Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de marzo de 2014 Num: 994

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una vez más
Rolando Hinojosa

Ricardo Bada

Polonia cultural:
esbozos de un panorama

Fernando Villagómez

Dos poetas

Dos cuentos
Slawomir Mrozek

Polonia, letra y cultura
Ewa Agata Bałazinska

Los mentados
hermanos Limas

Julio Astillero

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

El puerto de Blanca Varela

José Ángel Leyva


El suplicio comienza con la luz, poesía reunida 1949-2000,
Blanca Varela,
UNAM,
México, 2013.

En una de esas escasas y breves entrevistas, luego de afirmar la imposibilidad de definir la poesía, Blanca Varela agregaba ante la insistencia del periodista: “es una forma de estar, de ser en la vida”. La afirmación conlleva un sentido de coherencia y de armonía, de dialéctica entre el ser y el hacer, entre el pensar y el deber ser. Y es así, pero debemos acotar su sentido y sus significados. El concepto aplica sólo para el oficio, para la vocación. Ser y estar en la poesía; la vida es otra cosa. Nadie mejor que Baudelaire, quien definió al poeta en su poema “El albatros” para mostrarnos su imagen de vuelos elevados en su andar terreno: “Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!/ Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!” Para la poeta peruana (Lima, 1926-2009) la conciencia, la sensibilidad, la lucidez no conducen a la felicidad vegetal o de la bestia, sino al dolor del entendimiento y a la pregunta, a la búsqueda. Por ello, el verso que da título a la antología publicada por la Coordinación de Humanidades de la UNAM, en su colección Poemas y ensayos, dirigida por Marco Antonio Campos: El suplicio comienza con la luz, es ya una revelación de la materia poética que define a su autora.

La preocupación confesa de la poeta de no ser sentimental sino acuciosa, muy exigente, radica en su lucidez de la naturaleza humana, de su destino. Con gran ironía lo dibuja en su poema epigramático, “Justicia”: “vino el pájaro/ y devoró al gusano/ vino el hombre/ y devoró al pájaro/ vino el gusano/ y devoró al hombre.” No se queda en la anécdota, en el trazo biográfico o narrativo, en la imagen pura, sino que somete a la materia poética a sus múltiples posibilidades significativas, expuestas en los dobleces de la palabra y el lenguaje, en la emoción que sugieren los versos que nacen de una especie de ritual del caos surrealista. Pero como ella misma lo aclara en un poema dedicado a Octavio Paz, “Del orden de las cosas”: “Hasta la desesperación requiere cierto orden. Si pongo un número contra un muro y lo ametrallo soy un individuo responsable.”

Blanca Varela es una poeta que nos muestra, a contrapelo de la poesía mexicana, que la peruana es una lírica de búsquedas formales, de atrevimientos y audacias que les han faltado a nuestros poetas del pasado siglo. No se trata de establecer una relación de mejor o peor, sino de diferencias en sus trayectorias. Emilio Adolfo Westphalen, Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Jorge Eduardo Eielson, son ejemplos de una poesía inconforme, dinámica, de riesgos, como lo es la de Blanca Varela. Porque no sólo hay juegos de lenguaje, hay también imágenes contundentes, expresiones de una realidad histórica, una sentimentalidad que recorre su país y el continente.

Blanca Varela contrajo matrimonio con una de las grandes figuras de las artes plásticas de Perú, Fernando de Szyszlo, y con él tuvo dos hijos, Vicente y Lorenzo. Este último fallecería en un accidente aéreo. Varela confiesa que fue en París, en 1947, primero, y luego a su regreso en 1953, separada por primera vez del artista, cuando se percata del dolor de su país, de sus conflictos culturales y sociales, de su pertenencia latinoamericana. En 1955 retorna a Lima y se reconcilia con De Szyszlo, para más tarde divorciarse definitivamente. “Todos los monstruos estaban vivos en París”, diría el artista para reconocer por un lado la impronta de los acontecimientos históricos más desastrosos de las guerras europeas, y por otro la presencia en la Ciudad de las Luces de lo más granado de la inteligencia y la creatividad. Allí conocerían a Octavio Paz con quien crearon una amistad y una complicidad que desembocó en la publicación, en 1959, del primer poemario de la peruana: Ese puerto existe, con el sello de la Universidad Veracruzana. Ella contaba la anécdota de que el libro llevaría el nombre de un poema: “Puerto Supe”. Paz la cuestionó, ¿qué es eso? Y ella respondió, “ese puerto existe”. El mexicano apuntó, “ese es un título, es el título de tu obra”.

