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El verdadero patriota argentino
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Felipe Garrido
Censura
Con el tiempo, don Atanasio Argúndez y Ávila fue perdiendo el vigor que durante tantos años lo llevó a pelear, una tras otra, batallas que sabía perdidas desde un principio. Descubrió los habanos y los mojitos, y se tiró en la hamaca para dejar que los días se fueran sin sentirlos. Pasaba las noches insomne, construyendo discursos que nunca dijo o levantándose para escribir rabiosamente, con su elegante caligrafía, largos alegatos que pasaba en limpio antes de enviarlos a La Voz de la Costa. El subdirector lo llamaba por teléfono; le agradecía cada una de sus colaboraciones, lo elogiaba, le mandaba abrazos, saludos a la señora y a los hijos... y luego cortaba lo que le parecía excesivo. Don Atanasio revisaba cada publicación y en su original, con un lápiz rojo, de cera, encerraba los trozos omitidos y volvía a soñar con ellos, con vehemencia, y escribía de nuevo sobre lo que le habían quitado y volvía a mandarlos, y así una y otra y otra vez. |