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Goldfrapp y Chavela, intérpretes
Como ya hemos dicho en otros momentos, llega un tiempo en la vida de cualquier melómano comprometido en que lo más importante, lo más buscado y mejor recibido es la buena interpretación. Dando la espalda a la cantidad de notas tocadas por segundo, a las teorizaciones o investigaciones que impulsaron una obra, a su género, época o contexto, a su técnica y trascendencia en la evolución del discurso musical o a su simple función de entretenimiento, olvidándose de ello, el buen amante del sonido organizado finalmente reconoce que la permanencia de mayor y más largo aliento se logra cuando una interpretación ha sido única, poseedora de los extremos: el universal, que permite solidarizarse con los sentimientos y pensamientos de muchas otros seres humanos, y el individual, que se sumerge en la historia de una sola persona (quien la lleva a cabo).
Pensamos entonces en el libro Free Play, de Stephen Nachmanovitch (¿ya lo recomendamos?). Elogiado por intérpretes y compositores de la talla de Yehudi Menuhin y Keith Jarrett, este violinista, compositor, educador, escritor y artista visual regala numerosas anécdotas y reflexiones en torno a la ejecución de obras, de entre las cuales sobresale una vieja leyenda china que usa como prólogo. En ella nos habla de un joven flautista que, buscando la perfección de su técnica, sigue al talentoso maestro ante el cual acaba de sucumbir en un concierto (“¡Como un Dios!”, exclamaron quienes lo escucharon). Luego de meses en la capital, abordando una misma melodía y desesperado por la perenne respuesta de su educador (“falta algo”), el flautista escapa y se entrega a una vida de miseria, adicciones y fracaso para terminar ocultándose cerca de su pueblo natal en una cabaña. Allí envejece, tocando su flauta para los pastores, hasta que es invitado a un concierto por sus antiguos amigos. Pensando que ya no tiene nada que perder, cuando termina la ejecución de la tortuosa melodía que tantas penas le causara en su juventud, rodeado por el silencio, escucha un grito entusiasmado: “¡Como un Dios!”
Sobra decir que el flautista, finalmente, halló la fuente de su interpretación en la vida misma, y que hay cosas que no se aprenden más que buceando piel adentro, a través del tiempo. Un atributo que tienen dos mujeres cuyos rostros hoy descansan sobre el escritorio. Una se llama Chavela Vargas y la otra Alison Goldfrapp.

Alison Goldfrapp |
La primera, Chavela, celebra su longevidad con un disco en el que invita a diversos amigos en torno a piezas de José Alfredo Jiménez, Álvaro Carrillo, César Isella, Agustín y María Teresa Lara, Pedro Junco Jr., y una de su propia autoría. Bajo el título Por mi culpa, en él entabla diálogo con Eugenia León (“Las ciudades”), Jimena Giménez Cacho (“Un mundo raro”), La Negra Chagra (“Las simples cosas”), Mario Ávila (“¿A dónde te vas, paloma?”), Pink Martini (“Piensa en mí”), Joaquín Sabina (“Nosotros”) y Lila Downs (“Vámonos”), aunque también canta sola “Luz de luna”, logrando un producto doloroso, desgarrado, en el que no importan el cansancio de su voz ni su frágil afinación, sino la autoridad de una vida que sabe, precisamente, interpretar lo que canta. “El amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo”, susurra Chavela. Afortunadamente su legado no vive en tal categoría. Quedan como prueba esta espléndida grabación, su diseño soberbio y limpio, las fotografías que la acompañan en una suerte de despedida bellamente editada por el sello Corasón.
La segunda, Alison, es parte del dúo de pop alternativo Goldfrapp fundado al lado de Will Gregory en Inglaterra, hace once años, al calor del trip-hop, el rock y la electrónica. Desde entonces se ha ganado un lugar preponderante en esa zona musical intermedia que no alcanza a ser mainstream, pero que sí acusa poderes para un culto masivo. Tanta es la elegancia del proyecto que ha sido invitado al Festival iTunes 2010 como uno de sus actos principales, lo que algo nos dice sobre el número de descargas digitales de su catálogo. Así las cosas, empero, lo valioso no es su éxito comercial sino, una vez más, la manera como han llevado la interpretación vocal a géneros más o menos superficiales, otorgándoles un carácter agridulce muy interesante. Así es su nuevo álbum Head First, y así será su concierto en el Vive Cuervo Salón el próximo 29 de junio, pese a las inclinaciones cada vez menos experimentales de algo que comenzó siendo oscuro y que de a poco se ha vuelto más diáfano y sencillo.
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