Portada
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Las ciudades de Carlos Montemayor
MARCO ANTONIO CAMPOS
Montemayor: regreso a las semillas
RICARDO YÁÑEZ Entrevista con DANIEL SADA
La autoridad moral de Carlos Montemayor
AUGUSTO ISLA
Carlos Montemayor: ciudadano de la República de las Letras
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO
Recuerdo de Carlos Montemayor
LUIS CHUMACERO
In memoriam
Carlos Montemayor
MARÍA ROSA PALAZÓN
Ser el otro: Montemayor y la literatura indígena
ADRIANA DEL MORAL
Quiero saber
CARLOS MONTEMAYOR
Parral
CARLOS MONTEMAYOR
Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Carlos Montemayor, febrero de 2007.
Carlos R. Mamahua/ archivo La Jornada |
La autoridad moral
de Carlos Montemayor
Augusto Isla
Era dueño de muchos talentos, pero sobre todo, de un gran coraje moral; un alma generosa, levemente tocada por una arrogancia que parecía ponerlo a salvo de la mediocridad. Lo admiré no tanto por su cultura aristocrática. Esos abundan: son asépticos, liberales químicamente puros: “vulgo luciente no menos estúpido que el otro”, diría Cernuda. Lo admiré por haber puesto ojos y corazón en la suerte de los oprimidos, sin estridencia, siempre situado en el punto justo de las buenas causas. Leí, hasta donde pude, sus notas periodísticas. Ayuno de pretensiones retóricas, iba al grano, con la claridad que piden esas corrientes de indignación y rebeldía; prosa al alcance de todos, en particular de la gente simple.
Se ganó, a base de perseverante coherencia, un liderazgo en la opinión y en la conducción de movimientos progresistas, digámoslo así. Autoridad moral es la palabra, que otros se atribuyen a sí mismos, pero que él ejercía con discreción, en el tiempo y en el espacio que robaba a su vocación literaria, en parte también dedicada a poner en relieve las luchas de los de abajo, sus sufrimientos, sus utopías.
Cuando alguien, relevante como él, muere, aparecen toda clase de elegías y lugares comunes: qué indispensable, qué gran pérdida. Pero ¿por qué lamentarse de la muerte de quien ha existido en el pleno sentido de la palabra? Fue simplemente su hora de enfrentar lo inevitable, esa verdad de todos. Claro está que deja un vacío; pero éste es un reto para aquellos en quienes sembró una semilla. Se fue un mediador entre fuerzas políticas antagónicas, vendrán otros, que aprendieron de él y se apoyarán en sus hombros.
El padecimiento que lo llevó a la muerte es un misterio. ¿Es psicosomático? Tal vez Carlos absorbió todos los males de su patria. De otro modo no me explico ese ataque sobre una criatura con tanto vigor espiritual, en quien convivían el cumplimiento de altísimos deberes y el disfrute de la vida.
Lo veo ahora en la lejanía agitando su pañuelo blanco, limpio como él, no en señal de despedida, sino de espera.
|