a producción, distribución y venta de drogas están determinadas (y motivadas), como en toda mercancía, por la ganancia. Si las drogas legales son negocio para las empresas farmacéuticas establecidas, las ilegales o prohibidas son más lucrativas, tanto más que quienes se dedican a éstas arriesgan su vida todos los días y envuelven su actividad con el manto del crimen y la complicidad siempre corrupta en la esfera estatal.
James Mills escribió que los habitantes de la Tierra gastan más dinero en drogas ilegales que en comida, incluso más del que gastan en vivienda, ropa, educación y atención médica. En 1986, cuando apareció su libro The underground empire, where crime and governments embrace (El imperio subterráneo, donde crimen y gobiernos se abrazan), Mills afirmaba que la industria internacional de narcóticos es la mayor en el mundo y que su renta anual es superior a medio billón de dólares, más que el producto interno bruto de media docena de las naciones más industrializadas. Y añadió que, para tener una mejor idea de lo que significa la ganancia de esa industria, un millón de dólares en oro podría pesar tanto como un hombre alto, mientras que medio billón de dólares podría pesar más que la población completa de Washington, DC. De lo anterior, Mills concluyó que no se trata en realidad de una industria, sino de un imperio, un imperio subterráneo poderosísimo que ha involucrado e involucra a gobiernos y a empresas privadas aparentemente legales, o legales. Si así era la realidad de las drogas en 1986, ¿cómo será ahora, 25 años después?
Este imperio descansa en el hecho de que sus mercancías son ilegales y, como todo producto mercantil, entre más demanda de drogas exista más beneficios les corresponden a quienes se dedican a ellas, sean productores, distribuidores, vendedores callejeros o sus cómplices en los medios policiacos, militares, aduanales, bancarios y hacendarios, a quienes algo les toca, aunque sea por hacerse de la vista gorda.
Querer acabar con ese negocio es tan difícil, por no decir imposible, como querer erradicar la industria de las armas o poner fin a la prostitución. Legales o ilegales, siempre tendrán demanda, y entre más prohibidas sean más desarrollarán su mercado negro y, con éste, el crimen organizado que está compuesto por empresarios grandes, medianos y pequeños que no por ser ilegales dejan de cumplir una función en la formación de capital, en su concentración y en su circulación.
Querer despenalizar el uso de drogas, como han dicho algunos ex presidentes, es en principio un problema de salud y de presupuesto para atender a los adictos. Si se legalizaran las drogas, en cambio, las venderían las farmacias, éstas determinarían el precio y los que comercian con ellas clandestinamente se verían en serios problemas, como ocurrió con la legalización del alcohol después de su prohibición (las mafias tuvieron que cambiar de giro, por lo menos en relación con las bebidas alcohólicas).
¿Aumentaría el número de consumidores si las drogas ahora ilegales se vendieran en farmacias? No necesariamente, pero si fuera el caso, entonces entrarían las políticas de gobierno para prevenir su uso o curar a los adictos, como se intenta en la actualidad con el consumo de tabaco, con una ventaja adicional: que la comercialización de las drogas ahora ilícitas reportaría impuestos gigantescos si fueran legales. Si los 20 millones o más de adictos regulares de Estados Unidos quisieran drogas producidas o comercializadas en México, que vengan y las compren. Más divisas para nosotros, y que ellos resuelvan el problema de sus adictos y no los mexicanos, como está ocurriendo con las políticas de Calderón. ¿Habría contrabando? Sin duda, pero de aquí para allá, al revés de lo que ocurre con las armas que vende Estados Unidos y se contrabandean en México, mucho más caras y que sirven sólo para quienes tienen mucho dinero y les interesa comprarlas (para combatir a policías, marinos y soldados que los persiguen).
Si se legalizaran las drogas ilegales (perdón por la repetición: iba a escribir dañinas, pero casi todas las drogas, legales o ilegales, de venta libre o controlada, son dañinas o tienen daños colaterales), los narcotraficantes perderían una parte muy importante de su negocio, tendiendo a desaparecer, entonces dejarían de comprar armas en Estados Unidos pues no las necesitarían si se dedican a otra cosa (pues la prostitución es semilegal o, si se prefiere, tolerada). A partir de ahí disminuiría el lavado de dinero y la parte de la corrupción gubernamental asociada a las drogas. Los soldados y los marinos dejarían de patrullar calles y carreteras ilegalmente, y los asesinatos por ajusticiamiento y por fuegos cruzados (o no) disminuirían, y todos muy contentos.
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