emporadas muy cortas en diferentes lugares, así sea con teatro lleno –lo que no es tan frecuente en estos lares– parece ser el signo de la escenificación de Bashir Lazhar, el unipersonal de Evelyne de la Cheneliere que interpreta Boris Schoemann, dirigido por Mahalat Sánchez, que tendrá sus siguientes representaciones en un foro de las calles de Cuba y ojalá siga convocando a maestros, y público general, pero sobre todo a maestros de primaria, dado el tema principal que trata. La dramaturga quebequense no es desconocida para nosotros por su presencia en alguna mesa de debate y por otras obras suyas que ya fueron escenificadas. Bashir Lazhar transita por dos caminos que no se oponen porque ambos marcan la insensibilidad y la dureza que se da en países que se quieren civilizados como Canadá, y las dificultades que la violencia impone en otros, como Argelia.
El protagonista es un emigrante argelino que huye de la violencia ideológica imperante en su país y logra una suplencia magisterial en una primaria quebequense en la que intentará aplicar métodos pedagógicos más nacidos de su traumatizante experiencia que de tratados conocidos. En efecto, el maestro se niega a la rigidez y la imposición en la enseñanza y poco a poco logra atraer a los más indisciplinados, inteligentes y discutidores alumnos del grupo a su cargo, lo que no gusta a las autoridades y está a punto de perder lo poco que ha conseguido, tras perder también lo que más amaba en su país de origen. El camino de la dureza contra el migrante y el camino de las durezas pedagógicas se entrecruzan en este texto que nos habla de muchas cosas.
En una desierta escenografía de Fernando Flores, también diseñador de la iluminación, que consiste en un escritorio del que el actor va obteniendo los objetos que requiere, y con vestuario de Pilar Boliver, Boris Schoemann encarna al protagonista con gestos y matices que van poblando el escenario de las presencias de los niños y de las autoridades escolares con los que dialoga, a veces a punto de perder el equilibrio por un no deliberado empujón de algún alumno rumbo al recreo, cariñoso o exasperado, dolido y digno. Con la musicalización de Joaquín López Chas y el apoyo coreográfico de Marcela Aguilar se complementa esta escenificación de Los Endebles.
Tempestad es un intento por difuminar las fronteras entre el teatro y la danza, la palabra y el movimiento, el sonido y la imagen
de la connotada coreógrafa Natsu Nakajima, lo que no siempre se logra. A partir de una película muda que sintetiza el argumento de La tempestad shakespereana se van dando textos hablados y danzas referentes a la obra original para deslizarse poco a poco en otras historias de barcos y naufragios, de emigraciones forzadas, del dolor del mundo en que habitamos. Dramaturgia y coreografía de Nakajima no borran las fronteras entre una y otra, sino que las superponen, a veces textos dichos –en ocasiones a través de un micrófono fijo– por las actrices, a veces coreografías del actor con ellas, aunque alguna vez se logra esa fusión, como en la danza que fluye hacia el monólogo de Calibán encarnado por el polifacético Gerardo Trejoluna quien, como todos los demás, juega con diferentes roles.
Un lazo rojo, en la parte del espectáculo que sigue de algún modo a Shakespeare, puede dar, al ser jalado por ambas partes –Próspero y Calibán– símbolo de la rivalidad por el poder o, cuando se trata de Miranda y Francisco, lazo que une a los enamorados; ese mismo lazo, conducido por el actor y las actrices, toma caprichosas formas semejantes a un viejo juego de manos, que marcan rupturas en el discurso. Hay imágenes bellas e impactantes, como la de los migrantes y el barco, pero el uso del micrófono por las no muy hábiles lectoras Esperanza Sánchez y Fernanda Manzo desmerece del buen desempeño de Clarisa Malheiros y la dúctil Jessica Sandoval. El diseño de iluminación es de Xóchitl González y el vestuario muy simbólico con esa capa que ilustra el poder de Próspero es de Edita Rzewska, mientras que la dirección que se acredita a Gomer, caracol exploratorio es sin duda de Gerardo Trejoluna, fundador de ese colectivo.