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Orlando Ortiz
Los puntos sobre las íes (I DE II)
Cuando por alguna razón aparece en una charla el tema de Benito Juárez o de las Leyes de Reforma, es inevitable que los antijuaristas –por reacción contra la historia oficial– saquen a colación, de inmediato, los tratados de McLane-Ocampo que, según ellos, es un episodio vergonzoso porque Juárez, a través de don Melchor Ocampo –en ese momento ministro de Relaciones Exteriores–, intentó entregarle a Estados Unidos el estrecho de Tehuantepec. Por lo tanto, según ellos, Juárez es un traidor a la Patria. Lo interesante es que nunca proporcionan mayor información sobre dichos tratados, y lo peor: los juaristas defensores de la causa liberal se quedan callados. Son incapaces de, por lo menos, preguntar a los detractores qué dice tal documento, y si lo hacen, es posible que la respuesta sea: “eran tan vergonzosos que el Congreso estadunidense los rechazó, por oprobiosos para nosotros (los mexicanos)”.
A lo largo de muchos años no he escuchado más argumentos en contra de los tratados que los ya mencionados, es decir, sólo descalificaciones mas no argumentos concretos. A veces se añade a la descalificación categórica: “si quieres más datos, lee al ingeniero Francisco Bulnes, ahí desenmascara a los liberales”. Estoy cierto de que quienes dan tal referencia no han leído a este autor y lo mencionan porque se lo escucharon a otros que seguramente tampoco lo leyeron…y así hasta descubrir en la raíz del prejuicio a un individuo de filiación conservadora, porfirista y con descendientes –en nuestros días– sinarquistas o panistas. Es de suponer, luego, que si no han leído a Bulnes, menos todavía a quienes explican el momento y el contenido verdadero del tratado de McLane-Ocampo, como por ejemplo: Fernando Iglesias Calderón, Genaro García, Hilarión Frías y Soto o Manuel González Ramírez, entre otros. Con lo expuesto quiero señalar cómo han sido únicamente prejuicios e infundios lo que hay detrás de la condena a este documento.
Robert Milligan Mc Lane |
Nunca se mencionan los antecedentes. Se calla, por ignorancia, omisión o con aviesas intenciones, que durante el gobierno de José Joaquín de Herrera, en 1851, se celebraron tres tratados con Estados Unidos, y uno de ellos le concedía a dicho país el paso por el Istmo de Tehuantepec; posteriormente, en el gobierno de Mariano Arista, se insistió en la importancia de realizar ese camino; cae Arista y llega Antonio López de Santa Anna, que firma varios convenios con Estados Unidos, entre ellos el que autoriza la construcción en el Istmo de Tehuantepec de un ferrocarril y de un camino de madera. Y, por si fuera poco, exonera a este país de algunas obligaciones contraídas con México en el Tratado de Guadalupe Hidalgo –que nos costó la mitad de nuestro territorio.
Benito Juárez es electo presidente y “hereda” los compromisos que los regímenes anteriores contrajeron con el vecino país del norte, en el que sobresale la concesión para construir dos vías de comunicación en Tehuantepec. Inicia la Guerra de Tres Años y en nuestro país hay, de facto, dos gobiernos: el constitucional de Benito Juárez, y el Tacubayista o conservador, presidido por Zuloaga. Don José María Mata se conduce con habilidad en Estados Unidos y consigue que el gobierno de allá reconozca al de Benito Juárez. Consecuencia de lo anterior es que el presidente estadunidense, James Buchanan, nombre a Robert McLane su representante.
Los vecinos estaban en plena actitud expansionista. Acababan de quitarnos la mitad de nuestro territorio pero querían más. Les interesaban Baja California y Tehuantepec.
La misión de McLane era, precisamente, conseguir la enajenación de dichos territorios a partir de los tratados anteriores que obligaban a la administración juarista. La amenaza era muy fuerte, al grado de que en mismo partido liberal había quienes señalaban la necesidad de lograr un acuerdo con los conservadores –modalidad decimonónica de la concertacesión de las postrimerías del XX–, antes de que nos llegara una nueva intervención; otros proponían la contratación de mercenarios extranjeros, a los que se les pagaría con tierras. Juárez y Ocampo no estuvieron de acuerdo con ninguna de dichas medidas. Para ellos, lo más conveniente era actuar por la vía diplomática y de alguna manera amortiguar –y retrasar– lo más posible la embestida de los “buenos vecinos”, pues era absurdo que estando en plena lucha en el interior del país, contra los conservadores, abrieran un frente más y contra un enemigo cuya capacidad de fuego, organización y ambición eran desmedidas.
Las negociaciones anteriores las había realizado don José María Mata pero, en esta ocasión, para darle mayor jerarquía a los acuerdos, Juárez le encomendó la tarea a don Melchor Ocampo, a la sazón Ministro de Relaciones Exteriores.
(Continuará)
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