La obra de Blanca Varela es breve, muy concisa, sin desperdicios. Ocho libros compactos la conforman. Un magnífico prólogo de Rocío Silva Santisteban nos aproxima a los detalles de su poesía y al conjunto de sus versos, en medio de una vida reservada y plena a la vez. “Blanca Varela es una poeta que no se complace en sus hallazgos ni se embriaga con sus cantos”, dijo de ella Octavio Paz. Al leerla no podemos contradecir al poeta de quien celebramos el primer centenario de su natalicio.


La belleza documentada

Ricardo Guzmán Wolffer


Biología de angiospermas,
Judith Márquez Guzmán et al.,
Universidad Nacional Autónoma de México,
México, 2013.

Mientras se habla de la reforma energética y cómo se verán afectadas las reservas de hidrocarburos y sus derivados, parece olvidarse la existencia de otras riquezas que deberían ser igual o más cuidadas. Una de éstas es la flora mexicana, y hay quienes se preocupan en preservarla para próximas generaciones. Parte de este esfuerzo es evidente en este catálogo de angiospermas, tan abundantes en México y en el resto de América Latina.

Bajo las aportaciones de sesenta expertos, se describen estos fascinantes seres vegetales, entre los cuales hay muchas flores que vemos todos los días: orquídeas, rosas y muchísimas más; sus frutos integran la dieta sugerida (piña, higo, etcétera). Parte del atractivo de este trabajo es acercar al lector regular conceptos para comprender la importancia de esta parte de la riqueza vegetal mexicana, sin dejar a un lado la profundidad técnica que en ciertos capítulos no puede evitarse. Es una obra de divulgación científica, pero también para conocedores, especialmente los bioquímicos: muestra la importancia de tal disciplina en la preservación del ambiente, pero también de su estudio en la vida cotidiana. Mención aparte tienen las fotografías que inundan esta obra: desde las microscópicas, tan difíciles de conseguir fuera de los circuitos académicos, hasta las relativas a la polinización, éstas bajo la óptica de los funcionalistas botánicos, que siempre difieren del publicista o el ecologista. Para los amantes de las flores, las láminas del libro serán una delicia. Incluso, se tratan los orígenes enigmáticos de este linaje viviente de plantas con semilla: Darwin lo llamaba “el abominable misterio”. Sólo en México hay 22 mil especies de angiospermas, de las cuales una buena cantidad son de uso ornamental: entre estas se encuentran las orquídeas, cuya popularidad ha llevado a ferias especializadas y a la creación de sociedades de aficionados y estudiosos de las orquídeas. La relación entre plantas aparentemente desligadas, muy conocidas ambas, será sorprendente para muchos.

El libro no se limita a las plantas: su entorno se extiende al análisis de la biodiversidad mexicana: ¿cuáles son los tipos de vegetación?, ¿qué especies son endémicas, cuáles se han exportado para colonizar otras latitudes? El capítulo dedicado a las cactáceas no tiene desperdicio. Se exponen métodos de propagación de especies de interés hortícola y ornamental. El diseño invita a seguir leyendo en este exhaustivo estudio: supera los viejos modos de exponer la ciencia, para destacar las fotografías e incluso hace atrayente la exposición del apartado relativo a los factores bioquímicos de estas plantas.

Los extraordinarios trabajos de muchas facultades suelen pasar inadvertidos por su poca distribución fuera del circuito universitario. Este es un trabajo muy acabado que cristaliza en una obra señera de la botánica mexicana.


Un vampiro en Ciudad de México

Gerardo Bustamante Bermúdez


Desmodus, el vampiro,
José Carlos Vilchis Fraustro,
Conaculta/INBA/Terracota,
México, 2013.

