El encuentro musical fundado por Henry Wood llega a su versión 116
La Sinfonía de los Mil, del compositor austriaco, interpretada en el Royal Albert Hall, marcó el comienzo del festival
Buscan provocar el pensamiento y educar, además de entretener
Martes 20 de julio de 2010, p. 4
Londres. En algún momento del segundo intermedio de Los maestros cantores, de Richard Wagner, en el maratón de los Proms, la noche del sábado –alrededor de la marca de cuatro horas, digamos–, Roger Wright, director del festival, dijo en broma: Me siento como si ya estuviéramos a media temporada
.
En términos del número de ejecutantes que ya han adornado el escenario, y de la naturaleza monumental de las obras presentadas en los primeros tres días de la temporada de 58 días, la broma distaba de ser absurda. La noche anterior, cientos de cantantes e instrumentistas habían ocupado el escenario del Royal Albert Hall para ejecutar la gigantesca Sinfonía de los Mil, de Gustav Mahler. Y ahora, toda la orquesta y la compañía de la Ópera Nacional de Gales, así como 17 solistas, entre ellos Bryn Terfel, se habían vuelto a unir para recrear la triunfante producción de Cardiff y Birmingham de Los maestros cantores en concierto. Y todavía faltaba el pequeño asunto de Simón Boccanegra, de Giuseppe Verdi, directamente de Covent Garden, con la presentación de un nuevo barítono llamado Plácido Domingo. Todo antes de que terminara el fin de semana.
Esta programación extravagante, ambiciosa y afirmadora de vida no tiene precedente en la historia de los Proms ni, sospecho, de ningún festival de música. Tres de las obras musicales más grandes jamás escritas, interpretadas por algunos de los artistas más famosos del mundo, en un salón atestado, del cual mil 400 asientos fueron ocupados por personas que pagaron apenas cinco libras (7.65 dólares) por estar allí.
A tono con el espíritu de los Proms, no hubo el más leve parecido con una estirada sala de conciertos o un exclusivo teatro de ópera. Los devotos, conocidos como prommers (con un despliegue de fuerza sobrehumana), llevaban su acostumbrado atuendo de shorts, sandalias y playeras, y ni siquiera en el palco real el duque de Kent se molestó en vestirse de traje para sentarse a lo largo de las seis horas que dura la obra de Wagner con una expresión beatífica en el rostro.
Si el viernes de Mahler dio principio a la temporada con una pasmosa investigación sobre el proceso de la creatividad humana y el logro de la gracia espiritual, Los maestros cantores, con su pregunta central –¿es el arte lo que importa aquí?
–, continuó la contemplación en estilo espectacular.
Es difícil pensar en dos obras más apropiadas, dado que los Proms fueron fundados por Henry Wood hace 115 años con la promesa de usar la música para provocar el pensamiento y educar, además de entretener. Que esos principios vayan tan de acuerdo con los de la BBC, organizadora del festival anual, es algo digno de considerarse en momentos en que ésta parece estar en peligro real. Tal vez si el secretario de Cultura, Jeremy Hunt, hubiera asistido a las funciones del fin de semana reconsideraría sus comentarios hechos a la ligera sobre reducir los derechos que se pagan en Gran Bretaña por el acceso a la televisión, de los cuales esta corporación no lucrativa deriva gran parte de su ingreso.
Bryn Terfel estuvo sobresaliente como el zapatero-poeta Hans Sachs, haciendo alarde de dotes histriónicas, incluso en esta interpretación de concierto, sin vestuario y todos de negro. El resto del elenco estuvo estupendo también, sobre todo Christo-pher Purves como el escribano Beckmesser, y Amanda Roocroft como Eva, la hermosa novia del Maestro Cantor.
No hubo ninguna desilusión en el elenco, y el quinteto Selig, wie die Sonne del acto tercero –en el cual el encantador Andrew Tortise como David y Raymond Very como Walther se unieron a Terfel, Purves y Roocroft– fue sublime. Si bien la orquesta de la ópera de Gales, bajo la dirección de Lothar Koenigs, en algunos momentos pareció quedarse corta, fue una falla menor en una presentación en general pasmosa.
Con una carrera que entra en su quinta década, Plácido Domingo, el cantante y director de 69 años, es un maravilloso intérprete del dogo Boccanegra. Ese celebrado tenor se ha dulcificado ahora en un magnífico barítono. Si bien Domingo da a menudo la impresión de ser un artista que continuará por siempre, las oportunidades de verlo actuar en semejantes circunstancias seguramente serán cada vez más escasas. Fue algo que esos miles de asistentes a los Proms, que formaron filas durante horas para obtener sus boletos y luego estuvieron de pie muchas más, entendieron a cabalidad.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya