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La fidelidad extrema
Lo de Jesús Magaña tiene que ser definido así, como indica el título de estas líneas, pues fidelidad extrema es aquello que más trasluce no sólo en Eros una vez María (2007), sino ya en su primer largometraje de ficción, Sobreviviente (2003).
Fidelidad al tema en primer lugar, ya que hay un mismo asunto de fondo en ambas cintas y éste no es otro que el muy corrosivo e indecible desasosiego que suele producir el desamor, la pérdida de aquél/aquélla en quien alguna vez se depositaron --con el riesgo inherente a toda decisión que no emana del raciocinio-- no nada más la esperanza, que no por irracional resulta menos comprensible, de que jamás llegue el momento en que al amor pueda añadírsele el prefijo “des”, sino todo género de absolutos de orden sentimental: deseo, exclusividad, solidaridad, complicidad, certeza, confianza, futuro, felicidad…
Fidelidad al planteamiento en segundo lugar, pues, como en Sobreviviente, Magaña volvió a elegir como núcleo dramático a una pareja heterosexual que está siendo en el transcurso diegético, pero que al mismo tiempo, en virtud de aquello que sucede, está dejando de ser, a tal grado que, cuando llega el final de la historia, se duda si no convenía más, desde el principio, conjugar en tiempo pasado el verbo “ser”.
El punto de vista tiene que ser considerado como la tercera forma de la fidelidad extrema del director, ya que de nueva cuenta, de manera tal vez obvia, es a través de los ojos del componente masculino de la antedicha pareja heterosexual que asistimos a la debacle amorosa de dos que, siendo todavía, ya no se sabe qué son, si ya no son, o peor, si en realidad nunca fueron, al menos como el protagonista estaba seguro que eran. Cuarta fidelidad: en un reprise directo de su primer largometraje, Magaña vuelve a hacer de su protagonista un alter ego del videoasta-que-sólo-puede-percibir-al-mundo-a-través-del-ojo-de-la-cámara y lo pone a grabar cada movimiento, cada palabra y cada gesto de la amada. Es el tiempo de la felicidad y sus puertas abiertas a plenitud: María –la primera o, aquí mejor dicho, la primigenia-- está en la playa, en el departamento de él, entrando al baño, haciendo lo que haga, etcetereando, y ha de ser registrada hasta el cansancio –el de ella--, porque para él ni todo será suficiente. Lo será incluso en ausencia de él, cuando presenciemos ciertas secuencias que, desde la perspectiva de quien ha perdido a quien era su pareja –es decir, todos los espectadores de la cinta-- fungen como una suerte de postdiegesis en la cual María, la que fue, contamina, diluye y dilapida su sangre, ahora perdida para siempre y en términos absolutos, no sólo para quien la tuvo y dejó de tenerla.
LA MULTIPLICACIÓN DE LAS MARÍAS
En algún momento, porque no o porque sí, porque “así son las cosas”, no importa por qué, María deja de estar. Entonces él, perfecta y absolutamente incapaz de entenderse a sí mismo sin María, sin eso que para él es y representa María, se sabe obligado a re-crearla, evitando así que el no estar se convierta en no ser .
Quinta fidelidad, al revés: perdido el arquetipo, roto el molde, bienvenidas las réplicas. María se multiplica, prodigándose con la perfección imperfecta de la cual está forjado todo sustituto, en una vecina fingidora de orgasmos, en una prostituta a domicilio, en una antrera buscando ligue, en una desconocida abordada a media fiesta, incluso en una psicoanalista más cómplice que terapeuta. Dicha multiplicación tiene más de un valor y más de una función en la historia que se cuenta; a la re-creación aludida debe sumarse lo que ésta tiene como consecuencia, en términos formales para empezar: círculos concéntricos narrativos, que presentan al abandonado preparando la maleta una y otra vez; despertando una y otra vez junto a María que ya es otra María que sigue siendo María; esperando a nadie, sentado en la playa, desde el principio cuando María le habla a la cámara y cuando ya no es ella sino otra quien, a caballo, invita al abandonado a que se desabandone.
Diana Bracho |
Sexta fidelidad, cinematográfica: la de Magaña consigo mismo, con una propuesta cinematográfica que le apuesta mucho a los recursos técnicos de la cámara y a la edición, y que sabe obtener de estas herramientas buen provecho. Porfiado y seguro de que la forma de sus obsesiones no es muy distinta de otras, con este cuento de hadas al revés – Eros una vez… -- Magaña hizo un dibujo de la desesperación que luce como ésta: fuerte, fecunda en ardides, elusiva, trifronte, pertinaz.
Si a usted –amorosamente hablando-- le han partido la madre, algo le dirá esta película.
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