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Javier Sicilia
Iván Gardea, la ambigüedad del rostro
Iván Gardea es uno de los pocos artistas plásticos que, en medio del inane facilismo de la instalación, el ready made y el arte callejero, mantiene vivo no sólo un gran arte, sino uno de los más difíciles y, por lo mismo, de los más despreciados: el grabado y la talla en madera. Recientemente –después de que en febrero, reactualizando los Caprichos de Goya, expuso en la Galería Universitaria de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos sus dibujos Caprichos o 40 comentarios sobre lo siniestro– acaba de exponer en el Centro Morelense de las Artes (CEMA) Retratos imaginarios. Aunque Gardea nos había acostumbrado al huecograbado –del que Durero fue un de sus máximos exponentes– y, en particular, a esa difícil técnica que es la punta seca, en esta muestra utiliza una que le valió al Taller de Gráfica Popular gran parte de su celebridad: el linóleo.
Lo que fascina e inquieta de Gardea no es sólo su fidelidad a una técnica profunda, sino su obsesión por el rostro. “Lo que hago –declaró alguna vez– es concentrar a nivel formal la expresividad del rostro, la parte visible del alma.” Sin embargo, esa visibilidad en el arte de Gardea, que va del dolor a la angustia, de la soledad al agobio frente a una existencia que ha perdido sus contornos no sólo trascendentes sino humanos, adquiere en Retratos imaginarios la densidad del enigma. Los trazos gruesos y fuertes que le permite el linóleo hacen que los rostros de esta exposición ya casi no tengan rasgos precisos o, mejor, que sus rasgos, por un efecto de la exageración, se nos presenten como una visión de algo que estaba ahí pero nunca habíamos visto. Tal parece que Gardea quisiera mostrarnos plásticamente una extraña ambigüedad. Por un lado, esa parte positiva y misteriosa del rostro que la filosofía de Levinas nos ha revelado: su desobediencia a la definición, esa manera de alejarse del sitio que quiere asignarle nuestros propósitos más interesados o nuestras miradas más penetrantes. Hay siempre en el rostro del otro –parece decirnos Gardea cada vez que nos detenemos en uno de sus retratos–, uno más, una distancia en relación con lo que sabemos de él, una desnudez. Al desvestirse de su propia esencia plástica, el rostro, en su profundidad inabarcable, al mismo tiempo que escapa de nosotros inhibe nuestro deseo de cosificarlo.
Hombre solo grande |
Por otro lado, en esa misma ausencia de rasgos definidos o, paradójicamente, en esa presencia de su exageración, Gardea parece mostrarnos esa parte negativa de nuestras sociedades modernas que en su individualismo, en su técnica puesta al servicio de la producción de objetos, ha velado del rostro su misterio. Al borrar su diferencia enigmática, esa diferencia que en su desnudez se nos escapa y pone un límite a nuestro poder, el rostro del hombre moderno es nada, a lo sumo un vacío sobre el que podemos colocar máscaras que nos permiten dominarlo, someterlo o destruirlo: un recurso humano, un judío, un iraquí, un explotador... Lo que en su misterio inabarcable existe como realidad única e irremplazable es, en nuestra sociedad moderna, degradado a rango de algo que podemos manipular. Lo que en su inabarcabilidad tiene el poder de avergonzarnos, de poner límites a nuestro impulso de dominio, es sólo un montón de rasgos cualquiera. Aglutinados y sin rostro en una fábrica, en una cárcel, en la plancha del zócalo –como lo hizo Tunick– o en la simetría de una galería del cema , y al perder su especificidad que lo distingue y la semejanza que lo aproxima, es decir, al perder su misterio, el rostro es sólo una cosa.
De ahí el dolor, la angustia, que emana de la fuerza exagerada y negra de esos rasgos; de ahí esa constante de la obra de Gardea que, minimalisada en Retratos imaginarios, quiere suscitar nuestra compasión, enseñarnos a mirar de nuevo esa enigmática desnudez que, velada y humillada por nuestro mundo, pide nuestra solicitud, nuestra responsabilidad frente su presencia inabarcable. Los Retratos imaginarios, de Gardea, son el rostro desnudo del hombre contemporáneo en el que, para decirlo con Levinas, “el ser no se presenta por su cualidades”.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva , esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo , y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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