Número 192
Jueves 5 de Julio
de 2012
Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER
Directora general
CARMEN LIRA SAADE
Director:
Alejandro Brito Lemus
|
|
Thierry Jaillet*
Homoparentalidad y la Iglesia
En pocas semanas, el gobierno francés llevará a la práctica uno de los compromisos del candidato Francois Hollande: la apertura al "derecho al matrimonio y a la adopción para las parejas homosexuales". Se trata de un acto de justicia. Como católico practicante y comprometido lamento que mi Iglesia, o al menos su parte institucional, vaya a pronunciarse contra esta medida de sensatez y equidad. Desde 1968 y la encíclica Humanae Vitae que condenaba la contracepción y la interrupción voluntaria del embarazo, estamos acostumbrados a que el alto clero se ocupe más de nuestra sexualidad que de la espiritualidad.
Como la mayoría de los franceses están a favor del matrimonio homosexual, el ángulo de ataque de los opositores moralizantes y más o menos homofóbicos, será la homoparentalidad. ¿Se dan ustedes cuenta –parecen decir–, acaso es razonable que estos pobres niños crezcan sin un referente materno o paterno? Pero despierten hermanos míos, 2.8 millones de niños viven ya en el seno de una familia monoparental, y su único pariente, por lo general una mujer, es, en la mayoría de los casos, heterosexual.
Además, 40 mil niños viven ya con dos padres homosexuales, y no se ha detectado en ellos trauma psicológico. Los educadores serios lo saben: las dificultades de los infantes no provienen de la orientación sexual de sus padres, sino de sus recursos financieros, de su nivel de estudios y de su integración en la sociedad. Pero no es con estos argumentos de razón simple con los que se podrá convencer en este asunto. La homoparentalidad molesta, se teme falsamente que sea hereditaria, contagiosa y fatal para la especie humana.
Desde el nacimiento de Cristo sabemos que la única filiación que cuenta no es ni sexual ni reproductiva, sino adoptiva. José y María se vuelven los padres de Cristo porque lo aceptan como hijo, aun cuando su relación sexual no lo haya concebido. De haber sido José una mujer, Cristo igual habría sido encarnado. También nosotros, en calidad de padres, declaramos a nuestros hijos ante el registro civil, los adoptamos ante los ojos de la ley y de la sociedad, y nos comprometemos a velar por su educación. Pero con el Evangelio vamos mucho más allá que el simple jugar al papá y a la mamá. Con la familia hacemos que la humanidad entera sea todavía más grande.
Reconocemos a Jesús hijo del Dios Vivo (Mateo 16, 16), y nos llamamos hijos de Dios y hermanos de Jesucristo, ya sea que hayamos salido de los testículos de un padre homosexual, del útero de una madre alquilada, de una probeta o de la Asistencia Pública.
Lo importante es que la sociedad en su conjunto se ocupe bien de los niños, los eduque, y los considere por lo que son ellos mismos, no sólo como los hijos e hijas de sus padres, heterosexuales o no. Hablando siempre en términos laicos, esto quiere también decir que los jóvenes deben estar asociados desde la edad más temprana a la vida de la ciudad, como futuros ciudadanos. Desde esta perspectiva, la homoparentalidad ya no es un problema. El desafío verdadero es garantizar juntos una parentalidad colectiva, consensuada, integradora y democrática: una socioparentalidad.
La Iglesia construyó su visión de matrimonio para asentar su poder sobre la sociedad, pero también para asegurar el lúcido consentimiento de los cónyuges, impedir los matrimonios forzados por razones patrimoniales, limitar la trata de mujeres, abolir el repudio y garantizar a los niños un mínimo marco educativo. Las sociedades modernas y democráticas se encargan hoy de estas protecciones y garantías. La apertura al derecho al matrimonio y a la adopción a parejas homosexuales es la última etapa en esta lenta evolución.
La Iglesia que en el bárbaro siglo IX se hizo cargo del estado civil y la reglamentación matrimonial, asiste hoy a la conclusión total de su papel administrativo y civil. Lejos de cuestionar el matrimonio y la filiación, el matrimonio homosexual libera definitivamente a la Iglesia de sus preocupaciones en materia de gestión cotidiana de la sociedad y le permite toda la libertad para concentrarse en la difusión de su mensaje espiritual.
________________________________
* Ensayista católico
Versión editada. Tomado del diario francés Le Monde, 5 de junio 2012.
Traducción: Carlos Bonfil.
S U B I R
|
|
|
|
|