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Porque sí
La primera vez que algunas líneas de este espacio fueron dedicadas a Man on Wire, documental dirigido por James Marsh en 2008, deliberada y explícitamente quiso evitarse toda mención a lo que dicho filme narra. El obvio propósito de proceder así consistía en no hurtarle al improbable lector el asombro y la maravilla, en su máximo estado de pureza, implícitos en el descubrimiento por sí mismos de aquello sobre lo que versa el documental.
Empero, si hace algunos meses –es decir, cuando este sumaverbos tuvo la fortuna de verlo– dicha intención fue posible, ahora ha sido para siempre malograda en virtud del tratamiento publicitario asignado a la cinta, así como de todo aquello que desde antes de su estreno, el pasado 30 de abril, se ha dicho públicamente. Lástima, de verdad, para los espectadores actuales, que saben de antemano aquello que siempre hubiera sido mejor conocer hasta el momento preciso, ni un segundo antes.
PARÉNTESIS DE CANDIDEZ SÓLO APARENTE
¿Será que somos cada vez menos capaces de ejercitarnos en la sorpresa? ¿Serán de verdad indispensables todo género de averiguaciones previas al acto, originaria y originalmente puro y simple, de presenciar una película, una obra de teatro, un espectáculo de danza, una ópera, o de leer un libro? ¿Por qué a Todomundo le escuece saber, tan amplio y tan antes como sea posible, “de qué se trata” la película para entonces decidir si va a verla o mejor no? ¿Por qué cada vez somos menos capaces de correr el riesgo más bien inocuo de ser testigos de una obra artística decididamente mala, a cambio de la promesa, cumplida de cuando en cuando, de atestiguar una pieza de arte incontrovertiblemente buena?
EL PEQUEÑO PHILIPPE
Así pues, prácticamente para nadie interesado en el cine resulta desconocido que Man on Wire es una más de las innúmeras películas para no variar pobremente rebautizadas, esta vez con el pegote de “La hazaña del siglo”. Tampoco es una incógnita que el protagonista de la historia es, parafraseando a Franz Kafka, un artista del alambre; que es de nacionalidad francesa y que un día de hace treinta y seis años subió hasta el tope de las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York –hoy sabidamente derribadas–, colocó un alambre entre ellas y se puso a caminar sobre el mismo. Pocas veces como ésta tiene uno la oportunidad de corroborar que toda sencillez siempre es aparente. Se dice tan fácil: en 1974 Philippe Petit, un equilibrista francés, caminó sobre el alambre a una altura cercana a los cuatrocientos metros...
Lo que la síntesis no es capaz de siquiera sugerir, lo que la simpleza escritural descriptiva jamás podrá poner en claro, es precisamente aquello que se cuenta en Man on Wire y, de manera particular, el modo en que es contado. Basado en el libro escrito por el protagonista, el director de la cinta eligió un tono y un ritmo thrillerescos para narrar la ejecución del prodigio, básicamente a través del testimonio del propio Philippe, así como de quienes lo alentaron/lo acompañaron/lo asistieron. Algunas recreaciones, indispensables para darse una idea plausible de la dimensión de los hechos, acompañan y refuerzan los testimonios de los protagonistas, y se remata con tomas reales de lo sucedido.
En términos formales, la factura de Man on Wire resulta de una delicadeza y una tersura inusitadas, pero tan alta cota es nada si se le compara con el nivel estético que la película alcanza. Hace falta tener muy chata el alma para entender –y promocionar– este filme bajo el concepto del “crimen artístico del siglo”, sólo por el hecho de que, naturalmente, a Petit no le iban a dar permiso de pasearse literalmente en el aire en medio de las Torres Gemelas y tuvo que hacerlo de manera clandestina. La osadía de Petit no consistió en burlar vigilancias, romper protocolos, falsificar identificaciones, en algo que, si se quiere insistir, bien podría ser calificado de terrorismo a la inversa. La verdadera osadía, la belleza en estado puro, consiste en haber llevado a cabo un acto artístico que nadie hubiera imaginado posible, haberlo hecho parecer lo más sencillo de este mundo, y encima de todo haberlo hecho simplemente porque sí.
Si uno revisa a conciencia la historia del cine, convendrá en que no hay muchas películas como Man on Wire, por la sencilla razón de que no hay en la historia humana muchos actos de arte absoluto como el que Philippe Petit nos ha regalado. Este documental es testimonio de que nuestra alma colectiva todavía es capaz de adornar la piedra de sus huesos aunque sea con una sola flor.
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