I
Los demás, que cuenten sílabas y versos, que miren imágenes,
adjetivos y comparaciones, que se alegren o se disgusten
con la armonía o desarmonía de su lenguaje; finalmente, que hagan,
atados a la letra de su lenguaje, juicios y decisiones
para verlo, para que puedan tenerlo frente a ellos
desnudo, completo, a distancia: y salvarse.
Él, ocultándose en las cuevas profundas de la palabra
se les escapará, o acostándose detrás de las sombras
de la palabra, o sumergiéndose en las aguas sin fondo de la palabra
–sobre las aguas sin fondo de la palabra no dejará
más que la sombra o el brillo de su cuerpo fugaz
solamente...
Que está despedazado sobre sensaciones
demoníacas, sobre sonidos y versos e imágenes,
no lo conciben, y tampoco bajo sus adjetivos ven el mundo
el mundo de su cuerpo. ¿Y cómo concebirán
que todas esas metáforas y comparaciones no son más
que su parentesco y sus vínculos con todo el mundo?
Lo persiguen en las palabras, y él, en las palabras inalterable,
en ellas gotea, así como gotea
en una celda de prisión la humedad. Y de pronto, íntegro
se yergue en ellas y de inmediato empieza, como prisionero
de mucho tiempo, por los tragaluces enrejados
de sus ojos, a mirar él su propio mundo. |