Número 194
Jueves 6 de Septiembre
de 2012
Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER
Directora general
CARMEN LIRA SAADE
Director:
Alejandro Brito Lemus
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Joaquín Hurtado
Chavela
Desde muy chico yo las aborrecía, rehuía acercarme al estilo hombruno de las Lolas Beltrán o Luchas Villa. Me recordaban el universo atroz de mi rama familiar que provenía del Bajío. En la gran ciudad de los setentas, los Hurtado todavía usaban sombreros de ala ancha, botas matavíboras, cinturones pitiaos y se mofaban de los amaneramientos de quienes nunca habían montado a caballo, mucho menos ordeñado una cabra.
-¿Y Joaquinito ya aprendió a lazar novillos?
Mi madre respondía apenada que todavía no y de inmediato mis tías sureñas la reprendían: pos si no le apuras se te va a hacer mariconcito. Y las malditas soltaban una rasposa carcajada. Esas tías sabían tomar tequila, jugar a las cartas, cantar corridos y fumar cigarros sin filtro. Yo mismo les compraba sus Faros. De la vieja tía C. me consta su gusto descarado por las hembras nuevitas.
Cuando ya adulto conocí la voz de Chavela Vargas por mi querida y refinada amiga Laura, casi me suicido. Esa vez Chavela llegó puntual hacia la alta madrugada del sábado, entre los vapores sagrados de un álbum de cidis importados de ¡Barcelona!, que nadie más podía tocar ni mucho menos hacerlos buenos en el estéreo Panasonic. La noche se iba y se llevaba las estrellas que habían presenciado aquella peda magistral. Para esa hora el puñado de travestis, lesbianas, gays y mayates se había reducido al exclusivo coto de los bohemios. Los demás se iban a la putería en las discos y calles y sólo unos poquitos nos quedábamos en el depa a seguir chupando, chillar, besuquearnos, dilapidar la amistad, fumar sin filtro y escupir al suelo como mis tías. Todos nos estábamos muriendo de amor o de sida. Teníamos veinte años menos y muchas menos esperanzas de sobrevivir a la peste de la mariconada. Entre humo de tabaco, cheves y borrachos dormidos en el departamento de Laura, solía terminar nuestra agitadísima semana de activismo humanitario. El vozarrón de Chavela nos reconciliaba con los linderos del México violento, rezandero, intolerante y machista que tanto combatíamos de lunes a sábado. Laura me enseñó a apreciar otro José Alfredo Jiménez detrás de las rajaduras desafinadas de Chavela. Así me curé aquel espanto desarrollado en mi más remota infancia entre tironeos homofóbicos amenizados con canciones campiranas. De alguna manera matábamos a los Pedros Infantes y a todas las charras cantoras con discursos y consignas copiados en los Act up de San Francisco, Nueva York o Londres. Estábamos en plena génesis de las primeras células de resistencia cultural y política lésbica-gay en este ranchote industrial llamado Monterrey. Aquellos actos suicidas de rebeldía cachonda del arcoíris de la serodiversidad luego se fueron diluyendo entre tecnicismos y apelativos mamones, asépticos y burocráticos. En aquel tiempo sólo éramos un montón de marimachas y jotillas jodidas con muertos aún frescos por la masacre del vih. Por eso Chavela Vargas y mi lucha contra el sida están tan juntos en estos recuerdos. Ponme la mano aquí, Macorina…
S U B I R
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