Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 13 de octubre de 2013 Num: 971

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Lichtenberg: sobre
héroes y estatuas

Ricardo Bada

La palabra, el dandi
y la mosca

Edgar Aguilar entrevista
con Raúl Hernández Viveros

Antonio Gamoneda: sentimentalidad oscura
José Ángel Leyva

El caso de la mujer azul
Guillermo Samperio

El rival
Eugenio Aguirre

Tecnología y consumo:
el futuro enfermo

Sergio Gómez Montero

Cárcel y libertad
en Brasil

Ingrid Suckaer

Máscara
Klítos Kyrou

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
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Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Desde el desierto y el destierro

Jair Cortés


Destiempo. Antología personal (2009-1992),
José Ángel Leyva,
UNAM,
2012.

Una antología personal es una relectura que el autor hace de sí mismo; no es un simple “corte de caja” ni una evaluación, sino un diálogo que entabla el poeta que es ahora con el poeta que ha sido a lo largo del tiempo. Tampoco es el tiempo el que decide todo, el autor pone de su parte para dar cauce a ciertas preocupaciones y plantear una poética que lo represente en su receptáculo “atemporal”: el libro. Toda antología se rige por un orden: cronológico o temático, formal o anecdótico. El autor selecciona sus poemas, acude a ellos como a una cita con viejos amigos, y esos amigos son él mismo; ¿cómo habrá de sentarlos alrededor de la mesa?

José Ángel Leyva (Durango, México, 1958) nos propone una lectura en sentido contrario, atendiendo a su “presente” como punto de partida para peregrinar hacia el origen, hacia sus primeras letras (publicadas). Juan Gelman nos dice, a propósito de Destiempo: “No es una antología. Es un libro. La muda rebelión de la niñez frente a la muerte sostiene esta voz continua que recorre con profundidad cabal la distancia entre la poesía y el poema.” Esa “profundidad” a la que alude Gelman es la que alcanza la voz poética de Leyva en cada poema incluido en Destiempo. Una poesía que contempla, describe, reflexiona y termina por indagar en la experiencia descarnada del hombre frente al paso de los días que vive desde el instante y desde la memoria: “El paso de la noche al alba, de la tarde al sueño: mediodía de un pueblo abandonado. Hurgas en el vientre de un cadáver. Carroñeas infancias.” La poesía de José Ángel Leyva es consciente del lenguaje, de sus efectos, potencializa todas sus propiedades: “El sol es una piedra lanzada a fondo/ de sus ojos/ En el abismo digital de la mañana/ la soledad suena profunda/ su ruido lejano se acerca seductor/ mancha que emerge de la almohada/ grito entre muertos y fantasmas.”

Juan Manuel Roca señala que hay dos temas fundamentales en la poesía de José Ángel Leyva: “Uno es la fuga de los días, otro es el tema de la ausencia. Desde esas dos instancias tan vecinas, establece un diálogo entre un tiempo mítico casi siempre adosado al tema de la infancia, y un tiempo cotidiano anclado en un presente despojado de grandezas.” Así, estas páginas son habitadas por el árbol genealógico en donde los abuelos, los padres, los hermanos vuelven a florecer desde la palabra que los convoca: “Mi abuelo tenía unos largos cuchillos afilados/ y un extraño silencio de sauce en las pestañas.” Y también Catulo, Cristo y Naguales aparecen como símbolos transfigurados en el decir poético de Leyva, quien atraviesa el desierto con sus mejores armas: una poesía que emociona por transparente y que es, a su vez, firme en sus andamiajes retóricos. Destiempo. Antología personal (2009-1992) es el libro de un autor que ya ha alcanzado la madurez y que se alza como uno de los autores fundamentales de la nueva poesía mexicana, cuya voz aprendió a florecer (como lo dicta la poesía) en el desierto y en el destierro.


Mitad de los cincuenta

Raúl Olvera Mijares


La Generación de la Ruptura y sus antecedentes,
Lelia Driben,
FCE,
México, 2012.

