Maquila y explotación
Historias de mujeres y mezclilla
Por Leonardo Bastida A. y Lucía Sánchez de Bustamante
La maquila es un monstruo y una bendición.
Sobre todo si se es mujer. Trabajos
mal pagados, jornadas de miedo y carencia
absoluta de garantías sindicales. Pero trabajo
al fin y la oportunidad de progresar y ser
independientes. Un espejismo que ha hecho
que las mujeres representen 30 por ciento
de la mano de obra industrial de México.
Trabajadoras eficientes y siempre con la necesidad
de más dinero; fácilmente explotables y,
según el lugar común, menos exigentes.
En Tehuacán, Puebla, ciudad industrial en
las orillas de la aridez del altiplano, la vida
comienza antes de que salga el Sol. De todos
los pueblos y colonias comienzan a fluir personas
con manos y brazos teñidos de azul, quienes
abordan autobuses que las conducirán a
las distintas plantas maquiladoras de textiles
establecidas en la región. Su objetivo es alcanzar
la meta de producción: de mil quinientos
a tres mil pantalones de mezclilla. Su recompensa,
obtener el sábado al mediodía un pago
máximo de 800 pesos, o en caso de no haber
finalizado las tareas, de entre 400 y 550 pesos.
Foto: Iván Bastida Aguilar
La próspera maquila
De acuerdo al Censo Económico de Tehuacán
la producción mensual de prendas de mezclilla
alcanza hasta 50 millones en un total de 248
maquiladoras establecidas, aunque se calcula
que en realidad hay unas 700. Ochenta por ciento
de lo producido se exporta y va a parar a las
boutiques de marcas trasnacionales como Guess,
Levi’s, Wrangler, Tommy Hilfiger, entre otras.
La maquiladora surge para retener la mano
de obra en México, aunque sus condiciones
son más que desventajosas para las localidades
que las hospedan y para la gente que
emplean. “En lugar de promover una industria
nacional y arraigarse, la maquila es volátil”,
explica Emilienne de León, directora ejecutiva
de Sociedad Mexicana Pro Derechos de la
Mujer (Semillas), organización que ayuda a
grupos de trabajadoras de la maquila a reivindicar
sus derechos laborales. “Estas empresas
han insertado a una gran cantidad de mujeres
a la vida laboral, sin embargo, no hay políticas
públicas que creen mejores condiciones para
las mujeres trabajadoras”, dice.
Lo justo para salir
“Me pusieron a prueba. Tenía que entregar
150 pantalones en dos horas. Logré 140 y
repuse después los otros 10”, menciona Juana,
trabajadora de la industria maquiladora desde
hace más de 20 años y hoy desempleada,
tras el cierre de la planta de Vaqueros Navarra
—luego de una larga historia de abusos laborales
y presiones para acallar las protestas de
sus trabajadores. Eventualmente Juana recurre
a alguna de las tantas maquiladoras fantasma
de Tehuacan con el fin de poder mantener a
sus cinco hijos.
En el caso de Juana, su ingreso a la pequeña
maquila donde labora eventualmente fue más
sencillo debido a que no tuvo que someterse
a una prueba de embarazo, como en Navarra
donde era obligatoria. Pero las condiciones
de trabajo son peores —explica— en estas
maquiladoras clandestinas “siempre se carece
de seguro y de cosas. Te salen con que no hay
dinero aunque haya producción. Nos dicen ‘te
vamos a dar 800 pesos’, pero llegando el sábado
nos dan 400. ¿Qué hace uno? Uno tiene
hijos y siempre te esperan ver llegar con algo”.
Las dos décadas de trabajo en las líneas de
la maquila han provocado merma en su salud.
“Ahorita tengo artritis, hago un gran esfuerzo
pero realmente me duelen mucho las manos,
pero uno tiene que trabajar con el dolor ahí”.
Sus niños juegan en el patio mientras Juana
hace las tortillas que venderá al día siguiente
en algún mercado cercano para completar
sus ingresos, pues esta semana le tocó la mala
suerte, junto con otros 30 obreros, de no recibir
su raya por “falta de dinero” en la empresa.
