Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La lucha en Las batallas en el desierto
ORLANDO ORTIZ
Por una lectura de vanguardia
ESTHER ANDRADI entrevista con RODRIGO REY ROSA
El rompecabezas de Nabokov
LAURA GARCÍA
Iván Bunin: el amor como una felicidad fugaz
OXANA KOVALEVSKAYA
Sergio Pitol y la nariz de la prosa rusa
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA
El agua y la Terraformación
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ
Leer
Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Felipe Garrido
Despertar
Don Atanasio Argúndez y Ávila, aquel juez que creía en la justicia más que en las leyes, bostezó hasta donde le dieron las mandíbulas, sacó de la hamaca una pierna varuda y apoyó el pie descalzo en el damero de mosaico. Hemos hecho lo necesario, repetía la voz, como todos los días, cada uno peor que el anterior. Mientras se ponía los pantalones, don Atanasio vio a unos muchachos fumando, a unas monjas silenciosas como zopilotes, la cabeza de una mujer, sin párpados, en una primera plana. Volvió a ponerse la camisa de la mañana. El maestro, el director, el supervisor, el inspector, el subsecretario cobraban comisión. ¿Cómo podía él detener aquella invasión de libros donde el moco de King Kong se llamaba blandiblú y la gente iba a por agua? Apenas salió, sintió el golpe del sol. Se caló el sombrero y vio a lo lejos los árboles que denunciaban el paso del río, convertido en basurero. “Ahora lo sé –se dijo el juez–, el mundo se está encogiendo” |