Juan García Ponce intentó caracterizar la que ha venido a llamarse Generación de la Ruptura (según Teresa del Conde) o bien Generación de la Apertura (según Vicente Rojo), en un ensayo póstumo dedicado a la memoria de Lilia Carrillo por medio de las siguientes palabras: “Ese reducido grupo de pintores que, desde la perspectiva actual, debemos considerar responsables del cambio que se mostró en la pintura mexicana a partir aproximadamente de la mitad de la década de los cincuenta. Ignoro si fue un cambio positivo o negativo. La pintura, a través de los que llegarían a ser sus creadores más representativos, se hacía eco de un cambio en el mundo y lo mostraba, como si de pronto la forma de la realidad, la realidad de la forma, hubiese estallado y los primeros en advertir su desintegración fueron los artistas.” Octavio Paz y Luis Cardoza y Aragón fueron otros tantos autores que se ocuparon de los hallazgos de esta generación. Un acierto es haber ofrecido un contexto suficientemente amplio, a partir de los tres grandes del muralismo mexicano (José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros), pasando por una serie de figuras de transición que fungieron también como precursores (Tamayo, Mérida, Gerzso, Goeritz y Paalen), luego vienen los maestros (Vlady y Juan Soriano) y después dieciséis pintores que ya son propiamente los integrantes, para rematar con Francisco Toledo.

Varios de los artistas abordados (Gerzso, Goeritz, Paalen) compartían cierto origen hebreo, el exilio, la persecución durante la última guerra. De hecho esta generación acogió a miembros extranjeros como Vlady (Rusia), Roger von Gunten (Suiza), Kazuya Sakai (japonés nacido en Argentina) y Brian Nissen (Inglaterra), eso sin mencionar la influencia del exilio español (Vicente Rojo y Alberto Gironella, cuyo padre era catalán), una época aquella bastante abierta para recibir las corrientes que llegaban del exterior. Algunos miembros, menos prominentes que José Luis Cuevas o Pedro Coronel, realizaron igualmente una obra de excepción si bien menos conocida, como Rodolfo Nieto, Tomás Parra y Enrique Echeverría, sin olvidar los nombres de Gilberto Aceves Navarro y Gabriel Ramírez.

Los hechos más destacables serían una serie de galerías (Prisse, Proteo, Juan Martín, Pecanins), la relación de amistad que existía entre varios grupos de artistas, uno sería Vlady, Gironella, Bartolí y Echeverría, otro sería Felguérez, Carrillo, Gerzso, un poco con la inclusión de Remedios Varo, Leonora Carrington y Alice Rahon. Es difícil hermanar un grupo de artistas plásticos que no era tan homogéneo como suele pensarse, de tal suerte que el año de nacimiento y los años de mayor producción parecen ser los criterios más sólidos, aunque también la des-marcación respecto de la escuela nacionalista mexicana, el acoger las influencias contemporáneas extranjeras y el afán de hallar una brújula en los parámetros formales de la pintura (dibujo, geometría, una paleta de colores).


La hermenéutica, instrumento para leer y vivir

Germán Iván Martínez


Hermenéutica analógica y ontología,
Mauricio Beuchot,
CIDHEM,
México, 2013.

En una de las páginas de éste, el libro más reciente de Mauricio Beuchot, se lee: “Nuestra filosofía actual está falta de vida, no alcanza a ser significativa para el hombre de hoy. Filosofía de salón de clases, o de cubículo de investigador, nuestra filosofía necesita llenarse de vida…” El autor tiene razón: actualmente una mayoría concibe la filosofía como mera especulación, ejercicio libresco y erudito reservado a curiosos. Pero la filosofía no sólo es abstracción sino conducción de nuestra vida.

