroclaw empezó a redescubrir su historia y entablar contactos con los antiguos habitantes.
Katarzyna Kozyra, Wiözy Krwi, 1995.
Foto: artbazaar.blogspot |
En cuanto a aspectos económicos y culturales, Breslavia se ha convertido desde 1989 en una de las ciudades más dinámicas de toda Polonia. Gracias al proyecto de la Capital Cultural Europea 2016, se espera profundizar los cambios que ya estaban puestos en marcha e incrementar la participación de los ciudadanos en la creación cultural de la ciudad. Wroclaw sigue abriéndose y descubriendo los sabores de diferentes culturas a través de proyectos como Brave Festival (contra el exilio cultural) que presenta actuaciones, rituales y obras de arte de los pueblos, tribus, grupos o personas de todo el mundo. Como afirmó Marcin Jasinski, del impart 2016 Festival Centre, la compaña organizadora del proyecto de la Capitalidad Cultural en Wroclaw, la ciudad continuará sus esfuerzos para dinamizar oferta cultural después del año 2016, como ha sido el caso de muchas otras capitales culturales.
Obra en construcción
A fin de cuentas, la cultura polaca contemporánea no se parece mucho a la que tradicionalmente suele imaginarse. A pesar de su dramática historia durante la segunda mitad del siglo XX, Polonia salió adelante y se incorporó con éxito a la Unión Europea. Ahora sigue desarrollándose y, por la multitud de cambios en el ámbito político y económico, va redefiniendo su identidad cultural. Ser polaco no necesariamente significa ser católico y conservador; el debate público se va ampliando e incluye más ciudadanos y grupos ciudadanos antiguamente ignorados. Polonia quiere darse a conocer al resto del mundo, y con su participación en los proyectos e intercambios internacionales cada vez se abre más a la diversidad. La cultura polaca contemporánea es verdaderamente un paisaje cambiante, una obra en construcción, un proceso continuo y difícil, pero fascinante. Todavía no se puede decir cuál será el producto final de todos estos cambios.
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