ras el fracaso del presidente estadunidense, Barack Obama, en su intento por sumar apoyos en la reciente cumbre del G-20 a una agresión armada contra el gobierno sirio –promovida a pesar de la multiplicación de indicios de que los ataques con armas químicas perpetrados pudieron ser realizados por los rebeldes que combaten al régimen de Damasco, y no por éste–, parecía inevitable, sin embargo, que el huésped de la Casa Blanca se embarcara en solitario en la ruta bélica en la que él mismo se había entrampado, fuera por falta de perspicacia en el terreno de la política internacional, por las presiones de los halcones de Washington y del complejo militar-industrial de su país –siempre ávido de nuevos escenarios bélicos en los cuales hacer negocios–, por intrigas del gobierno israelí o por una combinación de esos factores.
En una alocución característica de quienes optan por el retroceso en circunstancias límite y sin reconocerlo de manera expresa, Obama aceptó anoche, en cadena nacional, dar tiempo a la negociación en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU y a las presiones
, y aguardar a que una y otras conduzcan a la renuncia de los gobernantes sirios a la posesión de armamento químico. No obstante, dejó abiertas las puertas a lo que llamó un ataque militar limitado
contra objetivos de Damasco.
Afortunadamente, pues, la perspectiva de un involucramiento estadunidense en el conflicto sirio ha entrado en un compás de espera en virtud de la solución alternativa propuesta por la diplomacia rusa: que Washington desista, en lo inmediato, de sus afanes de bombardear objetivos gubernamentales en el país árabe, y que el gobierno de Bashar Assad se comprometa a poner sus arsenales de armas químicas bajo supervisión internacional.
Unas horas antes, el presidente francés, François Hollande, el único aliado importante de Estados Unidos que secundaba la descabellada intención de Obama –toda vez que el gobierno británico fue amarrado de manos por su Parlamento para unirse al ataque–, no tuvo más remedio que reconocer, por boca de su canciller, Laurent Fabius, la viabilidad de los cauces diplomáticos para enfrentar el asunto del uso de armas químicas en el conflicto.
Aun si en los próximos días los acontecimientos en torno a la crisis siria continúan por el curso de las negociaciones diplomáticas y se disipan los amagos de un ataque estadunidense, el epsiodio que tuvo como causa –o como pretexto– los ataques en las afueras de Damasco alterará de todos modos el equilibrio estratégico regional a favor de Israel: con un gobierno sirio privado de su arsenal químico, no habrá un poder disuasorio que haga contrapeso a las armas nucleares de Tel Aviv, y ello podría alentar, por un lado, el permanente belicismo del gobierno israelí y, por el otro, inducir a Irán a reorientar su programa atómico del propósito de generación de energía al de la fabricación de armamento nuclear, en un intento por restaurar el equilibrio militar en la zona.
En suma, si bien cabe saludar la perspectiva de disolución de las amenazas de injerencia estadunidense en una región y en un país ya sobrados de amagos bélicos y violencia, ello no significa que se haya avanzado en la solución de los conflictos de fondo. La guerra interna siria continúa y el Levante sigue siendo una de las zonas más explosivas del planeta.