En Hermenéutica analógica y ontología, Beuchot recurre a la historia de la filosofía para hallar en ella los cimientos de una escuela que él mismo funda: la hermenéutica analógica. Ésta se da en el entrecruce de lo literal y lo alegórico; es mediación entre lo metonímico y lo metafórico, lo estático y lo dinámico, lo ceñido y lo desmedido. Oscila entre la univocidad y la equivocidad, es proporción y equilibrio entre las intencionalidades del autor y el lector y, por ello, es dialéctica.

Beuchot estudia a dos presocráticos: Heráclito y Empédocles. Del primero dice que no puede ser entendido como el filósofo del puro devenir pues, al hablar del Logos, concibe éste como ley, estructura, medida y proporción. El eterno fluir no es azaroso o caótico sino ordenando y fundante. De Empédocles retoma la lucha implacable entre el Amor y el Odio, las fuerzas que moldean los cuatro elementos; y también la armonía universal que recogerán luego los estoicos. Éstos, dice, propiciaron la lectura alegórica e hicieron “lo humano análogo a lo físico”, al buscar “la mediación, el equilibrio proporcional, entre lo natural y lo cultural”.

El autor sienta las bases de una ontología dialéctica y analógica que haga posible coexistir el devenir y el ser. Revisa el pensamiento de Pascal, Leibniz, Vico, Kierkegaard y Nietzsche. Aborda el tema del nihilismo en la actualidad, no sin antes advertir que es éste un fenómeno añejo en la historia de la filosofía. Recurre a Heidegger y retoma la idea de que la técnica es enemiga de todo humanismo; y luego a Vattimo, para quien es necesaria una religiosidad nueva y diferente para salir del derrumbe moral en que se halla la sociedad actual. Luego explora la posibilidad de una metafísica poética al sostener que “la hermenéutica puede fungir como mediadora entre la poesía y la metafísica”, pues rescata la iconicidad del olvido y el desprecio al que la condenó la modernidad. Retoma a Gadamer, Ricoeur y Paz para subrayar la necesidad de dotar a la filosofía de simbolicidad.

Para Beuchot, la hermenéutica interviene allí donde hay polisemia y la analogía entraña la posibilidad de que las intencionalidades del autor, el texto y el lector converjan para decir un poco más de lo ya dicho. La analogía es, entonces, bisagra de significados; une lo unívoco y lo equívoco pero no es ni lo uno ni lo otro; es algo más rico, vivo y edificante.

En este libro el lector encontrará una crítica a Deleuze y una invitación a Badiou para repensar la función de la analogía y entenderla como mediación, entre, intersticio. Hallará una aproximación a la metafísica no nihilista de Agamben y las premisas que llevan al autor a pensar que es posible una hermenéutica analógica-icónica, que haga posible una forma no nueva pero sí distinta de hacer ontología; una más modesta pero a la vez más significativa.

Beuchot advierte que existe hoy un “mercado filosófico” vinculado a ciertas modas, pero nos exhorta a evitar que se haga de la filosofía una mercancía. Para ello enfatiza que la hermenéutica no es sólo un instrumento para leer sino para vivir.


Chimal, el internacional

Ricardo Guzmán Wolffer


Siete, los mejores relatos de Alberto Chimal,
Antonio Jiménez Morato (edición y prólogo),
Salto de Página,
España, 2012.

No sorprende que aparezca la primera recopilación española de cuentos de Alberto Chimal, ni que en España se diga que es “uno de los narradores más potentes, originales y excéntricos en lengua española”. Lo que sorprende es un prólogo en el que, primero, se le trate como si fuera un ser de otro planeta que está siendo presentado ante una sociedad de científicos, donde se explique qué es Toluca, cómo se puede apreciar un país después de leer a Paz y Monsiváis; y, segundo, termine por establecerse que, aunque es un autor joven, es un tradicionalista. Sorprende que se hable de Alberto como una maravilla llevada del Nuevo Mundo ante los ojos de los conquistadores (y conste que en el prólogo se denuesta la persistencia gringa en establecer parámetros mundiales, cuando, si acaso, lo serán de ese país); a menos que se trate de una justificante editorial, donde el prologuista tuvo que convencer a unos editores que, también sorprendería, desconocieran la obra de Chimal y no pudieran apreciarla. Y sorprende, porque bastaría leer a Alberto Chimal para establecer que, ciertamente, es un autor que merece ser recopilado y difundido fuera de México: como sucede desde hace años. En fin. Sea propicia esta edición para retomar la obra de este autor bien reconocido desde Gente de mundo; notable obra de la que el antologador no habla ni toma alguno de los muchos deleites ahí propuestos.

