Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Museo de la Memoria
de Rosario: el derecho
a
la dignidad
Rubén Chababo
Bryce y el Premio FIL
Marco Antonio Campos
Ganar el “Nobel
de los chicos”
Esther Andradi entrevista con María Teresa Andruetto
El placer en la trampa
de la postmodernidad
Fabrizio Andreella
Retratos de
Álvarez Bravo
Vilma Fuentes
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Columnas:
Perfiles
Neftali Coria
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ilan Stavans
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
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Cabezalcubo
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Rogelio Guedea
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El maestro del pueblo
En los pueblos olvidados como éste siempre hay un profesor: el Maestro. El nuestro vive frente a esta humilde casa. Para hacer su personalidad aún más espectral, el maestro tiene un puesto de revistas y, así yo lo creía, una librería. Lo creía porque desde que llegué aquí vi libros doctos debidamente acomodados en un viejo librero a espaldas del mostrador. Hace un rato crucé la calle y entré en su negocio para ver si compraba uno. El Maestro me dijo: esos son mis libros personales, que leo y releo en mis horas de ocio, y alzó la ceja izquierda. Estiré el pescuezo y vi algo de Martín Luis Guzmán, Azuela, incluso Reyes. Maestro, le dije: ¿cuál me recomienda?, y recorrí de un plumazo la hilera de libros. ¿De éstos?, preguntó. Sí. Ahora verás, dijo el Maestro. Se dio la media vuelta, estiró la mano y escarmenó. Sacó uno de atrás de la hilera que hacía de fachada y lo dejó caer en el mostrador: el libro era Un grito desesperado, de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Esto es lo que tú necesitas, sentenció. Sentí un ligero mareo, pero me repuse. Estiré las comisuras y dije gracias, regresando por donde vine. |