os cambios constitucionales para el nuevo régimen petrolero deberían haberse sustentado en una robusta comprensión ciudadana y ser consistentes con nuestra historia y los reclamos de hoy para mañana. Pero no ocurrió así.
Lo que al final de cuentas hubo fue un elemental simulacro de democracia normal
, cuando lo que debía decidirse era fundamental y reclamaba de la más amplia y seria deliberación política. Pero no ocurrió así.
Los temas real o supuestamente complejos, que tienen que ver con nuestra capacidad de gestión de proyectos múltiples, la elección de tecnología y tecnólogos y la forma o formas de contratarlos o asociarnos con ellos, fueron extrañamente dados por sabidos o resueltos, sin hacer pública su dificultad y, sobre todo, sus implicaciones directas e indirectas sobre las finanzas públicas, el desarrollo local y regional o el del sistema científico y tecnológico nacional. Deberían haberse ventilado y abordado a fondo, con los expertos reconocidos y no sólo con los contratistas a modo. Pero no ocurrió asi.
¿Qué diablos ocurrió entonces? Que se impuso el más abusivo de los fast track imaginados y que, para adelante, sólo están a la vista el encono y la desazón, por un lado y, por otro, la incertidumbre sobre los términos reales del Gran Proyecto que el Gran Dinero tal vez festinó de más.
La reciente integración del diputado Beltrones al círculo de (malos) lectores de Octavio Paz, los filósofos del mexicano y hasta Samuel Ramos, podría ser sintomática de lo que ocurre: el gobierno y sus aliados en la coalicion gobernante de los recientes 30 años no tienen de qué agarrarse para convertir su gloriosa victoria en realidad económica, política e institucional triunfadora.
Seguimos perdidos en la transición que arrancara alla a lo lejos y ahora, con victoria cultural y todo, celebrada nada menos que por lo que presumía de priísmo ortodoxo, parecemos encaminarnos a otro extravio. Ésta vez en otra Gran transformación que al menor descuido nos puede dejar en la cuneta, sin tesoro escondido y sin cuarto para gastar mañana.
El gobierno y sus enjundiosos asociados nos han puesto ante mudanzas radicales en los órdenes político y económico mexicanos que, para ser eficaces, si es que son técnicamente potables como se presume, tendrían que contar con la seguridad de que la sociedad está convencida de que ese es el rumbo correcto, aquí y ahora. No parece ser este el caso, a pesar de las celebraciones y festejos.
La izquierda tendrá que hacer sus cuentas de lo ocurrido y lo que a ella le ocurrió. No son muy dados a ello sus contingentes y dirigentes, pero ahora es vital, para ellos y para el país. Lo que sigue, la letra chiquita y negrita, aloja al diablo, y no hay todavia mejor candidato para lidiar con Satán que el diablo mismo. Ojalá que pronto, los partidos y movimientos sociales que dan cuerpo y, a veces, sentido al vocablo izquierda asuman de una vez por todas que lo cortés no quita lo valiente, pero que esto último no excusa a nadie de buscar el mejor y más armado argumento.
Para que el cambio sea cierto y sólido, para el bienestar nacional y de los más, debe asentarse en una buena y nueva política de participación social y aprendizaje ciudadano en el diálogo y la consulta. Sólo así tendremos no sólo un nuevo régimen petrolero, energético o hacendario, sino un sistema político capaz de asegurar que sus promesas se vuelvan realidades, para dejar de ser el país rico poblado de pobres que hoy somos.