Los textos de esta recopilación no tienen pierde. Todos son buenos. Quizás el antologador debió mencionar la escondida, pero latente, vena cinematográfica de Chimal. ¿O sólo será una de las formas de recibir esta literatura multidimensional? En “Álbum” cuenta una cruenta historia sobre una niña más sangrienta que Charles Manson o cualquier sicario de los zetas, usando sólo el señalamiento de las fotografías o los objetos (cual chimalizado libro de Nick Bantock) que uno habría de ver en este terrible libro-objeto que daría pie a un corto fílmico donde nadie hablaría, salvo el contenido de esos terribles objetos o fotografías descritas por Chimal, a ritmo dark, suponemos. Los estudiosos de la obra de Alberto insisten en cómo sus textos dan en el subconsciente del lector por las fantasías que desarrolla, pero en pequeños cuentos como el de este álbum demoníaco que uno hojea, el espectador ineludiblemente es copartícipe al visualizar el objeto o la fotografía, cual catálogo de Ambrose Bierce en su historia infernal. Y es que Alberto hace sus videos sobre la intimidad del lector o lo remite a trabajos que son parte del imaginario generacional. En “Acerca del alma”, sin darnos cuenta, pasamos del padre amoroso al salvaje que encierra a su familia (cómo dejar de recordar El castillo de la pureza) en un lugar infecto, para luego darnos cuenta de que tiene una segunda familia, en peores condiciones.

Una merecida recopilación para un autor que seguirá dando de qué hablar.



Poetas mexicanos,
Begoña Pulido y José Ángel Leyva,
(selección y prólogo),
La Otra/Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 2013.

Muy difícil debió ser, para Pulido y Leyva, no la inclusión sino la exclusión de los poetas que no cupieron en esta antología, que se suma a las muchas recientemente publicadas; de hecho, el prólogo que antecede a la antología explica, tan detalladamente como a sus autores les parece necesario, las causas para obrar del modo en que lo hicieron, habida cuenta de que se trataba de jugar con las cifras: 20 poetas del siglo XX, ni uno más. Materia de controversia, como toda antología que se respete, ésta que, entre otras particularidades de elegibilidad, arranca con Pellicer, nacido en el XIX e incluido como no lo fue Chumacero, que comparte siglo, y cierra con Huerta –pero no Efraín–, aunque sí mete a Deltoro.



Tierra Adentro,
núm. 183,
Conaculta,
septiembre 2013.

Al menos dos motivos de celebración hay, con la aparición de esta entrega de la felizmente añosa revista fundada por Víctor Sandoval: uno, que su aparición ha pasado a ser mensual, y dos, que ahora es dirigida por el poeta, traductor, editor y amigo de estas páginas Rafael Vargas, quien al mismo tiempo es director general adjunto del Programa Cultural Tierra Adentro. Súmese un tercer motivo para festinar: la revista promete, a partir de ya, desde una plataforma digital activa y propositiva, “ahondar y abundar en los contenidos”. En cuanto a este último, no podríamos estar más de acuerdo con el del número 183, puesto que también creemos, muy firmemente, en la poesía. Se hallará el lector frente a un diverso puñado de propuestas, a cargo entre muchos otros de Sara Uribe, Dalí Corona, Ilya Kaminsky, Luis Vicente de Aguinaga, y Roberto Cruz Arzabal y Askari Mateos.