os toros que atropellaron a Don Quijote, en una de sus aventuras, se dirigían a Salamanca para celebrar las bodas del Rey Felipe III, donde fueron lidiados a la antigua usanza caballeresca por los más ilustres aristócratas. Estos iban en sus caballos seguidos de una turba numerosa que los defendía y cuando era ocasión eran masacrados por el rejón agudísimo en los costados de la res. Si el acierto en la herida era de muerte, se derrumbaba el toro y si no, corcel y rejoneador caían expuestos al peligro de morir y la ignominia de las turbas que entre silbidos los ridiculizaban.

Lo que sabemos, porque está probado que de esta manera nació la corrida de toros que todavía nos entusiasma a algunos. Porque habrían de pasar dos siglos desde el lance quijotesco hasta que fueron organizadas las cuadrillas lidiadoras por aquel intrépido Costillares que osó matar un toro de cinco años engañándole con una capotilla y clavándole la espada en la cruz.

Y surgen las preguntas, ¿se divertían los aficionados con capotazos y sufrían heridas no disculpables por la lidia? ¿Los toros que atropellaron a Don Quijote fueron corridos por esa multitud, entre fritos, maldiciones y quejas?, ¿o bien nacerían algunos de los lances del llamado arte del toreo?

Lo que sí es seguro de que la aventura del Quijote en su encuentro con los toros y previamente con las contrahechas pastoras, que desafiaban en medio del camino a los que no reconocían que aquellas hermosuras eran las más claras de la tierra, excepto Dulcinea. Tiene un sentido muy hondo, como una enseñanza perfecta en estos tiempos de las turbas lanzadas al ataque en última instancia. Lo que es, ha sido y será. Y en el toreo para triunfar hay que aguantar a pie firme los toros de cinco años. ¿Fue Don Quijote el primer torero en aguantar a pie firme las embestidas cornalonas de los bureles?