Bravos aunque débiles, los novillos de San Judas Tadeo fueron lo más interesante de la tarde
Hubo en la plaza menos de 2 mil espectadores en la tercera fecha de la temporada del Apartheid
Lunes 22 de junio de 2009, p. a50
Por segundo domingo consecutivo, el novillero tlaxcalteca Sergio Flores, de 18 años, triunfó en la Plaza México ante un lote de San Judas Tadeo, que le permitió corroborar su extraordinaria clase como muletero, su don del temple y su eficacia como estoqueador. En la tercera fecha de la temporada del Apartheid, también hicieron el paseíllo Alfonso Mateos, poblano de 22 años, y Cristián Hernández, queretano de 21, quienes a pesar de su entusiasmo se fueron en blanco y no dejaron a nadie con ganas de volver a verlos actuar en el coso más grande y ahora más desangelado del mundo.
Lo más interesante de la tarde –al margen de las dos notables faenas de Flores– fue el ganado, procedente de la dehesa hidalguense de Tepeji del Río y que tiene sangre de San Mateo: los seis ejemplares que saltaron a la arena –tres de ellos con nombres de piratas– en general fueron bravos aunque debilones al entrevistarse con los picadores y, con excepción del quinto y del sexto, claros de embestida.
Malapata, castaño bragado de aparentes 393 kilos de peso, primero de Sergio Flores, planeaba como avioncito al perseguir la muleta por la derecha y por la izquierda, ayudando a descubrir que si bien el aventajado discípulo de Tauromagia posee un temple en verdad admirable, pierde carácter en el tercer tiempo, y su falta de mando, y por lo tanto de poderío, lo obliga a retroceder para ligar el siguiente pase.
En vez de que el burel vaya y regrese, enviado hasta allá por el quiebre de la muñeca, es el muchacho quien debe reacomodarse para no perder el hilo de la tanda. La mayor parte del público no le notó esta carencia porque el de Apizaco la compensó con una enorme capacidad de emocionar a la gente con sus propias emociones. Así que los gritos de olé, alargados por la duración y la lentitud de algunos naturales de gran verticalidad, estuvieron presentes durante toda la faena, que Flores coronó tirándose a matar de volapié y dejando una estocada contraria pero efectiva, que le valió la única oreja de la lluviosa tarde.
A Garfio, su segundo enemigo, un negro bragado insignificante de cabeza, que pasó de trámite los dos primeros tercios de la lidia, se lo llevó a los medios para plantarle la muleta por la izquierda y bajarle y correrle la mano otra vez con un temple que ahí queda; sin embargo, dadas las pésimas condiciones del ruedo –un mazacote de lodo y de aserrín–, el rumiante resbalaba a menudo y en una de tantas se lastimó las patas traseras, de modo que se atornilló al piso, regateando las embestidas y buscándole las piernas, hasta que lo empitonó y por poco le pega la cornada.
Esto contribuyó a que la faena se desdibujara en su epílogo y, para colmo de males, Flores asestó un espadazo delantero y se tardó siglos en descabellar, por suerte bien, al primer golpe; por ello, los más entusiastas se abstuvieron de sacar los pañuelos, pero no se aguantaron los deseos de aplaudir para obligar al joven artista en ciernes a dar la vuelta mientras arreciaba por enésima vez el frío chipichipi.
Con una pinta agitanada, Alfonso Mateos reveló que lo suyo es la muleta, y le cuajó dos buenas tandas de derechazos a Barba Negra, un noble negro bragado y cornichico de 377 kilos, durante el inicio de la novillada y del aguacero. Acto seguido, perdió la atención del público por el resto de la tarde. Cristian Hernández se vio muy por debajo de su primer enemigo, Barba Roja, castaño bocinero de 378, y también se esfumó luego de colocarse en los medios antes de la salida de Morgan, último del sexteto, y recibirlo con una valerosa tafallera por la zurda, sin lograr nada más. A buscar opciones en otros ámbitos...