Opinión
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Ganadores y perdedores en 2010
U

na de las principales lecciones que nos ha dejado 2010 es que la crisis económica no ha terminado. Desde mediados de 2009 casi todas las economías lograron detener la recesión y con dificultades empezaron a crecer. Parecía que tras un semestre de altibajos 2010 sería el año de la consolidación económica. No fue así. La crisis continuó, expresándose en una abierta contradicción entre las necesidades de las poblaciones de países con mecanismos de cobertura social extendidos, determinados por las responsabilidades del estado de bienestar, y los requerimientos de unos mercados que exigían la reducción de la deuda pública.

La nueva etapa de esta crisis arrancó con las dificultades griegas de febrero de 2010 que terminaron con el rescate de mayo, y la creación de un fondo europeo para enfrentar dificultades de otros gobiernos de la Unión Europea. Los mercados ganaron con el rescate, ya que demandaron mayores intereses para seguir financiando a Grecia y la Europa del euro les garantizó el pago, confirmándoles que habían jugado bien. Los perdedores fueron los de siempre: asalariados públicos y privados, jubilados y receptores de beneficios sociales fueron castigados con recortes a esos programas para amainar la furia de grandes inversionistas, a los que llamamos mercados.

Este triunfo de los mercados los llevó a continuar el ataque. Los golpes se concentraron en Portugal, Irlanda y España. La razón en cada caso era distinta. Pero lo que les unificaba era que las necesidades financieras de sus sectores bancarios, junto con las de los gobiernos, sumaban montos importantes a financiar en los mercados internacionales. En todos los casos se elevaron las primas exigidas, lo que obligó a aumentar los intereses a esos grandes inversionistas, recursos de esos países que antes se dedicaban a la protección social. El ataque de los mercados al forzar programas de austeridad redistribuye recursos destinados a la sociedad para dárselos a los inversionistas.

Cuando se gana con una estrategia hay que persistir en ella. Eso hicieron los mercados, concentrando en septiembre el ataque en Irlanda. De nuevo las primas de riesgo aumentaron luego de los cambios en las calificaciones asignadas por las agencias. De nuevo los gobiernos de los países del euro decidieron rescatar al gobierno irlandés, obligándole a aplicar un draconiano programa de ajuste, que afectó significativamente a la población. Otra vez los mercados se quedaron con los recursos públicos que se destinaban a sectores sociales afectados por la crisis.

Los gobiernos de izquierdas de Portugal y España exigidos por esos insaciables mercados vieron cómo se incrementaba su prima de riesgo, de modo que el fondeo se encarecía inexorablemente. Había que pagar más intereses, pero el gasto público no podía aumentar debido a que el déficit fiscal debía reducirse porque los mismos mercados lo consideraban alto. Así que para pagar más réditos había que reducir el gasto social. Las izquierdas portuguesas y españolas hicieron ajustes típicos de las derechas: primero los mercados, y después, cuando se pueda, las necesidades de sus poblaciones. La responsabilidad ahora es con los mercados, no con la gente.

Esta brutal redistribución del gasto público desde la atención de necesidades sociales hacia requerimientos de grandes inversionistas fue respondida con movilizaciones, paros y huelgas. Las grandes ciudades europeas vivieron jornadas extraordinarias de resistencia social a las medidas planteadas por gobiernos y aprobadas por los parlamentos, expresando una brutal contradicción de la democracia representativa. La resistencia, sin embargo, constreñida por los límites de la acción social en democracia resultó absolutamente infructuosa.

En Francia, Grecia, España, Portugal, Gran Bretaña, Irlanda e Italia las decididas expresiones de resistencia fueron contestadas por sus parlamentos con la aprobación de las medidas propuestas por los gobiernos. Las huelgas limitadas a cierto tiempo, ciertos sectores, manteniendo servicios, no parecen servir para obligar a que los gobiernos recuerden su responsabilidad social. Si los métodos de lucha se mantienen, la resistencia será infructuosa y los mercados seguirán beneficiándose de las dificultades.