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Pájaro relojero: los clásicos centroamericanos
Miguel Huezo Mixco
Hacer una antología de poetas es más que un asunto de gustos. También es adoptar filiaciones, comunidades y discursos. Lo pienso después de leer Pájaro relojero. Poetas centroamericanos (Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, 2009), preparado por el poeta ecuatoriano Mario Campaña.
Campaña inicia el prólogo del libro sentenciando: “en poesía no hay países pequeños”. Lo prueba, dice, el “inevitable paisano”, Rubén Darío, nacido en medio de analfabetas en un pueblito perdido de Nicaragua. Y también Arthur Rimbaud, nacido en el provinciano Charleville, Francia (de donde, desde luego, huyó).
Una antología de poetas centroamericanos no deja de ser una tentativa tan admirable como extraña. Ello, porque en Centroamérica lo real se confunde con lo invisible. Lo digo sin ningún ánimo poético. Centroamérica apenas existe como tal para los centroamericanos. Existe más si se la mira desde fuera, como un archipiélago tan feraz como feroz.
La versión estándar de la geografía centroamericana, la de los libros escolares y las guías Lonely Planet, excluye a Belice y Panamá. Casi nadie recuerda que en este satélite del planeta McDonald's se hablan al menos veinticinco lenguas, incluyendo el español y el inglés, lo cual no es un dato cultural irrelevante. Tengo la presunción de que este es el espacio escogido por Campaña. No sólo por las nacionalidades de los poetas antologados, sino también por las coordenadas histórico-culturales de su Prólogo.
Un antólogo no es monedita de oro. No es fácil hacer una antología de éstas sin el riesgo de dejar algo grueso por fuera. Pero siempre es así. En este caso, los escogidos se cuentan con los dedos de las manos, y un poco más. El número ya es una provocación. Seleccionó a trece poetas. Supersticioso, para nada. La colección comienza en 1922, con El soldado desconocido del nicaragüense Salomón de la Selva, su único gran libro de poemas; y termina en 2005, cuando Alfonso Kijadurías publica Certeza de la duda en San Salvador.
Campaña probablemente no encontró méritos en poetas de las costas norteñas del istmo, que han escrito en inglés. Ni en poetas indígenas. Se pensará que ninguno de ellos esté a la altura de los maestros que seleccionó. Además, la emergencia de estas letras es relativamente reciente. Sin embargo, ya que el mencionado Prólogo dedica veinte páginas a hablar de las letras centroamericanas, eché de menos unas palabras sobre su existencia.
De aquellos trece fantásticos, once son hombres y dos son mujeres (Claribel Alegría e Isabel de los Ángeles Ruano). De los seleccionados, siete son nicaragüenses y cuatro guatemaltecos; no hay “clásicos” hondureños ni costarricenses.
Como dije, hacer una selección de poetas no tiene que ver sólo con los gustos. Campaña fue a lo seguro e hizo bien su trabajo. Su fin, como él mismo explica, fue presentar a los “clásicos de la poesía contemporánea de Centroamérica”. Sin duda que entre sus “clásicos” encontramos a muchos de los “inevitables” más queridos, y que los poemas incluidos están entre los mejores del arte poético del istmo.
Campaña optó por incluir poetas que gozan de prestigio dentro y fuera de la región. Voy a atreverme a decir que arriesgó poco. Voy a atreverme a más: yo no creo que Luis Cardoza y Aragón, ensayista extraordinario y figura legendaria de la cultura latinoamericana, sea un gran poeta. Con todo respeto, pienso igual de Otto Raúl González. En este caso, yo hubiera preferido a Humberto Akabal (que, de paso, escribe en quiché) o al hondureño Roberto Sosa.
En el convoy viajan dos salvadoreños: Roque Dalton, nuestro otro paisano inevitable, y Kijadurías, lúcido cronista de la ruina espiritual de nuestros días, y una de las más agradables sorpresas del volumen. La selección salvadoreña sería impecable si no fuera porque quedó fuera Claudia Lars. Todos los incluidos nacieron entre finales del siglo antepasado y los años cuarenta del siglo pasado. Sobreviven cuatro: Ernesto Cardenal, Alfonso Kijadurías, Claribel Alegría e Isabel Ruano.
A lo largo de su Prólogo, Campaña reconstruye las historias literarias y políticas de estos países “pobres y pequeños”. En este caso, los tópicos también se vuelven “inevitables”: dictaduras, asonadas, intervenciones militares, exilios. Ese breve paseo por las reyertas del istmo es una reiteración de que vivimos en una suerte de parque temático de alto riesgo donde crece, rara flor, la poesía.
Por último, Campaña nombra y reconoce a otros poetas que hubieran tenido un lugar en su Pájaro relojero si él hubiera tenido el propósito de ofrecer un panorama general de la poesía de Centroamérica. Esa lista, sí, quizás sea demasiado extensa.
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