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Hugo Gutiérrez Vega
EQUIS, DE HJALMAR FLAX
Hjalmar Flax, nuestro poeta puertorriqueño con nombre de timonel de nave vikinga, nos entrega un nuevo ejercicio poético en el cual la introspección y la búsqueda del ser se combinan con un humorismo que, como todas las ironías verdaderas, tiene, en el fondo, un contenido trágico.
En la serie que titula Vida y recuerdo, se hace patente la búsqueda de un yo que se ha diluido en el río de los otros y en la aventura de vivir y de saber que, como decía André Gide, “nada hay más allá del fondo oscuro de la muerte”. Hjalmar lo dice con idéntica aceptación y lo reitera en todas sus formas de gozo de la vida y de plenitud del cuerpo y del alma que no sabemos cómo es ni donde está, pero que, sin la menor duda, es un misterioso ser que nos habita y da sentido a lo que hacemos o intentamos hacer. “A todas las recuerdo, pero a mí no me recuerdo”, nos dice el poeta frente al espejo del baño una mañana de un día cualquiera, de un día que nos traerá la terrible y hermosa novedad del mundo y de la existencia. El poeta pregunta a los otros y recibe respuestas fragmentadas. “No nos ha sido dada la totalidad, pues esa plenitud es patrimonio exclusivo de los dioses”, decía el hombre sin atributos de Musil. Al final de la serie de poemas, la vida del autor, larga en años, se vuelve corta gracias a la fragilidad del recuerdo de su yo más íntimo y complejo.
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Hjalmar dedica su libro Equis a casi todos los seres vivos, a las grandezas, las miserias, las tristezas, los gozos, los silencios y el barullo de esos curiosos y, a veces, lamentables pero maravillosos miembros del grupo zoológico humano. Así lo hace constar en su hermosa dedicatoria en la que, para nuestra fortuna, están ausentes las concesiones o las declaraciones llenas de solemnidad y de trascendencia. Equis nos habla del aquí y del ahora, nos pone a reír y a lamentar algunos aspectos de nuestro acontecer y, sobre todo, nos acompaña en esa búsqueda del ser que todos debemos realizar y que tiene en la poesía uno de sus mejores caminos. Intentar esa aventura es obligatorio aunque “la vida insista con su manotazo”, ese golpe irremediable que nos rompe el labio o nos obliga a encerrarnos en nuestro frágil ego y adoptar la posición fetal de algunos de los desventurados personajes de Ingmar Bergman. Hjalmar no gimotea ni se queda callado: escribe poemas y goza de los “alimentos terrenales”. Hoy tenemos “arroz con pollo y bacalao guisado”. Por lo tanto, no hay lugar para las quejas, aunque la realidad nos apriete el cogote.
En una parte del libro aparece un poema político que resuma, y con razón, disgusto y amargura. Con el permiso de don Rafael Hernández, nuestro poeta hace un nuevo lamento borincano: “Si un político agarro, mi Dios querido, buena mandá al carajo le voy a dar.” Hace muchos años, Bernard Shaw decía que “los políticos y los pañales deben cambiarse frecuentemente... y por la misma razón”.
La casa, el teléfono, la avena, el pan tostado, la cama que debemos tender (Livaditis, el gran poeta griego, decía que por la noche se desvestía, se ponía el pijama, tomaba el somnífero recetado por un médico y, a la mañana siguiente, se levantaba y doblaba sus sábanas “como después de una ejecución”), los gajes del oficio poético, ese juntar palabras para levantar la frágil fábrica del poema, las mujeres amadas, el paso de ganso de los años, la risa y el miedo... todos estos actos cotidianos y sentimientos del mundo están presentes en el nuevo libro de un poeta que vive ya la madurez arduamente alcanzada de su quehacer.
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