Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Economía y cultura
ANGÉLICA ABELLEYRA (coordinadora)
Negación a pesar de la evidencia
CARLOS GARCÍA DE ALBA
Alentar la economía cultural
HÉCTOR GARAY
Triángulo de voces
ANGÉLICA ABELLEYRA
Medios sin mercados
CARLOS RAÚL NAVARRO BENÍTEZ
Hacia un sistema económico del sector cultural
EDUARDO CRUZ VÁZQUEZ
Ser vendedores de cultura
FEDERICO GONZÁLEZ COMPEÁN
¿Públicos o consumidores?
EDUARDO CACCIA
La escritura fronteriza
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con ANDRÉS NEUMAN
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Negación a pesar de la evidencia
Carlos García de Alba
Contrario a lo que se puede pensar, en el curso de su historia, el prestigio del país deviene de la fortaleza de su cultura. Si se miran con cuidado los rasgos más emblemáticos de la imagen (y de la marca) México en el mundo, estará señalada por alguno de los nutridos referentes que constituyen la cultura mexicana.
Como paradoja irresuelta, la visión técnicamente economicista ha privado de un reconocimiento al potencial de la economía cultural en el desarrollo del país. Circunscritos a valorar el desarrollo de México sobre la base de captación de inversión extranjera, de innumerables tratados comerciales, de la capacidad exportadora o de la penetración de empresas transnacionales en países que miran con sorpresa la audacia del capital mexicano, las posibilidades productivas del sector cultural, de sus bienes y servicios, no ocupan la atención que merecen de las políticas públicas del Estado. Ni de las culturales, ni mucho menos de las económicas y otras transversales a su naturaleza, donde la acción de grandes empresas podría ser mejor encauzada.
Por extensión, la economía cultural tampoco ha sido objetivo central por parte de la diplomacia pública y cultural, cuyas definiciones y sentidos pragmáticos son precisamente la construcción de una imagen o marca de nación a partir de las fortalezas, e incorporándolas a una dinámica de desarrollo.
Salvo excepciones, a ello se suma el rechazo (por no decir menosprecio) de las esferas académicas y culturales, de los centros de estudios y de otras instituciones que bien podrían alentar la generación de conocimiento e, incluso, iniciativas en beneficio de un componente de las ciencias económicas del cual dependen numerosas familias.
La visión ornamental y simbólica de la cultura sobre su valor económico y potenciador de negocios, nos ha privado de una mayor diversificación en los diferentes mercados del mundo. Acumulamos un importante rezago y, tal parece, habrá de continuar. Sin embargo, también seguirán registrándose iniciativas que tenderán a cerrar esta brecha y las esperamos, ante todo, de las instituciones de educación superior. El esfuerzo que inició en la UAM-Xochimilco, donde precisamente estudié la licenciatura en Economía, es un ejemplo de un impulso que ojalá rinda muchos frutos que son, entre otros, el urgente reconocimiento de la economía cultural y el diseño de medidas que la inserten en el dinamismo del crecimiento del país.
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