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Las dos Españas
[…] entre una España que muere
y otra España que bosteza […]
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón
A. Machado, Proverbios y cantares, LIII
Se trata de una materia bien conocida en Hispanoamérica: tres siglos de Colonia dejaron esplendores y cultura, libros, edificios, instituciones y una nueva lengua, rastros en la comida y las costumbres y un incontable y benéfico etcétera que resultaría absurdo negar; pero, junto con ese legado, también quedó el otro: la Iglesia y sus rapiñas (¿el ya remoto caso de los confesores solicitantes no es claro indicio de la pedofilia y la pederastia eclesiásticas de hoy?); la corrupción, el sectarismo, la superstición y la intolerancia inquisitoriales; el deseo de enriquecerse pronto y bien a expensas de “la América”; más otros incontables flagelos cuya negación resultaría absurda.
En América, por tomar un caso, no ha sido fácil la impartición de justicia respecto a crímenes notorios ejercidos en el pasado durante la impunidad de regímenes dictatoriales o autoritarios, donde la desaparición y exterminio del Otro, del Distinto, fueron vistos de la misma manera como el rey Fernando III, de Castilla –quien fue canonizado por su mera vocación de matar árabes– ejerció sus intolerancias con el beneplácito de una Iglesia que lo llevó a los altares por el solo hecho de haber sido un buen mata-moros.
Las dictaduras militares de Chile y Argentina han sido un fenómeno tan reciente que se pueden contar menos de cuarenta años desde la desaparición de ambas. Con tan breve distancia cronológica, ambos países han tenido la fortaleza y la valentía de emprender un juicio contra asesinos y secuestradores que despedazaron a sus respectivas sociedades. México (patria del Monje Loco, puesto que aquí “nadie sabe, nadie supo”), no ha tenido tan buena suerte: el ’68, el Jueves de Corpus, el caso de los desaparecidos durante la “guerra sucia”, los muertos de Chiapas y Acteal, los muertos de todos lados: ninguno encuentra justicia porque la legislación mexicana permite toda clase de prescripciones, proscripciones, excepciones y bendiciones para quienes, en ejercicio del poder, lo emplearon para matar. Aquí todos conocen los nombres y las caras de los asesinos, pero nadie los puede llevar a juicio.
Hubo un juez español, Baltasar Garzón, que se metió con Pinochet y otros prófugos de las dictaduras para sentarlos en un banquillo. Corrió con alguna suerte, según el caso (regular con Pinochet, mejor con Cavallo, por ejemplo). Como la Operación Cóndor era sudamericana, la reacción española no se perturbó demasiado, pero el juez vio que también había cosas que hacer en casa, para efectos del franquismo: ¿y el millón de muertos del que hablaba Gironella?, ¿acaso todos cupieron en el Valle de los Caídos?, ¿dónde están las fosas comunes de la Guerra civil? Si ni siquiera se sabe dónde está el cadáver de García Lorca, aunque se ofrezcan las aparentes precisiones de que la fosa se halla en “el paraje de Fuente Grande, en el municipio de Alfacar, provincia de Granada, región de Andalucía”, ¿por qué no permitir el rescate de los muertos?
Y ahí ocurrió una de las ejemplares vergüenzas de las “democracias occidentales, blancas y cristianas”, acontecida en un país de la zona euro que no ha terminado de quitarse de encima la momia de Francisco Franco: como en el mejor de los casos de corrupción imparcial donde los kukluxklaneros juzgaran a un negro, o donde un Tribunal del Pueblo revisara el caso de los implicados en la conspiración contra Hitler, en 1944, el Tribunal Supremo de España no sólo pasó notas a los acusadores de Garzón para corregir y mejorar sus documentos de demanda, sino que, previsiblemente, lo derrotó, lo inhabilitó y lo dejó fuera de la jugada legal peninsular: una cosa es juzgar a los criminales de afuera y otra, a los de adentro. ¿El motivo? Garzón también quiso sentar en el banquillo español a los autores de crímenes durante la Guerra y la postguerra civil en España, aunque casi todos los responsables de muchos crímenes sean ahora asunto de la gusanera: el conservadurismo español y los remanentes del fascismo no desean un ajuste de cuentas ni un encontronazo con la historia.
¿Semejanzas con el México panista de hoy? Demasiadas. Durante años México fue ejemplo de solidaridad. Sólo es asunto de “percepciones” la manera como el actual presidente llegó al poder y el ejercicio de la violencia cotidiana (Calderón dixit): hubo un Tribunal Electoral que declaró legales las elecciones de 2006. Así es como este México saluda a la más oscura de las dos Españas, “haiga sido como haiga sido”.
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