a renuncia del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, al Partido Acción Nacional ha provocado una pequeña sacudida en el gabinete; en cambio, es posible que los ecos de esta decisión resuenen con más fuerza en el interior del partido en el gobierno. Podemos imaginar que detrás del repudio de Gómez Mont a la política de alianzas que ha votado el Comité Ejecutivo Nacional del PAN, se ha formado ya una amplia mayoría de panistas que miran con desconfianza al Partido de la Revolución Democrática, y que no se reconcilian con la idea de confiar su futuro a un partido que ni siquiera reconoce al Presidente de la República como el jefe legítimo del Poder Ejecutivo. No habrá una escisión del PAN, pero la elección de su candidato presidencial llevará el sello del conflicto que destapó el secretario Gómez Mont, pues al separarse del partido por las razones que expuso, abrió una alternativa para quienes, como él, reprueban la idea de aliarse con el PRD. Para los panistas la fidelidad es un valor personal muy importante, y pueden leer la renuncia de Gómez Mont como un acto de lealtad a su palabra que suscita más respeto que resentimiento.
En el interior del gabinete la noticia de la renuncia provocó un brinco en el corazón de más de uno de los secretarios: alguno de ellos aspirante a la candidatura presidencial, otros, movidos simplemente por la pasión de la política, y por la perspectiva de ocupar un cargo que en los meses recientes ha recuperado la beligerancia política que le había arrebatado la oscuridad de los predecesores inmediatos de Gómez Mont en Gobernación. Lo cierto es que con él al frente, la secretaría ha dejado de ser una oficialía de partes y ha recuperado su papel histórico como pieza central en la maquinaria del poder. Así que, paradójicamente, la renuncia impulsó esa cartera al centro de la disputa por el poder, en el seno del gobierno y del partido. También es una paradoja que ahora menos que nunca creamos el dicho del secretario de que no aspira a ser candidato a la Presidencia.
La creación de la Secretaría de Seguridad Pública despojó a Gobernación de buena parte de su peso político; sin embargo, a partir de que Gómez Mont asumió el papel de interlocutor de los partidos y del Poder Legislativo, devolvió a la secretaría un protagonismo que había perdido, ahora depurado, precisamente porque ya no es responsable de los temas de seguridad y de información política. Esta recuperación de la secretaría también ha ocurrido porque el secretario Gómez asumió con entusiasmo y mucha actividad la responsabilidad de promover y defender la reforma política calderonista, y lo ha hecho con más enjundia que los legisladores y los dirigentes panistas. Estos últimos se han concentrado en formar alianzas, cuyo futuro es incierto.
En estas condiciones cabe preguntarse por qué César Nava está dispuesto a pagar el elevado costo que ya le ha representado la estrategia de alianzas. Por una parte, la renuncia del secretario expuso la debilidad del dirigente, su subordinación al Presidente de la República, y sembró una bomba de tiempo en su capacidad para gobernar a un partido que tiene una larga historia de rebeldías internas. Lo primero que se me ocurre es que Nava no es muy optimista respecto de los resultados electorales de su partido en los comicios de este año. De hecho sus cálculos parecen haber sido tan adversos que lo empujaron a sacrificar la reforma política a las alianzas, pues era previsible que, ante la amenaza de las oposiciones coaligadas, los priístas reaccionaran descartando el decálogo presidencial de reformas. La estrategia navista, además, es de alto riesgo, pues no hay ninguna certeza de que con todo y alianzas puedan vencer al temible PRI en estados que gobierna desde hace décadas. Las encuestas de opinión confirman las perspectivas muy halagadoras de los priístas. También es posible que los dirigentes del PAN hayan dado por perdida de antemano la batalla por la reforma política, y hayan considerado que no valía la pena gastar la pólvora en lo que parece haberse convertido en un infiernillo.
¿Qué hubiera pasado si Gómez Mont fuera primer ministro, como ocurriría si se acepta una propuesta que ha circulado por ahí desde hace ya años? Pues si el secretario de Gobernación fuera primer ministro, jefe de Gobierno, o jefe de gabinete, como les plazca llamarlo, entonces con su renuncia habría arrastrado a todo el gabinete, porque en tanto que responsable del gobierno, su separación del partido lo apartaba también formalmente de sus compañeros de gobierno, de cuyo desempeño ya no podría hacerse responsable. En ese caso la renuncia hubiera exigido la elección de un sucesor miembro del PAN.
La declaración que hizo en enero de 1994 un recién nombrado secretario de Gobernación de que él no pertenecía a ningún partido fue muy extraña. En la complicada coyuntura creada por la aparición del EZLN, pareció un pronunciamiento democrático, pero, como se dijo antes, quien ocupa la Secretaría de Gobernación no es un ciudadano que se coloca por encima de todos los partidos, sino el operador político del partido en el gobierno. Si Gómez Mont hubiera sido jefe de gobierno entonces su renuncia habría tenido un impacto desestabilizador mucho mayor del que ha tenido.
Hasta ahora el efecto negativo de la separación del secretario de su partido ha podido ser aislado del marco amplio de sus responsabilidades políticas. Se ha podido tratar como un asunto privado que se dirime entre los panistas. En este terreno tampoco hay mucho de qué preocuparse porque el PAN tiene una larga historia de disidencias, pero tuvieron un alcance desestabilizador limitado, pese a ser muestra de intolerancia. En 1947 Aquiles Elorduy, uno de los cuatro diputados panistas que habían logrado conquistar una curul –en esa época todas eran de mayoría– fue expulsado del partido porque desde la tribuna denunció al gobierno por permitir procesiones religiosas en la calle, y con ello violar la Constitución. Al día siguiente de pronunciado el discurso el PAN anunció que el diputado Elorduy había dejado de militar en sus filas.