Número 197 |
Joaquín Hurtado Adiós, licenciado, adiós Aquí apesta desde que usted llegó a su puesto, licenciado. Desde un primer momento le dijimos que no se metiera con los chavos que se la tronaban en los campos de fut, porque no pasaban de ahí. Juro que se lo advertimos, licenciado. Recuerde que lo llevamos a conocer los verdaderos problemas. En la colonia es fecha que no tenemos prepa, transporte, agua entubada, calles pavimentadas, ni clínica para los enfermos que se nos viven muriendo de diarreas curables. Usted no hizo caso. Se le puso aplicar un correctivo ejemplar contra los adictos. Primero mandó un pelotón de ministeriales nomás para hacerse el valedor. Donde nunca venía la policía, siendo un barrio pacífico y unido, de pronto aterrizó un helicóptero y un convoy con uniformados como si fueran a un desfile. La poli echó rialada. Levantó parejo cuanto chaval encontró a su paso. ¿A dónde fueron, a quiénes los entregaron, qué hicieron con ellos, qué nuevas artes les enseñaron? Nadie sabe. Aunque alguien supiera, desde que usted tomó aquella decisión, ya no pudimos hablar. Enmudeció hasta la luna que ya era de suyo tan callada. Usted le llamó guerra al uso entercado de las armas contra los fantasmas. A los tres adictos del barrio les dejó caer la fuerza de los judiciales más malditos, por eso los tres chavillos que no hacían otra cosa que robar aguacates y pedir fiadas las caguamas para calmar la calor, se transformaron en el vivo diablo. Desde entonces las cosas se nos pudrieron. Después de unos años los tres regresaron en trocas blindadas y fusiles potentes. Ya no eran nomás los pomeros que pedían un taco para malpasar la canija hambre. Ahora tenemos que llamarles Los Señores. No vinieron solos, trajeron su propio pelotón. Puros mocosos que portan armas de grueso calibre, modernos aparatos y se hablan en clave. Con números y letras que significan cosas harto peligrosas, licenciado. Ahí tiene a Frijolillo, “M-24” que trafica chamaquitas del sur y las explota en los congales de la frontera. El Negrito es el “R-15”, extorsiona, secuestra y pasa billete a los políticos de su círculo, licenciado. El Chapulín se vino a parar afuera del tendajo de la Nicolasa y le dijo: “Ahora yo soy la ley, me van a llamar Comandante Z-80 y van a distribuir lo que yo les ordene, o les doy piso”. Y dejó unas ristras de sicotrópicos. Aquí ni sabíamos qué clase de medicinas eran aquellas píldoras. Por el nombre creíamos que era algún producto del trópico. Así empezó la ruina. Ahora no paran de llegar gentes extrañas. Hay plomazos hasta en la iglesia. Los chiquillos se inyectan veneno para ratas. Muchas familias se desmoronaron en la indigencia. Algunas casuchas se convirtieron en palacios rodeados con altas tapias, guaruras, cámaras de televisión y albercas climatizadas. También llegaron mujeres muy elegantes, rubias, de ojo verde que hablan idiomas de las lejanas Europas. Uno sólo ve pasar aquellos lujos desde la jodidencia. No niego que el barrio se nos alegró un poco con el dinero malhabido, flamantes vehículos, y unas ráfagas que truenan a placer en los cielos polvorientos. Mas luego llegaron los cuerpos. Y apareció la humadera jedionda de las gentes achicharradas atrás de los campos. Los Señores nos dijeron que no nos preocupáramos, que esas gentes eran mugrosos soplones, traidores, gente malita, de la contra. Una noche sí y la otra también oímos con el gaznate hecho maraña la gritadera de hombres y mujeres desollados. Luego llegaron los militares y la cosa se complicó más feo. Ya se oyen rumores de que han empezado a desaparecer muchachitas de las nuestras, niñas de primaria, licenciado. Y este olor infame de carne humana tatemada que no se ha ido, que traemos pegado en el alma. Todo apesta mucho más ahora que usted se va. Yo le pido a nombre de todos que nunca vuelva por acá. |
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