Uno asiste a las librerías y encuentra la sección de literatura gótica o de terror. Este tipo de lectura es ampliamente difundida en círculos dark y con frecuencia llevada al cine. El personaje del vampiro ha sido extensamente revisado por narradores, guionistas, dramaturgos y hasta poetas.

Al leer la novela de José Carlos Vilchis Fraustro titulada Desmodus, el vampiro, lo primero que se viene a la mente es el gran reto que tiene un joven autor que debe demostrar que vale la pena que su novela sea leída.  En Desmodus, el vampiro se anuncia desde el título la esencia y actividad del personaje, lo cual ya le da una ventaja para atraer lectores interesados en el tema. El nombre del protagonista encuentra sus orígenes en las Cartas de relación de Hernán Cortés, cuando en su calidad de informante habla sobre un tipo de murciélago de las regiones americanas a los que llama Desmodus rotundus

La novela de Vilchis Fraustro se construye con un narrador omnisciente y un narrador personaje en sus veintiseis capítulos breves y un epílogo. Se trata de una novela cronológica que de forma acertada no se arriesga en la forma. Para acentuar la pérdida de la voluntad del personaje frente a los entes que lo metamorfosean, éste aparece como escucha de un mensaje casi en eco que le recuerda su condición humana: “Vas a morir y no soportas el dolor. Te he quitado la libertad de disponer de ti como te plazca. ¿Has muerto lo suficiente? ¿Aún deseas llegar hasta donde te has propuesto?” A lo largo de la novela el autor hace referencias intertextuales con escenas de Cortázar, Camus y Shakespeare, además de constantes recursos cinematográficos y musicales. El tiempo del relato está marcado por las acciones y las veinticuatro horas que pasan, desde el momento en que el personaje es perseguido por la policía hasta la escena final de la morgue y la sorpresa del médico de guardia. La noche, la ciudad de México y sus calles, la iglesia de San Hipólito, el bar y el hotel son los espacios por los que Desmodus sortea los peligros no sólo de la policía, sino los que se le plantean ya en su nueva realidad a la que debería adaptase.

Desmodus es la metáfora de la sobrevivencia en su lucha con la otredad, ya sea como sujeto paria o como vampiro; la fusión del caos viene a advertirle que, quizás, los humanos estamos en una lucha y en una metamorfosis constante que nos traga a pesar de nuestra voluntad. Desmodus, el vampiro es una novela poco tradicional y nada predecible, pues su autor supo cuidar la dimensión humana de su personaje, sus conflictos y tropiezos en medio de una ciudad nebulosa sobre la que corre la vida y sus desesperanzas.


Para bajar(los) del pedestal

Ollin Velasco


Los héroes no le temen al ridículo. La Revolución Mexicana
según Jorge Ibargüengoitia,

Carlos Martínez Assad,
Textos de Difusión Cultural UNAM,
México, 2013.

La gloria de la Revolución Mexicana está tatuada sobre nuestro orgullo, o al menos eso nos han enseñado. Jorge Ibargüengoitia (1928-1983) fue de los que no compartieron tal idea y optaron por desacralizar las epopeyas oficiales y sus protagonistas. Su obra es una sátira constante e irreverente de la historia de nuestro país, desde la literatura. Una vez que se lee a este escritor guanajuatense, se empieza a dudar de que México sea como nos lo han pintado todo este tiempo.

Los héroes no le temen al ridículo es un tributo con cuerpo de ensayo que el investigador Carlos Martínez Assad dedica a Ibargüengoitia, a treinta y cinco años de su muerte. Este libro, editado por la unam, recuerda puntualmente cuánto aportó el homenajeado a la humanización de los héroes nacionales. Su lectura encamina a dudar que las coordenadas históricas señaladas en compendios de gestas intocables estén bien colocadas.

Assad arranca desde el aniversario de los primeros cincuenta años del inicio de la Revolución. Revive con fechas y lugares exactos el ambiente de fiesta forzosa de aquellos días y empieza a delinear la participación honoraria de Ibargüengoitia como representante de la enérgica corriente revisionista que desluce los motivos del jolgorio nacional.