Pese a todo, Juana no piensa abandonar
la maquiladora. “Con tal de que a uno le den
el trabajo, pues sí acepta”, dice. Su situación,
al igual que la de muchas mujeres responde
a que la maquila proporciona —aunque no
lo respete— Seguro Social, salario y horario,
explica María del Carmen Morales, de Semillas.
“Las maquilas les dan a las mujeres una oportunidad
de salir a un espacio público que les
otorga otro estatus social”, acota.
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Foto: Iván Bastida Aguilar |
La carga extra para las mujeres
“Una vez me llamó el encargado y me dijo: ‘Sí te
voy a dar unos pesos más, pero si sales conmigo’”,
platica Guadalupe. “Como no acepté me
dejaba hasta más tarde o me exigía más, buscaba
algo para molestarme; así fueron tres meses.
Hasta que me despidió. A las que le gustaban
nos dejaba hasta más tarde o hasta el último,
que porque teníamos que producir más”.
En el área de Recursos Humanos de la
empresa no hubo espacio para su queja.
“Usted tiene la culpa porque lo provoca, no
es la única, hay muchas mujeres que hacen
eso con él”, fue la respuesta. “Después me
obligaron a firmar un papel donde dijera que
yo me iba por mi voluntad. Como no les quise
firmar me tuvieron encerrada casi todo el día”,
recuerda Guadalupe mientras carga a su hijo
que no deja de llorar. Su embarazo también
fue motivo de discriminación y acoso.
Originaria de Caltepec, en la sierra que
colinda con Oaxaca, Guadalupe trabajó por
nueve años en las maquiladoras Tarrant, Eslava
y en Vaqueros Navarra, hasta su cierre. “Por
estar embarazada no es fácil conseguir trabajo;
si uno ya tiene el trabajo, puede ser motivo
para que te despidan. Cuando yo estaba
embarazada de mi hijo, el encargado me decía
que ya no servía, que para qué me había buscado
un hijo, que si ya no podía trabajar que
me fuera pero que no lo molestara con los
permisos”, cuenta. Por necesidad, Guadalupe
aguantó las presiones y laboró hasta los quince
días previos al parto.
Hoy ya no percibe los 600 o 700 pesos
semanales que ganaba en la maquila. Pasa el
día completo con sus hijos, aunque la situación
económica parece que pronto la orillará a
regresar a las líneas de ensamblado.
Que se respeten nuestros derechos
Rita también tiene una larga historia dentro de
las maquilas de Tehuacán. “Todo el aire levantaba
mucha pelusa, la respirabas y se te metía
en los ojos. No usábamos cubrebocas ni lentes.
Como al año de haber salido de la maquila yo
aún seguía sacando restos de pelusa por la
nariz”, narra. Oriunda de un pueblo cercano y
hablante nativa de náhuatl, cuenta la forma en
que conoció de sus derechos como trabajadora
y cómo eso le valió su despido. “En estas
maquilas ni te enteras de qué prestaciones
tienes como trabajador”.
Al informarse y adherirse a grupos que le
mantenían actualizada sobre lo que podía exigir
en la nave donde laboraba, sucedió lo inevitable.
“Sabemos que andas con los de la Comisión, no
queremos que nos vengas a afectar. Platicas
mucho con la gente y no queremos problemas.
Te pagamos tu semana completa pero vete, no
queremos saber nada de ti”, le dijeron a Rita los
supervisores de la maquila.
Tras ser incluida en una “lista negra”, que
recoge el nombre de trabajadores que han exigido
respeto a sus derechos o se han involucrado
en conflictos como los de Vaqueros Navarra, Rita
pasa los días informando a sus compañeras que
no tienen por qué trabajar los domingos u horas
extras sin paga o que deben hacer válidas sus
incapacidades del Seguro Social.
Mientras tanto, sentada en una banca del jardín
central de Tehuacán, espera que se entienda
que la búsqueda del cumplimiento de derechos
laborales no significa apoyar el cierre de las
plantas, como dicen con ahínco empresarios,
funcionarios y medios locales. “Queremos una
fuente digna de empleo, que se nos respete
como seres humanos y poder vivir dignamente
con nuestros salarios”, concluye.
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