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Dos poemas
MARCO ANTONIO CAMPOS
Monólogo de Electra
STAVROS VAVOÚRIS
Cargado de razón: Schiller, 250 aniversario
RICARDO BADA
Superar la autocensura
ÁLVARO MATUTE
La enseñanza de Martín Luis Guzmán
HERNÁN LARA ZAVALA
Martín Luis Guzmán Las dos versiones de La sombra del caudillo
FERNANDO CURIEL
La serenidad y el asombro
ARTURO GARCÍA HERNÁNDEZ entrevista con HUGO GUTIÉRREZ VEGA
In memoriam Manuel de la Cera (1929-2009)
DAVID HUERTA
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In memoriam Manuel de la Cera (1929-2009)
David Huerta
A principios de 2005, Manuel de la Cera comenzó a asistir a un curso-seminario en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) llamado “Cervantes y el conocimiento literario”. Asistía los jueves con toda puntualidad y las tres largas horas de cada sesión no lo arredraban: preguntaba, intervenía, discutía –en ocasiones acaloradamente, siempre de buena fe–, hacía bromas, contaba anécdotas. Por lo menos en un par de ocasiones disertó, con pleno conocimiento, sobre Kelsen, el derecho natural y el derecho positivo; era licenciado en Derecho, por supuesto, como otros integrantes de su generación; pero también muchas otras cosas: hombre de cultura, ejemplar funcionario público, conversador infatigable. Le gustaba citar de memoria infinidad de epigramas de su querido amigo Francisco Liguori. Su tema cardinal, empero, era la música, seguido más o menos de cerca por la cinefilia, alimentada en los últimos años por la comodidad doméstica de los devedés.
Asistir a esa clase universitaria no era para él un asunto fácil: iba todas las semanas en taxi desde su casa en Naucalpan hasta la Colonia del Valle. Quienes lo tratamos en ese marco de estudios literarios, sospechamos lo siguiente, y con buenas razones: para De la Cera, el seminario de la UACM era un avatar de la tertulia, esa institución mexicana en la cual la conversación y la discusión amigable le dan forma y sentido a un arte singular de convivialidad.
Manuel de la Cera sirvió en el gobierno federal en numerosas funciones. Pero destacó sobre todo en un terreno en el que su obra, inmaterial pero poderosa, debería ser uno de los pilares de nuestra modernidad, frustrada continuamente por los mercachifles y la chabacanería, para no hablar de la corrupción: el terreno de la promoción cultural. En los años ochenta, animó un extraordinario programa de actividades artísticas en el ISSSTE y un poco más tarde fue director del Instituto Nacional de Bellas Artes.
En los sesenta, De la Cera trabajó en la Universidad Nacional durante el rectorado del ingeniero Javier Barros Sierra, uno de sus modelos de conducta y de moralidad en el servicio público.
Manuel de la Cera Alonso nació en Veracruz el 7 de diciembre de 1929 y murió en su casa de Naucalpan el pasado martes 24 de noviembre. Sus cenizas fueron arrojadas al mar en la veracruzana Antigua por su esposa de toda la vida, Pita, y su hija Claudia.
Los testimonios aquí recogidos son de sus compañeros en el seminario de la UACM, quienes llegaron a quererlo, admirarlo y respetarlo de verdad.
JORGE ACEITUNO
La edad de don Manuel y su inteligencia le permitían contarnos anécdotas que nos mostraban un México en el que aún teníamos esperanzas. Asiduo al seminario de la UACM, como todos nosotros, durante cada jueves y durante muchos años, compartimos su gusto por los libros; él, con su pasión de melómano, nos trasmitía datos muy delicados sobre la música y los músicos. Recuerdo su risa cuando hacía alguna broma. Era muy caballeroso y admirador de las mujeres; tenía gracia para saludarlas.
EMILIANO ÁLVAREZ PASTRANA
Conocí a don Manuel de la Cera en un curso hecho para compartir, entre amigos, el placer por la literatura. Su sabiduría, su pasión por la música, su maravilloso sentido del humor, su sonrisa, sus recuerdos siempre estarán ligados, para mí, al disfrute literario.
LEOPOLDO LAURIDO
En el seminario leímos El Llano en llamas, en seguida Pedro Páramo, y terminamos de leerlos; nos tardamos casi medio año con este último libro. Me alegra muchísimo haber terminado algo tan grande con él, juntos. Sé muy poco sobre su vida ejemplar en el servicio público, sólo por ecos; yo aún no nacía cuando él fue funcionario. Lo que sí sé es que cuando leía en voz alta –esporádicamente– lo hacía de manera fluida, sorprendentemente fluida; era muy atento en la lectura siempre, le gustaba mucho hacer bromas, ver películas (¡para no hablar de la música!). Lo queríamos mucho todos.
ENRIQUETA SANROMÁN
Era un gran compañero de clase, un lindo viejo. Se le extrañará siempre. Sus comentarios nos hacían conocer su vasta cultura y su pasión por la música. Su simpatía, su gran preocupación por nuestro país, sus bromas para todos nosotros, su dedicación en las clases a pesar de la edad: todo eso recuerdo. Era el más joven de todos. Lo echaremos de menos.
JOSÉ LUIS VARGAS
Del maestro Manuel de la Cera siempre estará presente entre nosotros su generosidad, el amor a la plática y el gusto enorme por el cine y por la música.
MARNA VÁZQUEZ
El primer recuerdo de él me hace evocar a mi padre: eran muy parecidos, hasta en la forma de reír. Lo recuerdo alegre y, como buen veracruzano, dicharachero, preocupado siempre por la clase y siempre puntual. Aprensivo, y apoyando la clase con sus copias fotostáticas de las revistas que tenía para ahondar más en algún tema, nos enseñaba mucho sobre música, y siempre brindaba lo mejor de él, su sonrisa y su don de gentes.
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