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Germaine Gómez Haro
Saúl Kaminer: presencias y evanescencias
Saúl Kaminer (México DF, 1952) ha destacado por su trabajo
de impecable factura que abarca pintura, escultura en metal
y cerámica, dibujo y objetos, una virtud cada vez más
escasa en el contexto del mainstream del arte contemporáneo
en el que se privilegia en mayor medida la idea por encima
de la factura formal y técnica. Asimismo, desde la perspectiva
de las mega exposiciones blockbusters que rigen las
modas en los museos, tampoco es común toparse con una
muestra de veinticinco piezas de pequeño formato, cuya
grandeza reside en la sofisticación y la elegancia de su sencillez.
La sombra de la sombra, de Saúl Kaminer, en el Museo
Mural Diego Rivera (Balderas y Colón, Centro) es una de esas
exquisitas joyas que rara vez aparecen en nuestra cartelera
cultural y que corren el riesgo de pasar inadvertidas.
En este conjunto de obras realizadas de 2009 a la fecha,
Saúl Kaminer muestra la persistencia de su rigor técnico en
unos cuantos ejemplos de pintura, dibujo sobre papel, escultura
en bronce y cerámica, y sus relieves murales que han
sido característicos en su trabajo, y que consisten en piezas
bidimensionales en las que fusiona el óleo y la encáustica
en composiciones geométricas realizadas en acero recortado.
Son también sobresalientes sus pinturas elaboradas
sobre papel recortado, en las que se aprecia la sutileza de
sus combinaciones cromáticas en evocaciones de formas
orgánicas afines a las que actualmente aparecen en sus
telas. Su repertorio iconográfico había sido hasta ahora
muy rico en imágenes de alto contenido simbólico: mujeres
voluptuosas envueltas en un halo de erotismo y carnalidad,
animales que remiten a efigies de cosmogonías milenarias,
perros, caballos, aves, jaguares, serpientes, entreveradas en
escenas delirantes en las que el dinamismo y el movimiento
perpetuo son el sello distintivo. En su trabajo reciente,
estas constantes se han desvanecido, dando lugar a siluetas
evanescentes que se perciben como meras sombras, y de
ahí el título de la muestra, La sombra de la sombra, que se
antoja como una reflexión en torno a la sombra como proyección
del ser, su alter ego o su vínculo con la otredad. “Yo
es otro”, insistía Rimbaud, y esa otredad vinculada al yo no es
más que la búsqueda de unión de los contrarios que Kaminer
ha explorado a lo largo de todo su quehacer plástico. En
un tono sutil y envolvente, Kaminer plasma esencias más
que presencias, evanescencias inaprensibles que trasminan
su búsqueda de representación de una realidad exterior
transformada en una exploración de los parajes internos
del ser. En un sentido jungiano, comenta Kaminer en
entrevista con Merry MacMasters, “la sombra viene a ser
como la parte del ser no llevada a cabo; mediante las sombras
es como uno entra en contacto con la parte monstruosa
del ser y de la forma humana”.
Como contraparte a esta muestra en pequeño formato,
a unos pasos de distancia del museo se encuentra una obra
mural de este creador, realizada en 2003 en la cafetería Los
Dones del Hotel Hilton (Av. Juárez, frente a la Alameda). En
esta pintura representativa de su trabajo anterior, prevalece
una fuerte carga simbólica, según lo expresa el artista:
“Esta obra habla sobre los instintos que revelan el Don de la
visión: La mujer sentada y con los pies en la tierra le muestra
al hombre algo que tiene que ver en el cielo; él está parado
sobre la luna y ambos representan la unión de los opuestos,
la parte femenina permite a la masculina ver, realizar
sus deseos y despertar los instintos que se liberan y que
aparecen representados por animales, y la gran energía
que se produce está simbolizada por un autobús.” Se trata
de una pintura muy hermosa y sobrecogedora que expresa
el aspecto místico y filosófico que se vislumbra en toda
su obra. Sin duda, lanzarse a formatos de mayores dimensiones
es toda una aventura, y el artista está por terminar
otra obra mural titulada El baño ritual, cuyo original formato
me parece una innovación tanto técnica como conceptual:
la obra consta de dos piezas dispuestas consecutivamente,
una en el plafón (300x300 cm) y la otra sobre el
muro (400x300 cm), simbolizando el encuentro del plano
celestial y el terrenal, es decir, la unión de los opuestos, la luz
y la oscuridad, el día y la noche. Esta pieza se encuentra en el
Mikveh, en Tecamachalco, espacio donde se llevan a cabo los
baños rituales para mujeres de la comunidad judía.
La obra de Saúl Kaminer tiene el poder de adentrarse en
dimensiones profundas de la conciencia, a través de reflexiones
filosóficas sutilmente plasmadas en escenas siempre
frescas y luminosas que revelan su pasión por la vida y
por la pintura.
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