erlín, 17 de febrero. Por lo menos la estadunidense Lisa Cholodenko ha cumplido con el encargo de mejorar las cosas con su comedia The Kids Are All Right (Los chavos están bien), a pesar de estar libre de toda referencia a los Who. Perspicaz observadora del mundo angelino, como se vio en su anterior Laurel Canyon (2002), la cineasta describe el conflicto habido entre una familia compuesta por una pareja lesbiana, Nic y Jules (Annette Bening, Julianne Moore, respectivamente), y sus dos hijos adolescentes, cuando la mayor averigua la identidad de su padre biológico. Éste resulta ser Paul (Mark Ruffalo), un alivianado dueño de restaurante y granja orgánica, que donó su semen casi como puntada. La complicación se da cuando Jules inicia un amasiato con Paul.
En este momento mucho se agradece una comedia de situaciones resuelta con agilidad e ingenio. Que Cholodenko no pretenda llevar una marcada agenda política le permite ironías como el que las dos actrices principales sean conocidas heterosexuales. Gracias, además, a su solvencia probada –Bening sobresale como la parte rígida y ofendida del triángulo–, The Kids Are All Right funciona como entretenimiento (cualidad demasiado escasa en esta Berlinale) y sólo deja apuntes sutiles sobre cómo una pareja gay puede ejercer la paternidad –o maternidad– responsable sin problema. El público de la función de mediodía del Berlinale Palast agradeció el cambio de tono con un sonoro aplauso.
Sobre todo después de haber sido precedida por Shahada (Acto de fe), primer largometraje de Burhan Qurban, director alemán de origen afgano, y otra concursante con calidad de telefilme para cable. Ahora se narran los dilemas de tres personajes musulmanes en el Berlín actual: una chica sufre una hemorragia constante tras haber abortado, un joven negro no asume su naturaleza gay y un policía culposo inicia una relación con la mujer indocumentada a quien hirió accidentalmente durante una redada.
Fiel a la fórmula, la película enlaza a los tres por medio de secundarios y espacios compartidos (por ejemplo, el padre de la chica es también el imán del segundo) sin llegar a otra conclusión de que, a veces, la vida puede ser muy difícil. Aunque Shahada aspira a ser un drama coral como Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999), no alcanza a ser ni un Crash para musulmanes.
Para probar la huella deleble que la mayoría de las concursantes deja en la memoria, ayer se me pasó mencionar a la representante turca Bal (Miel), de Semih Kaplanoglu, tercera parte de su trilogía autobiográfica –que podría llamarse del Desayuno Nutritivo– completada por Leche (2008) y Huevo (2007). No trata de nada más apasionante que un niño tartamudo en busca de su padre, un recolector de miel, en un bosque misterioso. Una muestra más del minimalismo de moda, con algunos encuadres bien logrados… y algo desesperantes si uno es impaciente. Esa es otra característica común de esta Berlinale: las competidoras en general han sido cortas, con una duración promedio de 90 minutos, pero parecen durar eternidades.
Hasta ahora, la única película en la sección oficial con alto grado de estilización formal e inspirada elaboración del artificio –vaya, la única película, para acabar pronto– ha sido Shutter Island, de Martin Scorsese. Los detractores que enfrenté en un principio –y fueron la mayoría de los colegas– han admitido que hasta volverían a verla con gusto, ante el posterior desarrollo de la Berlinale. Gran paradoja, pues se exhibió fuera de competencia y es uno de los contados casos que prescinden de la promoción de un festival internacional, al ser parte de la maquinaria hollywoodense. Pronto se estrenará en la mayoría de las pantallas del mundo.