o es el museo más ad hoc para mostrar pinturas de dimensiones murales realizadas por 26 participantes, pero hay que agradecer su visibilidad en esta ciudad.
El recinto más apropiado quizá hubiera sido el Museo Universitario de Ciencias y Arte (MUCA), anexo a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se realizaron los trabajos de mayores dimensiones.
Lo es, no sólo por eso, sino porque tal generosísimo recinto se presta a ser acondicionado de acuerdo con lo que aloja, y es uno de los mejores espacios museográficos destinados a exposiciones con los que cuenta no sólo la UNAM, sino otras instancias como las de los museos del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Excepto la pieza de Ilse Gradwhol, todas se exhibieron por primera vez en las aireadas tres plantas del Museo de Arte de Hermosillo, Sonora, donde algunos pudimos verlas. Es inquietante la manera en que los ámbitos de exhibición y la museografía cambian la percepción de los espectadores.
Por supuesto que el proyecto del empresario Sergio Autrey, quien, quiéralo o no, resulta ser curador
del mismo, tiene sus asegunes y ha producido apreciaciones críticas, muchas expresadas sólo en forma verbal, que por cierto no han involucrando los sentires de los propios participantes sobre las obras integradas.
La pintura peor exhibida de todas –se corre el peligro de pasarla por alto– corresponde a Roberto Turnbull y es un trabajo limpio, vitalista
, de buen efecto, según mi criterio. Quizá ese sitio debió ser permutado por el que ocupa el trabajo, muy acelerado Daydream, de Mauricio Sandoval, de quien he visto piezas mucho mejores. Puede argüirse que el título que le puso es acertado y que un ensueño infantil debe así ser expresado.
Es notable la variedad de comentarios (no positivos) que se han manifestado acerca de esta obra en lo particular, aunque también los hay de muchas otras.
Sin citar los nombres de quienes los han esgrimido, diré que un artista señero, de buen ojo, quizá híperexigente, versado en museografía y curador de exposiciones, ha dicho que el conjunto con escasas excepciones es lamentable
.
Refirió como excepción respetable
las Palomas asesinadas, de Miguel Ángel Alamilla, cuya pintura, expuesta a contraluz no arroja sus mejores características durante una visita matutina, sin reflectores, pero con buena iluminación natural. Otra excepción a su juicio es, por su finura de ejecución, Vuelo de semillas, de Irma Palacios.
Creo que el mejor tiro visual, casi inexistente en la mayoría de los casos, lo ofrece, no completa, la obra Lección de anatomía, de Arturo Rivera. Esta misma obra no se apercibió igual en el contexto que propuso Carlos Ashida en el Museo de Hermosillo. El hecho de que, a distancia, pudiera verse desde lejos una escena obstruida de lo allí representado, le confirió misterio.
La casi nula distancia con la que puede verse Panorama paraíso, de Luis Argudín, permitió calibrar detalles efectuados con modalidad hiperrealista, como la naturaleza muerta, los peces o el loro que allí comparecen y que contrastan con la hechura suelta, tipo telón de teatro, que le es propia y que involucra también los tiesos desnudos allí representados, que parten de estupendos dibujos del mismo autor.
Hay dos obras que están entre las que mejor lucieron tanto en Hermosillo como aquí. Corresponden respectivamente a Gabriel Macotela y a Alfonso Mena Pacheco, que se llevarían probablemente premio de jurado
si eso existiera. Cercana a esta última se encuentra otra pieza que guarda buen consenso entre quienes la han visto, es trabajo inteligentemente pensado y cuidado, sin ser por eso preciosista
: Rampa, de José Castro Leñero.
Tres obras realizadas por artistas mujeres –son cinco en un conjunto de 26 participantes– guardan gran consenso entre la mayoría de quienes han comentado los resultados del proyecto. Se trata de Después de la lluvia, de Magali Lara, en tres secciones, conjunto no sólo llamativo, sino inteligentemente pergeñado, orquestado en rojos. Es vecino al friso de Ilse Gradwhol en dos secciones: una en ultramar, la otra luminosa, en claros sobre claros, como es su usanza.
El agua
sobre la que navegan las naves fellinianas en Errantes, de Manuela Generalli, es tipo Manet, la contrastada composición de su cuadro es efectiva, como lo han sido otros paisajes de su autoría.
El enunciado que ostenta una mampara es perfecto. Las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan
.
Dan ganas de preguntarle a don Sergio cuáles son unas y otras, pero no habría respuesta.
Se trata de una moción global
que parte del siguiente presupuesto: libertad de idea y ejecución en formato grande, sin aparente curaduría o lineamiento previo de ningún tipo.
Esta nota incompleta, tiene por objeto alentar la visión de Akaso, pues será difícil volver a conjuntarla en esta misma ciudad.