Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Dos poemas
Lukás Theodorokópoulos
La fiesta del teatro
Mariana Domínguez Batis
Puebla, nuevo espacio nacional para el
teatro internacional
Miguel Ángel Quemain
Héctor Azar, el
hombre y el teatro
Jorge Galván
El tío vania de
David Olguín
Enrique Olmos de Ita
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Columnas:
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Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
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Felipe Garrido
Domingos
Nada era peor, cuando papá andaba fuera, y eso era seguido, que despertar el domingo. Los demás días, como fuera, nos íbamos al colegio y ella se iba al salón con su amiga. El domingo no. Nos repartíamos alrededor de la mesa; mi hermano, las niñas; podíamos bromear tantito, vacilar, reírnos... hasta que la oíamos bajar. Los domingos eran mamá, como le decíamos, refundida en su bata, mirándonos desde el fondo de todo lo que no tenía, deseando que nos muriéramos todos. Apenas entraba dejábamos de hablar. Si alguien tocaba un tema que le molestara podía cachetearlo. Teníamos que entender que también ese día estaba de malas. Que lo que dijéramos no le iba a caer bien y mucho menos nos iba a hacer bien a nosotros. Íbamos quedando cada vez más quietos, en derredor de la mesa, mirándonos, en silencio, sin atrevernos a respirar, para adivinar qué quería. Y lo que quería era jodernos mientras el desayuno se alargaba, se alargaba... Yo me acuerdo bien. |