Opinión
Ver día anteriorMartes 7 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El parto de Londres
H

aber dicho parto de los montes pudo sonar exagerado, pero la frase no habría estado lejos de los hechos. Lo que se acordó es mucho, pero muchísimo menos de lo que la crisis mundial requiere. Le han suministrado un tanquecito de oxígeno al capitalismo que así mantendrá las expectativas de los dueños del capital bancario, comercial, industrial, y de otros ahorradores, por algún incierto lapso.

Podemos valorar algunas cosas. Un presidente estadunidense no arrogante, sino civilizado y amable, y además proclive a encontrar –no a imponer a rajatabla– los acuerdos posibles. Pero que el impacto mediático fue mucho mayor que los hechos efectivos es una verdad del tamaño de la economía mundial.

Según los medios, los mandatarios iban a llegar a Londres con las espadas desenvainadas. Nicolas Sarkozy y Angela Merkel: queremos una nueva arquitectura del sistema financiero internacional (aunque Merkel advertía no lo conseguiremos). Sarkozy, en uno más de sus gestos teatrales, dijo ¡me largo!, si no hay acuerdos para corregir este y aquel problema del sistema financiero internacional.

Obama y Brown querían más plata fiscal para estimular vigorosamente la actividad económica. China quería las dos cosas. Obama aceptó que Estados Unidos no puede arreglar nada solo. Y aceptó que no son seis, ni 15, sino 20 más uno, los que en adelante tomarán acuerdos; bueno, es un decir, hay ahí un grupo de economías grandes, cuyos dirigentes son invitados de piedra, entre ellos México.

Todos firmaron lo que los otros querían y nadie estuvo obligado a aceptar lo que los demás no querían. Washington y Londres, junto con China y Japón, aceptaron que no hubiera más gasto público; China, Alemania y Francia, que no hubiera otra arquitectura financiera internacional.

Una mejoradita a las instituciones existentes, algunas facultades más para alguna de ellas, mucha plata que repartirá el Fondo Monetario Internacional y muchas fotos y sonrisas; que inhumen los paraísos fiscales, que le bajen los sueldos a los banqueros, ninguno de los cuales importantes asuntos, moralmente hablando, le hará ni cosquillas al capitalismo.

Estados Unidos, por supuesto, no aceptó dejar de ser el regulador del medio de pago internacional por excelencia. Ni por asomo emergió el origen de fondo de la crisis, probablemente porque no lo ven, o lo ven opaco o ininteligible. Sus ideas –como las de casi todo mundo– se hallan mineralizadas.

A pesar de su enorme complejidad, los problemas de fondo son inteligibles. Todas las crisis son distintas. Ésta consiste en el eje recíproco que conforma el astronómico déficit comercial estadunidense y el superávit de dimensiones similares de China. Hay que agregar el tipo de regulación brutalmente favorable al capital financiero en el que ese fenómeno se gestó.

A mediados de los años 90, Occidente inyectó una fortuna considerable para sacar de una crisis financiera a vastas regiones de la zona asiática. Fue un disparador de muchos megatones.

En tres lustros China, por momentos, llegó a acumular reservas cercanas a los 2 millones de millones de dólares, a las que se agregaron inmensas reservas de India, Japón, Corea, aunque pequeñas junto a la reserva china.

El origen de las reservas chinas no es un misterio, aunque no existe precedente histórico del tamaño de esa zaga-horror ocurrida en ese descomunal país. Aplastaron los salarios internos de millones de trabajadores chinos, aunque con los aumentos de la productividad en ciertas ramas, lograron mejorar sus niveles de vida.

En términos marxistas: los chinos probablemente inauguraron las más alta tasa de plusvalía imaginable, lo que se ha expresado en millones de toneladas de exportaciones a todo el mundo. Con esos salarios aplastados, China se volvió imbatible en la competencia internacional, pero ello también tuvo el efecto de detener los salarios del mundo. Se gestó así la mayor polarización socioeconómica conocida en el planeta. China recibió además ríos de inversión productiva externa que iba ahí a pagar salarios nivel infrachino.

El otro terrible efecto del aplastamiento de los salarios chinos fue el freno al aumento de la productividad en todas partes. Los capitalistas ganaban ríos de dinero pagando salarios bajos, no aumentando la productividad

Por supuesto, las reservas asiáticas no fueron puestas bajo el colchón, sino depositadas en el sistema financiero estadunidense y en el de muchos otros países occidentales. Esos ríos de dinero a precio de ganga fue la masa financiera con la cual los banqueros occidentales con las manos libres inventaron mil instrumentos de crédito y cometieron toda clase de raterías, y lo prestaron incluso a quien tenía muy baja capacidad de endeudamiento. Así nacieron las subprime y los paquetes tóxicos. Hasta que la burbuja financiera reventó de tanto inflarse, por insolvencia de los deudores. Los encadenamientos financieros internacionales entre los bancos se encargaron de extender la crisis a todos los rincones.

El acuerdo de Londres es mejor que el parto de los montes, pero se parece, puesto al lado del tamaño del fondo de la crisis.

Sí, el mundo va a ser otro cuando se haya destruido tanto capital, que habrá muchos nuevos mercados de inversión para volver a crecer. Lo menos que pueden hacer los poderosos en su próximo autohomenaje es obligarse a fijar unos mínimos de bienestar en términos de alimentación, salud y educación para todo el planeta.