Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El último cierre
FEBRONIO ZATARAIN
En los días soleados de invierno
SPIROS KATSIMIS
George Steiner: otra visita al castillo de Barba Azul
ANDREAS KURZ
René Magritte Presentación
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
El paso de la realidad a la poesía y al misterio
JACQUES MEURIS
El Surrealismo y Magritte
GUILLERMO SOLANA
El surrealismo a pleno sol
RENÉ MAGRITTE
El terremoto de Chile: qué y cómo
LAURA GARCÍA
Un pensador errante
RAÚL OLVERA MIJARES entrevista con EDUARDO SUBIRATS
Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ
Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
De naturaleza lupina
El hombre es el lobo del hombre, frase escrita originalmente
por Plauto en su Asinaria (comedia de los asnos) hace
más de dos mil años y reproducida más o menos como la
conocemos ahora por Thomas Hobbes hacia 1651 en su
Leviatán, debe ser una de las máximas de los productores
de la televisión contemporánea. Uno de los pilares económicos
de la industria es la exhibición de recónditos vericuetos
de la miseria ajena: abandonos, envidias, pleitos de familia
y vecindad trastocados por la magia de la televisión
en pacota, en comedia bufa. La televisión de los reality
shows fincó un subgénero en los medios masivos que trasciende
la televisión misma, para encontrar abrevaderos
antes inimaginables en las nuevas tecnologías de la información.
Youtube es quizá el caso más evidente, aunque ejerza
censura no despojada de mojigata corrección política en
sus transmisiones. Pero, ¿qué ocurre si una producción o
montaje no tienen como objeto aparente la popularidad
en las audiencias, sino más bien simular la pista de tres circos
para evaluar desde una perspectiva más formal la naturaleza
del hombre moderno y su relación con el omnipresente
medio televisivo? No pocas películas se han hecho
cargo del asunto, como las hollywoodenses The Truman Show y Fifteen minutes o la alemana Das Experiment (mucho más
fiel a experimentos reales), y se llegó a tratar de justificar así
los diversos Gran Hermano que corrieron y corren por el mundo:
espectáculo cutre con disfraz de experimento social.
|
Pero verdaderos experimentos los ha habido. En 1971
en Stanford se condujo uno, a saber si ceñido verdaderamente
al rigor de las mediciones científicas por la naturaleza
subjetiva de su estudio, pero que fue capaz de arrojar
alguna luz sobre nuestra propia naturaleza feroz y emocionalmente
antropófaga ,a pesar de siglos de presunto proceso
civilizatorio. El psicólogo conductista Philip Zimbardo
simuló por poco más de tres semanas un ambiente carcelario,
con voluntarios como presos y celadores. Zimbardo,
quien a su vez participó como “alcaide” de la “prisión”, llegó
a una conclusión harto preocupante, que establece vasos
comunicantes con circunstancias que en 1971 –en plena
guerra de Vietnam– no resultan tan distantes de Guantánamo
o Abu Ghraib en años recientes. “Gente buena –resume
Zimbardo– situada en un lugar horrible (como es una prisión
aislada del régimen legal o humanitario del exterior)
desarrolla conductas atípicas y crueles.” Crueldad en el caso
del celador, pasividad y pérdida de la autoestima y de la
identidad en el caso del preso.
Es ahora la televisión francesa la que ha retomado el
asunto, conduciendo su propio montaje experimental para
un documental titulado Le Jeu du Mort (el juego de la muerte),
en que se simuló una cárcel. A los participantes se les
dijo que se trataba de un nuevo reality show, cuando en
realidad el asunto era registrar la degradación de la conducta
humana en función de lo dispuesto por un sistema
que rige la vida de los sujetos, en este caso la televisión,
para atender propósitos que los individuos no necesitan
conocer mientras debía bastarles con cumplir su rol: reclusos
de un lado y sus guardianes del otro. Los abusos y las
torturas fueron ordenadas a los “concursantes” y la producción
pudo atestiguar cómo, a pesar de algunos reparos
morales, la mayoría de los sujetos se convirtieron en torturadores.
Aunque los resultados distan mucho de ser concluyentes,
el discurso de la naturaleza cruel del subordinado cuando
deja la propia responsabilidad en manos de un sistema
retoma vigencia, disculpando peligrosamente a torturadores
por consigna, tal que intentaron argumentar los nazis
capturados al final de la segunda guerra mundial durante
los juicios de Nuremberg y ahora, más de medio siglo
después, quizá para diluir la responsabilidad de miembros
de las fuerzas armadas británicas y estadunidenses
ante el tramposo debate de la tortura como acción preventiva
del terrorismo.
Escritores, comediógrafos, cineastas y filósofos han
abordado el asunto del sistema que es capaz de corromper
la esencia bondadosa del hombre según sus corporativos
intereses. Sea la premisa la inocencia primigenia
o la zafiedad del alma humana, el apunte es similar; desde
un asesino como Adolf Eichmann hasta un loco magnífico
como Ludwig Wittgenstein, y buena parte del asunto
se cocina en términos de la capacidad del sistema –el
medio como el todo– para condicionar la conducta del sujeto
y lograr despojarle de individualidad y conciencia
con éxito aterrador.
|