El microscopio enfoca entonces la obra de quien también fuera periodista y cuentista en aquella época: se pasa revista a sus albores como escritor para teatro, a sus puestas en escena, su nacimiento como novelista, las adaptaciones de dichas obras al cine y su punzante talento para arrastrar a próceres mexicanos y anécdotas taquilleras a los escenarios que (re)creó su pluma. Ibargüengoitia logró remasterizaciones con pizcas de ficción, sin tomar partido.

El lector de este libro será testigo de la demolición de anécdotas aceptadas por todos. Incluso se sumergirá en los micromundos teatrales de El atentado (1963) y La conspiración vendida (1980). También reconocerá algunos pasajes famosos (pero corregidos y aumentados) en las novelas Maten al león (1969) y Los relámpagos de agosto (1965).

En menos de ochenta páginas se aprende que el ridículo es un buen revés al heroísmo, que la corrupción es una característica frecuente de las deidades revolucionarias y que nadie escapa a la suspicacia de Ibargüengoitia. Al respecto, el escritor Juan Villoro apunta algo insoslayable: “sus bromas tienen una carga crítica, pero no ultrajante; en cierta forma, las burlas redimen a sus sujetos”.

Este libro no es un crudo análisis de contenido. Más bien, es una revaloración contextuada de la capacidad desmitificadora de Ibargüengoitia. Cuando termina de leerse, se comprende que la gloria es relativa; que sacudir el polvo del tiempo es un ejercicio sano y que los héroes no le temen al ridículo, porque nacieron siendo humanos.



La última noche en Twisted River,
John Irving,
Tusquets Editores,
México, 2013.

Aparecido en su idioma original en 2009, la traducción al español de esta que es la más reciente novela del célebre autor de El mundo según Garp y Una mujer difícil, entre varias otras, fue hecha por Carlos Milla Soler en 2010, mismo año en el que fue publicada en España y en México, simultáneamente. La presente edición, de bolsillo y parte de la colección Fábula, es de hecho una reimpresión. Valga la minucia editorial para indicar la prontitud con la que el trabajo de Irving es editado, vendido y, según todo parece indicar, leído. Al respecto, no es ocioso recordar que la fama –o al menos el favor mediático, que no por fuerza significa lo mismo– del también autor de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra, en buena medida se debe a que precisamente esta última novela es el origen literario en el cual se basó el filme The Cider House Rules, cuyo guión recibió el premio Oscar. Lo que está fuera de toda duda, más allá de orígenes de la celebridad y sus respectivos empujones cinematográficos, es la pericia de Irving para el desarrollo de historias de muy largo aliento, la estructuración de tramas complejas, la construcción de personajes con volumen y, en fin, el entramado de universos autosuficientes y redondos, que trascienden la necesaria eficiencia narrativa, absolutamente intra-literaria, y alcanzan el nivel de representaciones completas de grandes fragmentos de una época en particular o, vale bien decir, del espíritu de la misma. En el caso de La última noche…, ese universo espaciotemporal se ubica en el norte de Estados Unidos y abarca una cincuentena de años, casi hasta tocar el momento presente. Armada bajo las líneas básicas de un thriller, pero trascendiéndolas en virtud de la profundidad a la que hace llegar la historia tanto de los personajes como el retrato fiel del contexto en el que van moviéndose, la novela tiene por meollo la persecución o, mejor dicho, la auténtica cacería a la que son sometidos un padre y su hijo a partir de un accidente fatal.



Álbum Iscariote,
Julián Herbert,
Era/Conaculta,
México, 2013.

Poeta, novelista, cuentista, ensayista, antologador, y, por lo que indica su currículo, auténtico coleccionista de premios literarios –además de cantante–, Herbert es dueño, sin duda, de una de las voces más interesantes que actualmente pueden leerse en México. Canción de tumba, su novela más reciente, ha sido unánimemente aplaudida, y sólo ha venido a confirmar que los registros escriturales de este acapulqueño de nacimiento no son de los que se agotan en un libro, un estilo o, peor, un hallazgo creativo al cual aferrarse –como sucede con otros autores. Así lo comprobará el lector de este poemario, que sus propios editores califican como “desconcertante” y producto de “la búsqueda de un estilo”.