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Deliciosa fragilidad de la burbuja
Gracias, María Fernanda
Con perdón de los lectores sin acceso a internet, y porque bien vale la pena ver esto: pasa que, del todo a la parte, el mundo y México son tal rosario de porquerías, de violencia, de abuso, de intolerancia, de odio y de ambición, que es casi imposible para este aporreateclas hallar bondad en la gente, en la que no cree desde hace tanto porque la misantropía, y eso. Pero digo “casi” porque todavía, de vez en cuando florece de pronto una anhelada, casi imaginaria contradicción a tanta horrible evidencia de lo que somos. Viene la contradicción flotando como flotan las burbujas, en el turbión cotidiano, aparece allí, en un correo electrónico y resulta que la bonhomía sí existe, aunque sea por pasajeros santiamenes y ajenas a falsas redenciones sacerdotales, extrañas a fantasías mesiánicas e indiferentes a conspiraciones de políticos y otros delincuentes, la vida, la raza humana y la virtud espantan un poco las moscas muerteras y se festejan a sí mismas: la especie se reivindica un poco y alguna de las bellas artes tiene sus minutos de gloria.
Pasa que en medio del maremágnum de mercadotecnia deshumanizante y en medio del torbellino mediático y en el epicentro del tráfago diario de las ciudades, brilla un objeto pequeño, efímero y bello, un instante de armonía, vaya, a cambio de tanta acrimonia de todos los días. Diría otra vez Juan José Arreola desde un tiempo pasado que un prodigioso miligramo, aparecido para alegrar a uno la jornada como deben aparecer las cosas buenas en la vida: obsequiado.
A este aporreateclas se lo obsequió María Fernanda Campa, y es justo y necesario que los lectores de estas semanales diatribas tengan hoy un respiro a la usual cauda de quejas y maledicencias y, en cambio, gocen del regalo compartido.
Ilustración de Juan Puga |
No es necesario ser conocedor de las artes escénicas, ni aficionado a la ópera para disfrutarlo, pero podrá hasta conmover a quien no le gusta escuchar otra cosa que no sean rancheras, cumbia, rock, salsa o jazz. Porque no solamente se trata de resaltar el aspecto virtuoso, artístico, musical, sino la sencilla dimensión humana de lo obsequiado, que es una escena de a pie, en un día como otro cualquiera, en el corazón de una ciudad. Pero encierra magia. El obsequio está en un sitio de internet de esos de videos de todo y nada (http://www.youtube.com/watch?v=NLjuGPBusxs).
Esto sirve para abundar el regalo de doña María Fernanda y traer a cuento dos momentos conmovedores en un medio usualmente frío, calculado, hecho a base de montajes y mentiras como es la televisión. Ambos momentos son rarezas, frágiles burbujas en el mismo programa inglés Britain’s Got Talent, un concurso de presuntos talentos artísticos usualmente limitados al berrido pop y casi siempre absortos en zangoloteos seudoeróticos rebautizados como “baile” interpretados por adolescentes que buscan la cima fácil y siempre temporal del estrellato comercial. Uno es de 2007, la aparición en el concurso de un gordo vendedor de teléfonos celulares del sur de Gales, Paul Pott quien, sin mayor presentación que su canto, sacudió un poco la frivolidad del medio: (http://www.youtube.com/watch?v=1k08yxu57NA&NR=1), hoy Pott es un tenor más o menos reconocido que si bien no aspira a ser otro Pavarotti, encarna la emancipación por la vía del arte del hombre común y ninguneado. El otro video es el de cuando se plantó en el escenario una mujer madura, Susan Boyle, solterona a la que prácticamente nadie había imaginado capaz de cantar como lo hace. El video de hecho muestra cómo los jueces y el público la reciben con sorna, burlándose un poco de su desparpajo, de su pretensión de “hacerla” sin aspavientos eróticos, sin juventud, con sobrepeso, sin un peinado de salón y usando un vestido que quizá fue herencia de su madre. Pero el talento y la belleza no siempre tienen rostro de modelo, ni las uñas pintadas, ni minifalda ni zapatos de tacón (http://www.youtube.com/watch?v=9lp0IWv8QZY).
Ya encarrilados, dejo este otro video breve (http://www.youtube.com/watch?v=Ds8ryWd5aFw&feature=related) en que el quehacer diario es otra vez sazonado con inesperadas especias y de pronto, entre pescados, embutidos y legumbres, quesos y frutas, el mundo queda suspendido en breve, delicada burbuja que nos lleva a otro lugar, un sitio donde la felicidad es sencilla y gratuita, un espacio disfrutable precisamente porque es efímero, y por un breve instante la gente es toda igual y risueña. Gente pues, por la que es dado y de mucho agradecer recordar que no todo es tragedia en esta vida.
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