Miércoles 15 de diciembre de 2010, p. 5
La música después de la música: al unísono, aplausos y abucheos. La tarde del domingo 5 de diciembre, cuando el elenco que encarnó Fidelio, ópera única de Beethoven, se turnó el proscenio para someterse al escrutinio público, en lo que los clásicos denominan el aplausómetro
, se escucharon por igual aclamaciones que silbidos desaprobatorios. Los primeros premiaban a los cantantes que consideraron merecedores de ovación. Los segundos exclamaban su desagrado ante un montaje innovador, fresco, audaz. Operófilos y operópatas (término inventado por Juan Ibáñez para señalar a quienes escuchan ópera con las patas
) celebraron la vuelta a casa, el retorno al hogar, en medio de una crisis cultural y social donde ronda la sombra ominosa del control autoritario.
Y precisamente ese punto fue el que tocó el director de escena, Mauricio García Lozano: el estado policiaco, la brutalidad del poder. Inclusive llevó al extremo la metáfora a lo universal: una parodia de las escenas de Abu Ghraib, donde soldados someten a presos políticos.
Fue el retorno también entonces del teatro a la ópera, que inició precisamente Juán Ibáñez, con Ludwik Margules y Juan José Gurrola, hace apenas unos lustros en el mismo coso bellasartiano.
El trabajo del escenógrafo Jorge Ballina cumplió la orden de las autoridades: lucir la mecánica teatral recién instalada. Y fue muy divertido entonces el subibaja continuo de rampas a la menor provocación, y el temor de que en plena escena se les volviera a atorar el bastidor que en días anteriores causó estropicios.
El acomodo a toda costa de la fecha política para reinaugurar Bellas Artes, en conmemoración
de la gesta revolucionaria, sigue pasando factura: los problemas, debido al apresuramiento, van de los malentendidos al silencio oficial a, sobre todo, la desazón de los técnicos de Bellas Artes, que se sienten ofendidos
porque los acusan de no saber usar tecnología de punta. Cara remodelación.
Polémicas, las bellas artes.