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De la nada a la nada
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Clara Aparicio de Rulfo y Claudia Rulfo, c. 1949Foto Juan Rulfo
 
Periódico La Jornada
Sábado 30 de octubre de 2010, p. 4

Del contenido definitivo de la novela El gallo de oro, de Juan Rulfo, establecido por la fundación que lleva el nombre del escritor jalisciense y publicada por el sello editorial RM, La Jornada reproduce para sus lectores el texto, hasta ahora inédito, De la nada a la nada (Sinopsis), gracias a la generosidad de la señora Clara Aparicio de Rulfo

Relata la Historia de un hombre pobre llamado Dionisio Pinzón, quien al mismo tiempo está imposibilitado para trabajar por tener un brazo mutilado, por lo cual se dedica al oficio de pregonero en un pueblo remoto de México. En cierta ocasión, y como también era utilizado como gritón en el palenque, le obsequian un gallo medio muerto. Ayudado por su madre, una mujer anciana y enferma, entierran al gallo en un pozo, dejando sólo la cabeza de fuera. Los esfuerzos que hace Pinzón para revivir el gallo son al fin compensados, pero cuando esto sucede su madre muere. Como quiera que no tiene ni con qué comprar el ataúd, rompe las tablas podridas de la puerta de su casa, haciendo una especie como de jaula, llevándola sobre sus hombros al camposanto. La gente del pueblo, creyendo que lleva a enterrar algún animal muerto, hace burlas de Pinzón, el cual decide abandonar el pueblo para siempre acompañándose de su gallo dorado.

En esta forma recorre largos caminos y varios pueblos careando su gallo en las ferias donde se celebra algún palenque. Va desde San Juan del Río hasta Chavinda, y de allí se presenta en Aguascalientes para después ir a Rincón de Romos, ganando en todos estos sitios las peleas. En Aguascalientes conoce a una cantadora apodada La Caponera, por el arrastre que tiene con los hombres. Es una mujer alta y bragada que al mismo tiempo canta con gran sentimiento entre una y otra de las tapadas, y que sabe despreciar o querer a quien ella quiere. Al terminar la fiesta sacando su gallo vencedor, se encuentra a un tal Colmenero, acompañado de La Caponera que al parecer es su amante. Aquél es un hombre típico de los Altos, trajeado con vestido de gamuza y que impone con sólo su presencia. Se sientan a refrescarse el gaznate en un agachado característico de los que se instalan en las ferias. Al ver a Pinzón, que está sentado muy cerca de ellos, se dirige a él con voz altanera ofreciéndole comprar el gallo dorado. A lo cual Pinzón responde que no está en venta. El alteño, valido de su riqueza, insiste una y otra vez, hasta que viendo lo inútil de su ofrecimiento le propone hacer un trato que sólo los galleros con mucho conocimiento conocen, uniéndose para convencerlo las palabras de La Caponera. El Pinzón, a pesar de todo, no acepta, ya que piensa no hacer trampas con su gallo al que le tiene plena confianza. Con todo, en el palenque de Tlaquepaque el dorado cae muerto al enfrentarlo con uno de los de Colmenero. Allí pierde lo que había ganado hasta entonces. Trata de reponer algo con los albures, pero vuelve a perder. Desde donde está oye el barullo de la plaza de gallos. Y ya va de retirada cuando siente sobre su hombro la mano de La Caponera. Ésta le presenta un paliacate repleto de pesos y lo obliga a seguir apostando. Entonces gana. Ambos regresan al palenque. Acepta el trato que le ofrecía Colmenero, asociándose con éste en el difícil arte de pelear gallos.

Desde entonces Pinzón y La Caponera recorren juntos el mundo. Ella termina por abandonar al otro hombre, acabando por aceptar casarse con el Pinzón, pues supone que la ambición de éste y la afición de ella por andar en las ferias le reportará cierto apoyo. Un día, ya con una hija nacida de ambos, visitan a Colmenero en su finca de San Juan Sin Agua. Lo encuentran un tanto decaído, sentado en una silla de ruedas. Juegan una partida de Paco Grande a petición de él, en la que pierde la finca y algunas otras propiedades. Pinzón resuelve quedarse allí a vivir, contra la opinión de su esposa. Al fin ésta decide seguir sola su camino, pero pronto tiene que volver, ya cascada la voz. Pinzón impone entonces sus condiciones. La finca ha llegado a convertirla en una casa de juego, y la ocupación de ella consistirá en permanecer junto a él mientras duren las partidas, pues por experiencia llegó a la conclusión de que sin Bernarda Cutiño, La Caponera, su suerte ya no era la misma, ya que durante la ausencia de ella habíase mermado considerablemente su fortuna.

Así pues, y en ocasiones en que asistían concurrentes al juego, se veía a La Caponera sentada siempre en la penumbra de la sala, ya dormida o despierta, hasta que el aburrimiento la volvió a llevar a la bebida, cosa que había frecuentado en su época de cantadora en las tapadas. Esto no le importaba a Pinzón, con tal de tenerla presente como si fuera un amuleto. Ella vestía ahora de negro, con un collar de perlas que refulgía aún en la sombra, donde encubría su rostro adormecido por la borrachera.

De su hija poco o ningún caso hacían. Él enfrascado en el juego, ella envuelta en el humo del alcohol. Pero lo cierto es que la muchacha se convirtió para muchos en el terror del pueblo. Violaba jóvenes, robaba maridos, deshacía hogares antes tan bien integrados que nada parecía romperlos. No sabían sus padres las actividades de la hija, ni a qué horas salía o regresaba a su casa. Y el Pinzón jamás permitió que su hija no hiciera lo que le viniera en gana, aún ante las protestas de los que representaban a la sociedad de San Juan Sin Agua.

Una noche, en que después de haber estado ganando en la partida sumas grandes de dinero de pronto sintió que el monte se le desmoronaba, lo atribuyó a distracción de su parte; pero las pérdidas seguían una tras otra, y cuando hubo entregado hasta escrituras y documentos se levantó furioso de la mesa y fue derecho hacia su mujer para despertarla y decirle lo que había sucedido. La sacudió por los hombros y arrancó el collar de perlas que tenía en el cuello. Un médico que se hallaba allí acompañando a uno de los jugadores que padecía del corazón, se acercó a Bernarda Cutiño y calmadamente le expresó al Pinzón que aquella mujer estaba muerta desde una hora antes.

Pinzón fue hasta el fondo de la casa y se pegó un tiro. Al día siguiente enterraron a los dos en una misma fosa.

Ahora vemos a la hija continuando el mismo camino de su madre, subida en un templete de una plaza de gallos, desgajando las mismas canciones con que La Caponera alegraba el palenque.