Laura Emilia Pacheco reúne 14 crónicas en su primer libro, publicado por Mondadori
Soy intrépida y curiosa; me gusta contar las cosas desde dentro
No me agrada esa película que separa al observador de lo que narra, dice a La Jornada
Es muy grave que cada vez hay menos espacios para cultivar ese género, deplora
Miércoles 20 de enero de 2010, p. 7
¿Cómo vivir en esta ciudad y no contarla? ¿Cómo no hablar de lo maravilloso, inexplicable e, incluso, lo terrible que ocurre en el mundo? Observadora sensible y curiosa, Laura Emilia Pacheco tiene la necesidad imperiosa de contar aquello que la asombra o la emociona. Y ha encontrado en la crónica el vehículo ideal para hacerlo.
De ese impulso y necesidad surgieron textos publicados originalmente en varias revistas y suplementos culturales; ahora reúne 14 en su primer libro, El último mundo, publicado por Random House Mondadori.
Historias vividas o escuchadas, testimonios, semblanzas y recuerdos palpitan en el volumen. Palpitan por que están vivos, porque la cronista no es una observadora distante y neutral, sino que se pone en riesgo físico y emocional: “Soy intrépida y curiosa, y no creo que por motivos muy sanos, pero me gusta contar las cosas desde dentro, no me gusta esa película que separa al que ve de lo que cuenta; además, la narración se enriquece mucho cuando se ha vivido lo que se cuenta o se ha estado en el lugar, si percibes el aroma, la belleza, la fetidez, los colores…
El periodista Jacobo Zabludovsky dice a menudo: yo estuve ahí y a veces lo tomábamos un poco a chunga, pero ahora lo entiendo: no se puede hacer crónica si no estuviste ahí.
El mundo de las palabras
Laura Emilia Pacheco estuvo ahí y lo cuenta: se mete a las tripas de un tianguis en Iztapalapa; presencia una misa para la Santa Muerte en Tepito; comparte su recuerdo del día del terremoto del 19 de septiembre de 1985 en la ciudad de México; se deslumbra con la ciudad maya de Calakmul (Campeche), enclavada en el centro de la selva tropical más grande de América después de la amazónica; viaja a Escocia con la esperanza de ver al famoso monstruo del lago Ness; evoca los días de su niñez en que veía escribir a su padre –José Emilio Pacheco– y lo acompañaba a entregar sus artículos, reseñas y poemas a las distintas publicaciones en que colaboraba.
Resalta la historia de Raquel, la joven indígena chamula que vive en una comunidad protestante a orillas de San Cristóbal de las Casas: la familia de su esposo lo obliga a irse a trabajar a Estados Unidos, más que por necesidad económica, como una prueba de hombría. Un día, al colgar después de hablar con su mujer, es asaltado y asesinado junto a la caseta telefónica. Raquel se queda con dos hijos y se encierra en un silencio de años.
A Laura Emilia le gusta hacer collares. Es una labor que tiene un efecto tranquilizador en ella. Raquel también hace collares, de semillas. Haciendo collares, Raquel rompe el silencio y le cuenta su historia a Laura Emilia: éramos dos mujeres engarzando collares y hablando de los hombres, de la vida, del amor
.
Dice la autora de El último mundo: Yo no decidí ejercer a la crónica, la crónica decidió ejercerme a mí, porque es un género muy noble con un rango fabuloso para mí que todo me da curiosidad y que todo lo quiero contar. Lo único que sí decidí fue darle a la crónica periodística, que es un género veloz, una mayor cadencia; soy muy lenta para escribir, y cuando tengo fechas de entrega sufro muchísimo, porque me gusta investigar cuando hay algo que no entiendo bien y cuidar las palabras
.
Laura Emilia Pacheco está de acuerdo en que los periódicos y las revistas en papel tienen que apostar por la escritura, para facilitar la lectura y transmitir lo que se quiere decir, hay que tener cuidado con las palabras, establecer una relación amorosa con ellas, cuidarlas, acariciarlas; sé que la premura en los periódicos es brutal, cuánto puedes cuidar las palabras si tienes que hacer 10 notas diarias, pero hay que hacer el máximo esfuerzo
.
Las palabras son las llaves que nos permiten acceder a todos los mundos; yo conocí ese mundo de las palabras y entendí su riqueza muy joven, cuando mi abuela me contaba el cuento de un príncipe que por un maleficio de palabras lo habían convertido en caballo y al que la salvación le llegó también en forma de palabras, y no sólo eso, sino que las palabras lograban acabar con la injusticia, esa es una noción que todavía hoy me gusta mucho
.
–¿Cuáles son sus referentes como cronistas?
–No puedo dejar de mencionar a mi mamá (Cristina Pacheco); las crónicas que hace son fuera de serie; las que hace en La Jornada inauguraron una nueva forma de cronicar. Además, vivimos en un país de grandes cronistas, tenemos a Carlos Monsiváis, a Sergio González Rodríguez, Juan Villoro, Fabrizio Mejía. Lo que me parece muy grave es que cada vez hay menos espacios para hacer crónica y no siempre hay una remuneración, pero no esperemos a que las cosas nos vengan de fuera. Hay cosas que tenemos que hacer porque las tenemos que hacer.